Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La
Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (30 de abril de
2016)
La semana pasada hablamos en Claves sobre “la tragedia
de Costa Salguero” y el papel jugado por las drogas en un drama semejante. Por
eso me pareció valioso contarles hoy alguna de las experiencias que tenemos
aquí, en la Arquidiócesis de La Plata; porque más allá de la lucha contra el
narcotráfico, como se le dice habitualmente y que al parecer no es lo
suficientemente efectiva, el problema principal es el problema cultural: cómo
la sociedad, y especialmente las familias, se hacen cargo de lo que está
pasando.
Nosotros tenemos aquí un centro de recuperación que
dirige el Padre Ariel Solé, un especialista en esta materia, licenciado en
Ciencias de la Educación y con gran preparación para tratar esos casos. Allí
están internados jóvenes adictos desde los 17 años, hay algunos pocos adultos
con problemas de alcoholismo, pero la mayoría son chicos que están allí por
problemas con las drogas.
Les quiero contar una historia personal. Una de las
últimas veces que fui a ese Centro, que se llama “Volver a crear”, al entrar vi
a un chico apoyado en una baranda, apesadumbrado, me acerqué para preguntarle
qué le pasaba, y me respondió: “me quiero ir”. Le pregunté por qué y me dijo
algo así como que lo agobiaba la culpa. Me parece que habían tenido un taller
sobre el tema de la culpa; el chico me contó que se culpaba a sí mismo de haber
iniciado a su hermanito menor en la droga. Le di argumentos elementales
explicándole que era conveniente que se quedara ahí, se curara él y luego podía
ayudar a su hermanito a curarse, y de ese modo se podía liberar de la culpa.
Seguimos hablando, pero yo no lograba sacarlo de esa
situación de tristeza, de agobio a causa de su culpa. Le di un beso en la
cabeza y el chico se me aferró, me dio un abrazo interminable que me hizo
pensar que ese chico nunca tuvo afecto en su vida, nunca experimentó ser amado.
Le pregunté por sus papás y me dijo: “mi papá está preso porque es narco”.
Textual. No habló de su mamá y me contó que vivía con su abuela, La referente
era la abuela y un tío bastante mayor que estaba internado en el mismo Centro.
Seguí hablando un rato con él; luego una de las asistentes me dio detalles del
caso y quedé tan impresionado que a la semana siguiente volví para preguntar
por él y me dijeron que lamentablemente se había ido. Luego hablé con el Padre
Ariel, quien me comentó que eso pasaba muchas veces, y añadió: “lo grave es que
o vuelven o los matan”. Esa es la situación que se vive hoy en la Argentina,
abundantemente. Pienso de una manera particular en los pobres, los que no
tienen dinero para ir a fiestas electrónicas.
Se habla mucho de la prevención, pero lo cierto es que
no se previene nada porque el poder universal del narcotráfico es avasallador.
Nosotros hemos descubierto, en La Plata, narcos vendiendo en la esquina de
nuestros colegios parroquiales. Usaban esta metodología: regalaban droga a
algunos chicos para que la metieran dentro del colegió y así empezaban el
negocio allí dentro. Por suerte los pudimos ahuyentar. Como se sabe, la trama
de complicidades es difícil de desmontar: hay criminales elegantes, discretos y
encumbrados.
Por eso, éste es un problema de toda la sociedad y
sobre todo es un problema de la familia. Esta afirmación me lleva a un tema
colateral, del cual hemos hablado muchas veces aquí: ¿Dónde está la familia?
¿Existe la familia? Miremos el caso de este chico del cual les hablé al
comienzo de esta charla. Por el abrazo que me dio advertí sensiblemente que me
di cuenta que ese chico nunca tuvo el afecto, el amor, el cariño cercano de un
padre y una madre, el amor que educa, que orienta y transmite el sentido de la
vida. Hay que empezar todo de nuevo: la orfandad de los chicos de hoy es
tremenda, tanto en las clases populares cuanto en la burguesía bienestante.
Por eso creo que aquí está la cuestión clave: en el
vacío de sentido vinculado con la orfandad en la cual crecen muchos chicos y
chicas de hoy porque no tienen padres. Tienen a aquellos que los engendraron,
pero no han tenido quienes los hayan educado, como corresponde y uno ve en
tantas familias, a tantos jóvenes matrimonios con sus chicos. A mí me encanta
verlos tantas veces en la Catedral, cómo viven el momento, las celebraciones
litúrgicas en familia, los papás con los chicos, y ver cómo los chicos están
pendientes de su mamá y de su papá y eso es lo que hace falta. Si eso falla en
el inicio, la cosa difícilmente acabe bien. El gravísimo problema social que
padecemos es que existen innumerables huérfanos con padres vivos.
Las obras para la rehabilitación de adictos son
imprescindibles, pero mejor sería que no fueran siquiera necesarias. ¿Parece un
ideal inalcanzable? Lo que he querido decirles es que la cosa va por otro lado:
habría que trabajar para reconstruir la familia, para encaminar desde ese
ámbito la educación que comienza en la crianza; y no sólo eso; habría que
añadir un largo etcétera.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
No hay comentarios:
Publicar un comentario