El profesor Spaemann, 89 años, coetáneo y amigo de Joseph
Ratzinger, es profesor emérito de filosofía en la Ludwig-Maximilians-Universität
de Mónaco de Baviera. Es uno de los mayores filósofos y teólogos católicos
alemanes. Vive en Stoccarda. Su último libro en Italia es"Dio e il mondo.
Un'autobiografia in forma di dialogo", editado por Cantagalli en 2014.
Esto que sigue es la traducción de la entrevista
sobre la “Amoris laetitia” que ha dado en exclusivo el 28 de abril a la edición
alemana de Catholic News Agency:
D. – Profesor Spaemann, Ud. ha seguido, con su
filosofía, los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Hoy, muchos
fieles se preguntan si la exhortación postsinodal “Amoris lætitia” del papa Franciscopuede
ser leída en continuidad con la enseñanza de la Iglesia y de estos papas.
R. – Para la mayor parte del texto eso es posible, aunque
su lineamiento deja espacio a conclusiones que no pueden resultar compatibles
con la enseñanza de la Iglesia. Para el caso, el artículo 305, junto con la
nota 351, en el cual se afirma que los fieles "dentro de una situación
objetiva de pecado” pueden ser admitidos a los sacramentos “a causa de factores
atenuantes”, contradice directamente el artículo 84 de la "Familiaris
consortio" de Juan Pablo II.
D. – ¿Qué había en el corazón de Juan Pablo II?
R. – Juan Pablo II declara a la sexualidad humana
como “símbolo real de la donación de toda la persona” y, más precisamente, “una
unión no temporal o experimental”. En el artículo 84 afirma, por lo tanto, con
toda claridad, que los divorciados vueltos a casar, si desean acceder a la
comunión, deben renunciar a los actos sexuales. Un cambio en la praxis de la
administración de los sacramentos no sería, en consecuencia, “un desarrollo” de
la "Familiaris consortio", como considera el cardenal Kasper, sino
una ruptura con su enseñanza esencial, en el plano antropológico y teológico,
respecto del matrimonio y la sexualidad humana.
La Iglesia no tiene el poder, sin que exista una
conversión antecedente, de evaluar de modo positivo las relaciones sexuales
mediante la administración de los sacramentos, disponiendo anticipadamente de
la misericordia de Dios. Y esto permanece como verdadero prescindiendo de cuál
sea el juicio sobre estas situaciones, tanto sobre el plano moral como en el
humano. En este caso, como para el sacerdocio femenino, la puerta está cerrada.
D. – ¿No se podría objetar que, si bien las
consideraciones antropológicas y teológicas por Ud. citadas sean, tal vez,
verdaderas, no pueden limitar la misericordia de Dios la cual se relaciona con
la situación concreta de cada persona singular?
R. – La misericordia de Dios mira el corazón de la
fe cristiana en la encarnación y en la redención. Ciertamente que la mirada de
Dios comprende a cada persona singular en su situación concreta. Él conoce a
cada persona singular mejor de lo que ella misma se conoce. La vida cristiana,
sin embargo, no es una preparación pedagógica dentro de la cual uno se encamina
hacia el matrimonio como hacia un ideal, tal como aparece presentada en muchos
pasajes de la "Amoris lætitia". El entero ámbito de las relaciones,
particularmente aquellas de carácter sexual, tiene que ver con la dignidad de
la persona humana, con su personalidad y libertad. Tiene que ver con el cuerpo
como “templo de Dios” (1 Cor 6, 19). Toda violación en este ámbito, aun cuando
se haya convertido en frecuente,es una violación de la relación con Dios, a la
cual los cristianos están llamados; es un pecado contra su santidad, y tiene
siempre y continuamente, necesidad de purificación y conversión. La
misericordia de Dios reside, propiamente, en el hecho de que esta conversión ha
sido hecha, se prolonga y es, nuevamente, posible. Ella, ciertamente, no está
ligada a determinados límites, pero la Iglesia, por su parte, está obligada a
predicar la conversión y no tiene el poder de superar los límites existentes
mediante la administración de los sacramentos, ejerciendo, de este modo,
violencia a la misericordia de Dios.
D. – El Papa quiere que no nos concentremos sobre
frases singulares de su exhortación, sino que se tenga en cuenta la obra en su totalidad.
R. – Desde mi punto de vista, concentrarse sobre los
pasajes citados está plenamente justificado. Delante de un escrito del
magisterio papal no puede esperarse que la gente se alegre por un bello texto y
permanezca impasible frente a frases decisivas que cambian de modo sustancial
la enseñanza de la Iglesia. En ese caso sólo existe una clara decisión entre el
sí y el no. Dar o no dar la comunión: no existe una vía media.
D. – El Papa Francisco, en su escrito, repite que
ninguno puede ser condenado para siempre.
R. – Me resulta difícil entender qué cosa quiere
decir. Que a la Iglesia no le sea lícito condenar personalmente a ninguno, y
mucho menos eternamente –cosa que, gracias a Dios, ni siquiera puede hacer– es
algo claro. Pero, si se trata de relaciones sexuales que contradicen
objetivamente el ordenamiento de la vida cristiana, entonces querría verdaderamente
saber por boca del mismo Papa cuándo y en qué circunstancias una conducta
objetivamente pecaminosa se transforma en una conducta agradable a Dios.
D. – Entonces, ¿se trata de una ruptura con la
tradición de la enseñanza de la Iglesia?
R. – Que se trata de una ruptura resulta evidente
para cualquier persona que, siendo capaz de pensar, lea los textos en cuestión.
D. – ¿Cómo se ha podido llegar a esta ruptura?
R. – Que Francisco se ponga a una distancia crítica
respecto de su predecesor Juan Pablo II ya se había advertido cuando lo había
canonizado junto a Juan XXIII, en el momento en el cual consideró superfluoel segundo milagro que, contrariamente, es canónicamente
exigido. Muchos, con razón, han percibido a esta elección como manipuladora.
Parecía que el Papa quisiese relativizar la importancia de Juan Pablo II.
El verdadero problema, sin embargo, es el de una
influyente corriente de teología moral, ya presente entres los jesuitas en el
siglo XVII, que sostiene una mera ética situacional. Las citas de Tomás de
Aquino consignadas por el Papa en la "Amoris lætitia" parecen
sostener esta dirección de pensamiento. Aquí, sin embargo, se descuida el hecho
de que Tomás de Aquino conoce actos objetivamente pecaminosos, para los cuales
no admite excepción alguna ligada a las situaciones. Entre estos, también
entran las conductas sexuales desordenadas. Como ya había hecho en los años
cincuenta con el jesuita Karl Rahner, en una intervención que ya contiene todos
los argumentos esenciales,válidos todavía hoy, Juan Pablo II ha acusado a la
ética de la situación y la ha condenado en su encíclica "Veritatis
splendor"."Amoris laetitia" rompe también con este documento
magistral.
Al respecto, no debe olvidarse que fue Juan Pablo II quien introdujo como tema de su propio pontificado la misericordia divina, dedicándole su segunda encíclica y dando a conocer, en Cracovia, el diario de la hermana Faustina y canonizándola de modo inmediato. Él es su auténtico intérprete.
Al respecto, no debe olvidarse que fue Juan Pablo II quien introdujo como tema de su propio pontificado la misericordia divina, dedicándole su segunda encíclica y dando a conocer, en Cracovia, el diario de la hermana Faustina y canonizándola de modo inmediato. Él es su auténtico intérprete.
D. – ¿Qué consecuencias advierte para la Iglesia?
R. – Las consecuencias se pueden ver ya mismo. Crecen la incertidumbre, la inseguridad y la confusión: desde las conferencias episcopales hasta el último párroco que vive en la jungla. Hace pocos días un sacerdote del Congo me expresó toda su disconformidad frente a este texto y frente a la ausencia de indicaciones claras. De acuerdo a los pasajes correspondientes de "Amoris laetitia”, ante la presencia de "circunstancias atenuantes" no definidas, pueden ser admitidos a la absolución de los otros pecados y a la comunión no sólo los divorciados vueltos a casar sino todos aquellos que viven en cualquier “situación irregular”, sin que deban esforzarse en abandonar su conducta sexual y, por lo tanto, sin verdadera confesión y sin conversión.
Todo sacerdote que se atenga al orden sacramental
vigente hasta el momento, podría sufrir formas mobbing (trato hostil o vejatorio al que es sometida una
persona, que le provoca problemas psicológicos) por parte de los propios fieles y ser puesto bajo
presión por el propio Obispo. Roma puede imponer, ahora, la directiva por medio
de la cual sólo serán nombrados obispos “misericordiosos” que estén dispuestos a
ser condescendientes con el orden existente. El caos ha sido erigido como
principio con un trazo de pluma.
El Papa debería hacer sabido
que un paso semejante quiebra a la Iglesia y la conduce hacia un cisma. Este cisma no tendría lugar en la periferia sino
en el corazón mismo de la Iglesia. Que Dios nos libre de esto. Una cosa, sin
embargo, me parece segura: aquello que parecía ser la aspiración de este
pontificado –que la Iglesia superase la propia auto-referencialidad para
dirigirse, con un corazón libre, al encuentro de las personas– con este
documento papal ha sido aniquilado por un tiempo imprevisible. Lo que puede esperarse
es un empuje secularizador y un ulterior descenso del número de los sacerdotes
en amplias partes del mundo. Se puede verificar fácilmente, desde hace un
tiempo, que los obispos y las diócesis con una posición no equívoca en materia
de fe y de moral tienen el mayor número de vocaciones sacerdotales. Aquí se
debe tener en cuenta aquello que escribe San Pablo en la Carta a los Corintios:
"Si la trompeta emite un sonido confuso, ¿quién se preparará para la
batalla?" (1 Cor 14, 8).
D. – Entonces, ¿qué sucederá?
R. – Cada cardenal, pero también cada obispo y
sacerdote está llamado a defender, en su propio ámbito de competencia, el
ordenamiento sacramental católico y a profesarlo públicamente. Si el Papa no
está dispuesto a introducir correcciones, le corresponderá al pontificado
siguiente volver a poner las cosas en su justo lugar.
Tomado
del Blog Settimo Cielo de Sandro Magister(http://magister.blogautore.espresso.repubblica.it/)
Traducción a cargo de Carlos Daniel Lasa
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