Los judíos que vivían fuera de Jerusalén, llamados “de la
diáspora”, se habían congregado en este día para celebrar la fiesta judía de
Pentecostés.
De ese modo “hacían memoria”, actualizando, la alianza
realizada en el monte Sinaí cuando Dios entregara a Moisés las palabras o
mandamientos que debían observar como señal de fidelidad y amor a quien los
había liberado de Egipto.
Se hallan presentes los originarios del Asia Menor,
Media, Frigia, es decir, “judíos
piadosos, venidos de todas las naciones del mundo” (Hechos 2, 1-11),
mientras los apóstoles con María se encuentran “reunidos en el mismo lugar”.
Por medio de signos audibles “vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento”,
visibles “vieron aparecer unas lenguas
como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos”, de
manera que “todos quedaron llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu
les permitía expresarse”.
La fiesta de Pentecostés cristiana deja atrás la antigua
alianza para sellar una nueva en la muerte y resurrección de Cristo, de manera
que cesa la diversidad de lenguas, signo de la dispersión que produce el
pecado, para permitir la unidad de todos
mediante la vivencia de una misma verdad, la de Cristo.
Los apóstoles que reciben al Espíritu Santo enviado por
el Padre, se sienten transformados en profundidad, ya que son iluminados en su
inteligencia para conocer la verdad en plenitud, cumpliéndose lo que
proclamamos recién en el evangelio (Jn. 14, 15-16.23b-26) “el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre,
les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho”.
Al mismo tiempo encenderá el corazón de los apóstoles con
el fuego de la caridad, de manera que las maravillas recibidas del amor de Dios
no las guarden para sí, sino que han de ofrecerlas a todos los que quieran
recibirlas.
Han de ir al encuentro de los hombres de su tiempo para
hacer partícipes de la bondad divina al mayor número de personas.
La venida del Espíritu Santo es una realidad también para
nosotros, recibida en primer lugar con ocasión del bautismo, ya que se nos
aplicó a nuestras vidas la muerte y resurrección de Cristo, siendo acreedores
de la vida de la gracia, convirtiéndonos en herederos de la vida eterna,
constituidos soldados de Cristo por medio del sacramento de la Confirmación.
En virtud de esta transformación interior recibida como
don, no nos debe admirar lo que el apóstol san Pablo nos dice en la segunda
lectura (Rom. 8, 8-17) en el sentido
de que hemos de dejarnos conducir por el Espíritu.
El apóstol conoce muy bien la condición humana, herida
por el pecado de los orígenes, tentada siempre a vivir de acuerdo a las obras
de la carne, es decir, del pecado y de los apetitos desordenados que pugnan por
saciarse lejos de la fidelidad al Señor, de allí la necesidad de dejarnos
conducir por el Espíritu.
La vida humana sumergida en las obras de la carne,
culmina en la muerte, recuerda Pablo, mientras que la vida en Cristo nos hace
clamar Abba, es decir, Padre, ya que el interior del hombre está llamado al encuentro verdadero y
reconfortante con el Señor resucitado.
No fuimos salvados para vivir como esclavos de nuestros
apetitos desordenados, sino para vivir en la libertad de los hijos de Dios, no
fuimos convocados para “despistarnos” del camino, sino para perseverar en el
bien.
Libertad recibida no para hacer lo que se nos antoja cada
día, por cierto, como muchas veces se cree erróneamente, sino para optar
siempre por el bien obrar.
Ser libres implica salir de nuestra propia contemplación,
para abrirnos únicamente al Salvador de los hombres por quien fuimos hechos
hijos adoptivos del Padre.
Queridos hermanos esta fiesta debe significar para
nosotros el compromiso diario de vivir bajo la guía del Espíritu Santo, para
pertenecer sólo a Cristo y manifestar de este modo que en la fidelidad a su
Persona damos testimonio de nuestro amor incondicional por quien nos ha
redimido.
Padre
Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en
Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de
Pentecostés. 08 de mayo de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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