Homilía en el domingo XV durante el año. Ciclo
A. 13 de julio de 2014.
P. Ricardo Mazza
Por medio de su Palabra, Dios crea el mundo de la nada,
colocando toda la creación al servicio del hombre, la creatura más amada por el
hecho de ser “su imagen y semejanza”. Pero por envidia del maligno entró el pecado,
de modo que “la creación espera ansiosamente” verse liberada ya que “ella quedó
sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió,
pero conservando una esperanza” la de ser “liberada de la esclavitud de la
corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de
parto. Y no sólo ella, también nosotros, que poseemos las primicias del
Espíritu, gemimos interiormente anhelando la plena realización de nuestra
filiación adoptiva, la redención de nuestros cuerpo” (Rom. 8, 18-23).
En su benevolencia,
Dios mismo envía a su Hijo, su Palabra, para que hecho hombre, ingrese en la
historia humana para mostrarnos el camino de la liberación de toda esclavitud,
y así llegar a “la plena realización de
nuestra filiación adoptiva”.
Para realizar la salvación de todo hombre que viene a este
mundo, y como Palabra del Padre, Cristo se hace presente en nuestro devenir,
sembrando su Verdad en la tierra de nuestro corazón, fecundándolo y haciéndolo capaz
de abundantes frutos, como la lluvia que cae en la tierra (cf. Is. 55,10-11),
necesitando, eso sí, la respuesta libre de cada uno de nosotros, es decir, una
tierra preparada y apta para recibir la semilla de la palabra divina.
La manifestación de
esta experiencia de un Dios que quiere sacarnos del estado de postración que
nos hace gemir interiormente deseando “la gloriosa libertad de los hijos de
Dios”, y la diversa respuesta humana que se suscita, aparece reflejada en la liturgia de este domingo por medio de la
parábola del sembrador (Mt. 13, 1-23).
El sembrador es
Jesús, la semilla es la
Palabra de Dios, los destinatarios son todos los hombres que
dan respuestas diferentes a la propuesta de salvación, de manera que “se
perdieron tres partes, y una sola se salvó” (s. Juan Crisóstomo, homilía 46),
siendo responsable de la pérdida de la mayor parte de la siembra, no el
sembrador, “sino la tierra que la
recibe, es decir, el alma; porque el sembrador al cumplir su misión no
distingue al rico ni al pobre, ni al sabio ni al ignorante, sino que habla
indistintamente a todos, en la previsión de los que había de resultar” (hom.
45).
En el texto del
evangelio de referencia, Jesús, antes de explicar la parábola, afirma que “a
quien tiene se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no
tiene, se le quitará aún lo que tiene”, significando que a quien tiene el deseo
de convertirse y unirse al Señor, se le otorgarán en abundancia los dones
divinos, mientras que a quien no lo mueve el deseo de ser mejor, y por lo tanto
no pone de su parte cuanto puede para conseguirlos, no le serán facilitados los
beneficios que la
Providencia divina le tenía reservados.
Las semillas que caen
en el borde del camino y son devoradas por los pájaros, refiere a la situación
de tantos incrédulos o cristianos que
escuchan la palabra pero ésta les resbala, sin que nunca les llegue algo de lo
que Dios comunica. Están instalados en sus ideologías y pensamientos mundanos,
se sienten cómodos en su vida y la
Palabra no consigue cambiarlos para nada.
En los pecados
personales estas personas no se dan por aludidas, aceptan y promueven los
criterios demoledores del mundo acerca del matrimonio, la familia, la
honestidad de costumbres, directamente contrarían personalmente los mandamientos
de Dios promoviendo su aniquilación en la sociedad, aplaudiendo siempre todo lo
que denigra al ser humano. Tratan de justificarse con mil razones falsas en lo
personal, o distinguen siempre entre lo que pertenece al campo de lo privado y
lo público, favoreciendo en este último ámbito la realización del mal.
En ellos se cumplen
las palabras del profeta Isaías que Jesús cita en el texto de la parábola
afirmando que “Por más que oigan, no comprenderán, porque el corazón…se ha
endurecido, se han tapado sus oídos y han cerrado sus ojos, por temor de que
sus ojos vean, que sus oídos oigan, que su corazón comprenda, que se
conviertan, y que yo los cure”.
Las semillas que
cayeron en terreno pedregoso que crecen enseguida, pero que por falta de tierra
son quemadas por el sol y se secan, corresponden a quienes reciben con alegría
la palabra del Señor, pero al carecer de
profundidad su decisión, abandonan los buenos propósitos a causa de las
dificultades, ya que son inconstantes.
La historia humana
está colmada de esta tipología de la inconstancia, por la que son muchos los
que se entusiasman en un retiro o por algo que los impactó, o pretenden andar
bien con Dios y con el diablo, y cuando surgen las pruebas reniegan de lo que
creían, o por respeto humano prefieren seguir el aplauso del mundo haciendo
caso omiso a la fidelidad a Dios.
Son los que abandonan
las obras e instituciones de la
Iglesia cuando no se comparten sus criterios “iluminados o
providencialistas”, o se cansan de “ser fieles” a la obra del Señor a través
del tiempo.
Otra parte de
semillas caen entre espinas y son ahogadas impidiéndoles crecer. Escuchan la
palabra pero las preocupaciones del mundo son tan “ruidosas” que no la perciben
en toda su magnitud.
Son los hombres que
por la abundancia de bienes o de poder, no pueden oír el sonido salvador de la
palabra de Dios; los que agobiados por tantas ocupaciones carecen de tiempo
para entregarse a lo que verdaderamente importa; los que justifican su mala
vida censurando los mismos pecados presentes en la Iglesia ; los que están tan
llenos de sí, de vanidad y de falsos conceptos que no atribuyen importancia
alguna a la revelación divina.
Para todos estos,
pasarla bien y gozar de la vida son sus metas centrales; la despreocupación por
el más allá su estandarte; la desesperación su fin obligado, aunque no deseado.
Por último, las
semillas que cayeron en tierra fértil produciendo fruto diverso, refieren a los
que deseosos de encontrarse con Cristo, abren sus corazones a su misericordia
infinita, ávidos de seguir sus enseñanzas.
Se trata, como dice
san Remigio, de “la conciencia fiel de los elegidos o el alma de los santos que
reciben con gozo y con deseo, y con devoción del corazón la palabra de Dios y la conservan
varonilmente en la prosperidad y en la adversidad, y produce frutos”.
Queridos hermanos,
por medio de esta parábola, Jesús muestra nuestras posibilidades de elección
ante los dones que se nos ofrecen.
Ante ello, ¿Cuál será
nuestra respuesta? ¿Dejaremos de entregarnos a su mensaje porque nos domina la
inconstancia? ¿Seguiremos siendo superficiales dejando que las cosas nos
ahoguen y dominen profundizando nuestra esclavitud a lo efímero?, ¿Nos
entusiasmaremos por Jesús durante un
tiempo para luego abandonarlo?
Pidamos al Señor
prepare nuestro corazón, la tierra de nuestro interior, que nos ilumine con su
Palabra y, nos fortifique con el regalo de la Eucaristía.
Padre Ricardo B.
Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz.
Homilía en el domingo XV durante el año. Ciclo
A. 13 de julio de 2014.
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