domingo, 1 de mayo de 2016

Spaemann



El profesor Spaemann, 89 años, coetáneo y amigo de Joseph Ratzinger, es profesor emérito de filosofía en la Ludwig-Maximilians-Universität de Mónaco de Baviera. Es uno de los mayores filósofos y teólogos católicos alemanes. Vive en Stoccarda. Su último libro en Italia es"Dio e il mondo. Un'autobiografia in forma di dialogo", editado por Cantagalli en 2014.
Esto que sigue es la traducción de la entrevista sobre la “Amoris laetitia” que ha dado en exclusivo el 28 de abril a la edición alemana de Catholic News Agency:

D. – Profesor Spaemann, Ud. ha seguido, con su filosofía, los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Hoy, muchos fieles se preguntan si la exhortación postsinodal “Amoris lætitia” del papa Franciscopuede ser leída en continuidad con la enseñanza de la Iglesia y de estos papas.
R. – Para la mayor parte del texto eso es posible, aunque su lineamiento deja espacio a conclusiones que no pueden resultar compatibles con la enseñanza de la Iglesia. Para el caso, el artículo 305, junto con la nota 351, en el cual se afirma que los fieles "dentro de una situación objetiva de pecado” pueden ser admitidos a los sacramentos “a causa de factores atenuantes”, contradice directamente el artículo 84 de la "Familiaris consortio" de Juan Pablo II.

D. – ¿Qué había en el corazón de Juan Pablo II?
R. – Juan Pablo II declara a la sexualidad humana como “símbolo real de la donación de toda la persona” y, más precisamente, “una unión no temporal o experimental”. En el artículo 84 afirma, por lo tanto, con toda claridad, que los divorciados vueltos a casar, si desean acceder a la comunión, deben renunciar a los actos sexuales. Un cambio en la praxis de la administración de los sacramentos no sería, en consecuencia, “un desarrollo” de la "Familiaris consortio", como considera el cardenal Kasper, sino una ruptura con su enseñanza esencial, en el plano antropológico y teológico, respecto del matrimonio y la sexualidad humana.
La Iglesia no tiene el poder, sin que exista una conversión antecedente, de evaluar de modo positivo las relaciones sexuales mediante la administración de los sacramentos, disponiendo anticipadamente de la misericordia de Dios. Y esto permanece como verdadero prescindiendo de cuál sea el juicio sobre estas situaciones, tanto sobre el plano moral como en el humano. En este caso, como para el sacerdocio femenino, la puerta está cerrada.

D. – ¿No se podría objetar que, si bien las consideraciones antropológicas y teológicas por Ud. citadas sean, tal vez, verdaderas, no pueden limitar la misericordia de Dios la cual se relaciona con la situación concreta de cada persona singular?
R. – La misericordia de Dios mira el corazón de la fe cristiana en la encarnación y en la redención. Ciertamente que la mirada de Dios comprende a cada persona singular en su situación concreta. Él conoce a cada persona singular mejor de lo que ella misma se conoce. La vida cristiana, sin embargo, no es una preparación pedagógica dentro de la cual uno se encamina hacia el matrimonio como hacia un ideal, tal como aparece presentada en muchos pasajes de la "Amoris lætitia". El entero ámbito de las relaciones, particularmente aquellas de carácter sexual, tiene que ver con la dignidad de la persona humana, con su personalidad y libertad. Tiene que ver con el cuerpo como “templo de Dios” (1 Cor 6, 19). Toda violación en este ámbito, aun cuando se haya convertido en frecuente,es una violación de la relación con Dios, a la cual los cristianos están llamados; es un pecado contra su santidad, y tiene siempre y continuamente, necesidad de purificación y conversión. La misericordia de Dios reside, propiamente, en el hecho de que esta conversión ha sido hecha, se prolonga y es, nuevamente, posible. Ella, ciertamente, no está ligada a determinados límites, pero la Iglesia, por su parte, está obligada a predicar la conversión y no tiene el poder de superar los límites existentes mediante la administración de los sacramentos, ejerciendo, de este modo, violencia a la misericordia de Dios. 

D. – El Papa quiere que no nos concentremos sobre frases singulares de su exhortación, sino que se tenga en cuenta la obra en su totalidad.
R. – Desde mi punto de vista, concentrarse sobre los pasajes citados está plenamente justificado. Delante de un escrito del magisterio papal no puede esperarse que la gente se alegre por un bello texto y permanezca impasible frente a frases decisivas que cambian de modo sustancial la enseñanza de la Iglesia. En ese caso sólo existe una clara decisión entre el sí y el no. Dar o no dar la comunión: no existe una vía media.

D. – El Papa Francisco, en su escrito, repite que ninguno puede ser condenado para siempre.
R. – Me resulta difícil entender qué cosa quiere decir. Que a la Iglesia no le sea lícito condenar personalmente a ninguno, y mucho menos eternamente –cosa que, gracias a Dios, ni siquiera puede hacer– es algo claro. Pero, si se trata de relaciones sexuales que contradicen objetivamente el ordenamiento de la vida cristiana, entonces querría verdaderamente saber por boca del mismo Papa cuándo y en qué circunstancias una conducta objetivamente pecaminosa se transforma en una conducta agradable a Dios.

D. – Entonces, ¿se trata de una ruptura con la tradición de la enseñanza de la Iglesia?
R. – Que se trata de una ruptura resulta evidente para cualquier persona que, siendo capaz de pensar, lea los textos en cuestión.

D. – ¿Cómo se ha podido llegar a esta ruptura?
R. – Que Francisco se ponga a una distancia crítica respecto de su predecesor Juan Pablo II ya se había advertido cuando lo había canonizado junto a Juan XXIII, en el momento en el cual consideró superfluoel segundo milagro que, contrariamente, es canónicamente exigido. Muchos, con razón, han percibido a esta elección como manipuladora. Parecía que el Papa quisiese relativizar la importancia de Juan Pablo II.

El verdadero problema, sin embargo, es el de una influyente corriente de teología moral, ya presente entres los jesuitas en el siglo XVII, que sostiene una mera ética situacional. Las citas de Tomás de Aquino consignadas por el Papa en la "Amoris lætitia" parecen sostener esta dirección de pensamiento. Aquí, sin embargo, se descuida el hecho de que Tomás de Aquino conoce actos objetivamente pecaminosos, para los cuales no admite excepción alguna ligada a las situaciones. Entre estos, también entran las conductas sexuales desordenadas. Como ya había hecho en los años cincuenta con el jesuita Karl Rahner, en una intervención que ya contiene todos los argumentos esenciales,válidos todavía hoy, Juan Pablo II ha acusado a la ética de la situación y la ha condenado en su encíclica "Veritatis splendor"."Amoris laetitia" rompe también con este documento magistral. 

Al respecto, no debe olvidarse que fue Juan Pablo II quien introdujo como tema de su propio pontificado la misericordia divina, dedicándole su segunda encíclica y dando a conocer, en Cracovia, el diario de la hermana Faustina y canonizándola de modo inmediato. Él es su auténtico intérprete.

D. – ¿Qué consecuencias advierte para la Iglesia?
R. – Las consecuencias se pueden ver ya mismo. Crecen la incertidumbre, la inseguridad y la confusión: desde las conferencias episcopales hasta el último párroco que vive en la jungla. Hace pocos días un sacerdote del Congo me expresó toda su disconformidad frente a este texto y frente a la ausencia de indicaciones claras. De acuerdo a los pasajes correspondientes de "Amoris laetitia”, ante la presencia de "circunstancias atenuantes" no definidas, pueden ser admitidos a la absolución de los otros pecados y a la comunión no sólo los divorciados vueltos a casar sino todos aquellos que viven en cualquier “situación irregular”, sin que deban esforzarse en abandonar su conducta sexual y, por lo tanto, sin verdadera confesión y sin conversión.
Todo sacerdote que se atenga al orden sacramental vigente hasta el momento, podría sufrir formas mobbing (trato hostil o vejatorio al que es sometida una persona, que le provoca problemas psicológicos) por parte de los propios fieles y ser puesto bajo presión por el propio Obispo. Roma puede imponer, ahora, la directiva por medio de la cual sólo serán nombrados obispos “misericordiosos” que estén dispuestos a ser condescendientes con el orden existente. El caos ha sido erigido como principio con un trazo de pluma.

El Papa debería hacer sabido que un paso semejante quiebra a la Iglesia y la conduce hacia un cisma. Este cisma no tendría lugar en la periferia sino en el corazón mismo de la Iglesia. Que Dios nos libre de esto. Una cosa, sin embargo, me parece segura: aquello que parecía ser la aspiración de este pontificado –que la Iglesia superase la propia auto-referencialidad para dirigirse, con un corazón libre, al encuentro de las personas– con este documento papal ha sido aniquilado por un tiempo imprevisible. Lo que puede esperarse es un empuje secularizador y un ulterior descenso del número de los sacerdotes en amplias partes del mundo. Se puede verificar fácilmente, desde hace un tiempo, que los obispos y las diócesis con una posición no equívoca en materia de fe y de moral tienen el mayor número de vocaciones sacerdotales. Aquí se debe tener en cuenta aquello que escribe San Pablo en la Carta a los Corintios: "Si la trompeta emite un sonido confuso, ¿quién se preparará para la batalla?" (1 Cor 14, 8).

D. – Entonces, ¿qué sucederá?
R. – Cada cardenal, pero también cada obispo y sacerdote está llamado a defender, en su propio ámbito de competencia, el ordenamiento sacramental católico y a profesarlo públicamente. Si el Papa no está dispuesto a introducir correcciones, le corresponderá al pontificado siguiente volver a poner las cosas en su justo lugar.


Tomado del Blog Settimo Cielo de Sandro Magister(http://magister.blogautore.espresso.repubblica.it/)
Traducción a cargo de Carlos Daniel Lasa


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