Fernando CHICA,
monseñor, Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO.
catolicos-on-line, 19-3-17
Con ocasión de su participación en las Jornadas de
Formación de Manos Unidas en 2016, quisimos preguntar a Monseñor Fernando Chica
sobre una de las cuestiones centrales de nuestra Campaña: la necesidad de
«compromiso». La gente a la que Manos Unidas pide compromiso puede pensar que
no tiene fuerza suficiente para ayudar desde su pequeña parcela vital y por eso
deja la solución de los grandes problemas a organismos como la FAO y otras
organizaciones de Naciones Unidas. Así, nos preguntamos: ¿qué consejo se puede
dar a la gente para que vea que es posible acabar con el hambre?
Les diría algo tan sencillo como esto: los pobres son
tan de carne y hueso como nosotros. No son cifras. Son personas que no han
tenido nuestras mismas posibilidades. Ahora que tanto hablamos de Internet, de
«la red», me parece que esta palabra nos puede ayudar a combatir la pobreza y
el hambre. «Red» es un vocablo que nos está invitando a sumar, a vincularnos, a
no ir cada uno por nuestro lado, sino a colaborar, a realizar acciones
mancomunadamente. Para el cristiano, esas acciones conjuntas tienen un nombre:
fraternidad.
Tenemos que descartar la idea de que el hambre o la
pobreza son problemas que nos sobrepasan, problemas que existían antes de
nosotros y que estarán después de nosotros. Ante una complejidad tal, tendemos
a evadirnos. Nos decimos: ya habrá alguien que se ocupará de solucionar estos
grandes problemas. La evasión, el descargar nuestra propia responsabilidad en
grandes organismos o instituciones, no puede ir con nosotros, porque lo que
hacen los organismos es fundamental, pero también es esencial lo nuestro.
Es decir, tenemos que sumar esfuerzos, iniciativas,
decisiones, voluntades. La palabra clave en la ayuda a los pobres es
«sinergia». Juntos podemos acabar con el hambre. Hemos de convencernos de esto.
Es preciso converger, colaborar. No pensemos en que como hay instituciones
internacionales que se ocupan de ayudar a los necesitados, no hace falta que yo
haga algo por ellos. No es eso. En esta lucha nadie sobra, hay que sumar. Hay
que crear redes que tengan como nombre «fraternidad» y como cimiento la
solidaridad, para que se multipliquen los recursos y lleguemos a más pobres y
de una manera más eficaz y concreta.
Convenzámonos: «Compartiendo se llega a más». Yo creo
que esto podría ser un motor para nuestra vida. O, si se quiere: «El problema
compartido es la mitad, la solidaridad compartida es el doble». Ciertamente
estamos en la hora del compromiso, pero atención, flaco sería el compromiso que
no llevara a la acción. En la lucha contra el hambre y la pobreza, primero está
la palabra que sensibiliza, después la intención de hacer algo y el compromiso
por hacerlo pero, al final, todo está encaminado a la acción, porque los pobres
están hastiados de grandilocuentes declaraciones. A los pobres se les ayuda con
acciones eficaces, concretas y perentorias. Ciertamente, las acciones son el
resultado de compromisos serios pero lo que cuenta, al fin y al cabo, son las
acciones.
Por tanto, ha llegado la hora de la acción; la hora de
poner manos a la obra para erradicar de una vez por todas la miseria y el
hambre en el mundo. Es la hora de actuar, es la hora de la voluntad política,
de la voluntad individual y de la voluntad colectiva que decide poner en
práctica lo que llamamos obras de misericordia: dar de comer al hambriento, dar
de beber al sediento.
(Publicado originalmente en Revista de Manos Unidas,
nº 202)
No hay comentarios:
Publicar un comentario