Santiago MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 25-3-17
Hay acontecimientos que pueden parecer interesantes
sólo para un país en concreto y generalmente me abstengo de comentarlos, porque
procuro referirme a aquello que pueda afectar a la Iglesia en general. Pero a
veces algo que sucede en un país es un síntoma de algo más serio que se
manifiesta o se puede manifestar en otros.
Me refiero en este caso al entusiasmo que el Papa
Francisco despierta en personajes de dudosa honorabilidad, cuando no
abiertamente criminales. Por ejemplo, el venezolano Maduro ha salido en defensa
del Pontífice, denunciando que hay un complot contra él porque es muy amigo de
los pobres. O el político ultraizquierdista español Pablo Iglesias, se ha
descolgado con unas declaraciones en las que manifiesta su simpatía hacia
Francisco y, de paso, fustiga a algunos obispos españoles a la vez que reclama
que se supriman los acuerdos entre la Iglesia y el Estado español. Que los
amigos del Papa sean dictadores de hecho o en potencia, enemigos declarados de
la Iglesia y, en un caso al menos, responsables de dejar morir de hambre a
millones de personas, a mí me preocupa muchísimo. No creo que haya nada que
pueda hacer más daño al Papa y a la Iglesia que esas amistades. Con esto no
quiero decir que sean amistades auténticas o que el Papa haya dado pie para que
se pueda pensar en eso. Más bien creo que son amistades interesadas por parte
de los políticos que se autoproclaman así, para beneficiarse de la gran
popularidad de Francisco, sin que les importe hacerle daño con ello.
Junto a eso, me preocupa también la división que se
está creando en la Iglesia. Cada vez se ve con más claridad la existencia de
dos bandos y eso es lo peor que puede ocurrir. Un sector de los que se
proclaman “francisquistas” eran los peores enemigos de los pontífices
precedentes y ahora reclaman una fidelidad al Pontífice que ellos no tuvieron en
ningún momento con sus predecesores. Más aún, se han convertido en
perseguidores de los que, según ellos, son la oposición a Francisco, a los
cuales acusan de impedir que el Papa aplique la supuesta reforma que estaría
deseando hacer en la Iglesia. Esta agresividad se pone de manifiesto por
escrito sobre todo, pero cada vez va más lejos, como ha tenido ocasión de
comprobar el cardenal Müller en Trieste, donde había ido para dar una
conferencia. Hay un sector eclesial que se radicaliza por momentos y que, en
nombre del Papa, ataca verbalmente, y están empezando a cruzar esa barrera, a
todos los que supuestamente se oponen a Francisco.
¿Alguien se imagina que esto hubiera sucedido en los
pontificados anteriores? Marx -que por cierto sólo ha tenido un nuevo ingreso
en su seminario este año-, fue nombrado arzobispo de Munich por Benedicto, lo
mismo que Bruno Forte. Kasper fue nombrado cardenal por Juan Pablo II. Había
discrepancias en la Iglesia y también había respeto. Los firmantes de la
Declaración de Colonia de 1989, contra Juan Pablo II, no fueron represaliados.
Ahora, los que se dicen amigos del Papa, se dedican a atacar e insultar a los
que ellos han calificado como enemigos del Pontífice. De poco sirve que el
Santo Padre tenga detalles de aprecio con los atacados -como hizo recientemente
con unas elogiosas declaraciones hacia el cardenal Burke- o que insista en que
lo que sus supuestos amigos dicen que quiere hacer no es lo que de verdad él
quiere hacer -como ha recordado a los obispos chilenos, al afirmar que su
objetivo con el Sínodo no era abrir la puerta a la comunión de los divorciados
vueltos a casar-.
En contra de sus intenciones y de sus deseos, por
desgracia, se ha difundido ya la idea de que el Papa está con gente como
Iglesias y Maduro y que el Vaticano es una cueva de corruptos que se oponen a
la reforma que el Papa quiere hacer. Repito, todo esto no sirve más que para
hacer mucho daño a la Iglesia. Sus enemigos lo saben y están aplicando el viejo
principio de “divide y vencerás”, con la novedad de que ahora están utilizando
la figura del Papa para conseguirlo.
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