martes, 3 de mayo de 2016

SOS a la familia


Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (30 de abril de 2016)

La semana pasada hablamos en Claves sobre “la tragedia de Costa Salguero” y el papel jugado por las drogas en un drama semejante. Por eso me pareció valioso contarles hoy alguna de las experiencias que tenemos aquí, en la Arquidiócesis de La Plata; porque más allá de la lucha contra el narcotráfico, como se le dice habitualmente y que al parecer no es lo suficientemente efectiva, el problema principal es el problema cultural: cómo la sociedad, y especialmente las familias, se hacen cargo de lo que está pasando.

Nosotros tenemos aquí un centro de recuperación que dirige el Padre Ariel Solé, un especialista en esta materia, licenciado en Ciencias de la Educación y con gran preparación para tratar esos casos. Allí están internados jóvenes adictos desde los 17 años, hay algunos pocos adultos con problemas de alcoholismo, pero la mayoría son chicos que están allí por problemas con las drogas.

Les quiero contar una historia personal. Una de las últimas veces que fui a ese Centro, que se llama “Volver a crear”, al entrar vi a un chico apoyado en una baranda, apesadumbrado, me acerqué para preguntarle qué le pasaba, y me respondió: “me quiero ir”. Le pregunté por qué y me dijo algo así como que lo agobiaba la culpa. Me parece que habían tenido un taller sobre el tema de la culpa; el chico me contó que se culpaba a sí mismo de haber iniciado a su hermanito menor en la droga. Le di argumentos elementales explicándole que era conveniente que se quedara ahí, se curara él y luego podía ayudar a su hermanito a curarse, y de ese modo se podía liberar de la culpa.

Seguimos hablando, pero yo no lograba sacarlo de esa situación de tristeza, de agobio a causa de su culpa. Le di un beso en la cabeza y el chico se me aferró, me dio un abrazo interminable que me hizo pensar que ese chico nunca tuvo afecto en su vida, nunca experimentó ser amado. Le pregunté por sus papás y me dijo: “mi papá está preso porque es narco”. Textual. No habló de su mamá y me contó que vivía con su abuela, La referente era la abuela y un tío bastante mayor que estaba internado en el mismo Centro. Seguí hablando un rato con él; luego una de las asistentes me dio detalles del caso y quedé tan impresionado que a la semana siguiente volví para preguntar por él y me dijeron que lamentablemente se había ido. Luego hablé con el Padre Ariel, quien me comentó que eso pasaba muchas veces, y añadió: “lo grave es que o vuelven o los matan”. Esa es la situación que se vive hoy en la Argentina, abundantemente. Pienso de una manera particular en los pobres, los que no tienen dinero para ir a fiestas electrónicas.

Se habla mucho de la prevención, pero lo cierto es que no se previene nada porque el poder universal del narcotráfico es avasallador. Nosotros hemos descubierto, en La Plata, narcos vendiendo en la esquina de nuestros colegios parroquiales. Usaban esta metodología: regalaban droga a algunos chicos para que la metieran dentro del colegió y así empezaban el negocio allí dentro. Por suerte los pudimos ahuyentar. Como se sabe, la trama de complicidades es difícil de desmontar: hay criminales elegantes, discretos y encumbrados.

Por eso, éste es un problema de toda la sociedad y sobre todo es un problema de la familia. Esta afirmación me lleva a un tema colateral, del cual hemos hablado muchas veces aquí: ¿Dónde está la familia? ¿Existe la familia? Miremos el caso de este chico del cual les hablé al comienzo de esta charla. Por el abrazo que me dio advertí sensiblemente que me di cuenta que ese chico nunca tuvo el afecto, el amor, el cariño cercano de un padre y una madre, el amor que educa, que orienta y transmite el sentido de la vida. Hay que empezar todo de nuevo: la orfandad de los chicos de hoy es tremenda, tanto en las clases populares cuanto en la burguesía bienestante.

Por eso creo que aquí está la cuestión clave: en el vacío de sentido vinculado con la orfandad en la cual crecen muchos chicos y chicas de hoy porque no tienen padres. Tienen a aquellos que los engendraron, pero no han tenido quienes los hayan educado, como corresponde y uno ve en tantas familias, a tantos jóvenes matrimonios con sus chicos. A mí me encanta verlos tantas veces en la Catedral, cómo viven el momento, las celebraciones litúrgicas en familia, los papás con los chicos, y ver cómo los chicos están pendientes de su mamá y de su papá y eso es lo que hace falta. Si eso falla en el inicio, la cosa difícilmente acabe bien. El gravísimo problema social que padecemos es que existen innumerables huérfanos con padres vivos.

Las obras para la rehabilitación de adictos son imprescindibles, pero mejor sería que no fueran siquiera necesarias. ¿Parece un ideal inalcanzable? Lo que he querido decirles es que la cosa va por otro lado: habría que trabajar para reconstruir la familia, para encaminar desde ese ámbito la educación que comienza en la crianza; y no sólo eso; habría que añadir un largo etcétera.


Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

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