Ante la gravedad de
la crisis institucional que sufre la Argentina , parece oportuno reflexionar sobre la
participación ciudadana en la vida pública. Ya Aristóteles señalaba que quien
se niega a actuar en sociedad, o es un semidiós o es una bestia. Y como en toda
sociedad existen personas que ejercen la autoridad y dictan las normas que
regirán la misma; no es razonable desentenderse del proceso que determinará
quienes sean esas personas. Puesto que, como advierte Toynbee, el mayor castigo
para quienes no se interesan en la política, es que serán gobernados por
personas que sí se interesan.
Un ejemplo reciente
de las consecuencias de la indiferencia en esta materia, se advierte en el
resultado de las elecciones municipales italianas(2013). Hubo un crecimiento
sin precedentes del ausentismo, que demuestra
el desánimo generalizado. Además,
el Movimiento 5 Estrellas, fundado por el comediante Beppe Grillo,
perdió la mitad de los sufragios obtenidos hace pocos meses. Recordemos que
este nuevo partido “antisistema” había logrado en los comicios nacionales el
25% de los votos, obteniendo 162
diputados y senadores. Finalizada la elección, Grillo se negó a cualquier
acuerdo con otras fuerzas políticas, impidiendo la formación del gobierno
durante dos meses, y desalentando a sus propios votantes.
Antecedente a tener
en cuenta, pues no es razonable apoyar a dirigentes improvisados carentes de la
formación y experiencia que requiere el manejo de la función pública; ni en
Italia ni en la Argentina.
No está demás
recordar las manifestaciones multitudinarias en países europeos de los
indignados, movimiento espontáneo que se inspiró en un opúsculo de Stéphane
Hessel (“Indignaos”), que, por cierto, no produjo ningún cambio en la difícil
realidad. El mismo autor publicó otra obra (“Comprometeos”), reconociendo que
la indignación y la resistencia no bastan: es necesario emprender una acción.
En otras palabras, es necesario apoyar a quienes tienen vocación por la
política, y la desarrollan en una actividad sistemática.
El aspecto más
importante del funcionamiento de la sociedad política, es la selección de
quienes ocuparán el gobierno del Estado. En el mundo contemporáneo, en todos
los Estados democráticos, la selección mencionada se realiza a través de los
partidos políticos. Éstos son agrupaciones de ciudadanos, que buscan apoyo
social para competir por el poder y participar en la conducción del Estado. No
podemos ignorar que el actual sistema de partidos merece fundadas
críticas. Lo más grave, en el caso
argentino, es que la reforma de la Constitución Nacional ,
en 1994, les concedió a los partidos el monopolio de la representación
política, lo que facilita la partidocracia: situación en que las decisiones
estatales se subordinan a la conveniencia circunstancial de los dirigentes de
los partidos más influyentes. Es preciso, entonces, perfeccionar el sistema
para que sirva al bien común. Pero, dicho perfeccionamiento solo podrá ser
logrado si existe una amplia y activa participación ciudadana.
La forma de
participación en la vida cívica, que compete a todos los ciudadanos, es la de
votar en las elecciones para determinar quienes serán los gobernantes. Pues
bien, el voto es un derecho y un deber, que obliga en conciencia, Únicamente en
casos muy graves y excepcionales, puede justificarse la abstención o el voto en
blanco.
Debido a la cantidad
de partidos existentes en la
Argentina , es casi imposible que no se presente ningún
partido, que tenga una plataforma compatible con los propios principios
doctrinarios. Mucho más difícil aún es que no haya ningún candidato que reúna
condiciones mínimas de capacidad y honestidad. Entonces, aunque no nos
satisfaga el panorama de la política nacional, y aunque no encontremos ningún
partido y ningún candidato que despierten nuestra adhesión plena, debemos
practicar la antigua doctrina del mal
menor, vinculada al tópico de la tolerancia del mal. La doctrina enseña que,
entre dos males, se puede elegir, o permitir, el menor.
La tolerancia al mal,
es un postulado de la prudencia política. Por eso, no está de más recordar a
Santo Tomás Moro, “Patrono de los
gobernantes y de los políticos”. Precisamente, en su libro “Utopía” nos ha
dejado un consejo que resume adecuadamente
la doctrina del mal menor:
La
imposibilidad de suprimir enseguida prácticas inmorales y corregir defectos
inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto
no abandona su nave en la tempestad, porque no puede dominar los vientos.
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Documento de Trabajo Nº 8
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