Alocución de monseñor
José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (19 de julio
de 2014)
Aica, 21-7-14
La paciencia es una
virtud que tiene mala prensa. Valoramos lo inmediato, lo que no hay que
esperar. Tal vez esto encuentre algún justificativo en una cultura del zapping,
o el deseo de quedarnos rápidamente con lo que nos gusta. Sin embargo, cuando
buscamos el resultado de un proyecto llamado a realizarse en el tiempo
comenzamos a valorar la espera, que es una manera de sabiduría. El evangelio de
este domingo nos habla de la cizaña que va creciendo junto al buen trigo, y nos
muestra el deseo normal de los trabajadores de arrancarla inmediatamente, pero
el Señor les dice: "No, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de
arrancar también el trigo" (Mt, 13, 29). Se que no es fácil acostumbrarnos
a convivir con lo imperfecto, quisiéramos quedarnos sólo con lo que es
perfecto, sin embargo, ello también forma parte de una realidad en nuestro
caminar que debemos asumir y transformar.
La paciencia es
virtud, incluso es parte de la virtud de la fortaleza, cuando se la vive en el
marco de un proyecto de vida. La urgencia, la ansiedad o inmediatez, cuántas
veces denota la falta de un camino que de sentido a la espera. Diría que él que
ha encontrado un camino, un objetivo, es paciente, porque sabe a dónde va. Esto
vale tanto para la vida personal, espiritual o familiar, como social y
política. Si no hay un mañana que nos abre a un ideal que nos compromete, la
paciencia pierde su sentido. Cuando Jesucristo define la "carta
fundamental" del Reino de Dios en el Sermón de la Montaña , nos dice:
"Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia" (Mt.
5, 4). No se trata de pasividad o resignación ante el mal, sino de una actitud
o estilo de vida nuevo y exigente, que se funda en la fe que da sentido a
nuestras vidas dentro del Plan de Dios, y en el amor que nos hace testigos y
protagonistas de mundo nuevo. Fe y amor se convierten desde Jesucristo en la
fuente y el modelo de la paciencia cristiana.
Cuando uno ve en la
historia de la Iglesia
esas grandes obras de caridad que llevaron adelante personas frágiles, pero
dotadas de este espíritu de las Bienaventuranzas, comprende lo que es la
santidad como presencia de un estilo nuevo de vida al que somos llamados como
un ideal al que no siempre alcanzamos, es cierto, pero qué importante es
tenerlo y vivir con la certeza de una verdad que nos da sentido y plenitud.
Jesucristo no nos predica una utopía inalcanzable sino una vida real y
posible. Los santos dan testimonio de esta verdad del Evangelio. En este
caminar junto a lo imperfecto, ellos han sabido esperar. A ellos los veo como
testigos de aquella actitud de Jesucristo de la que san Pedro hizo el mayor
elogio, cuando dijo: "Pasó haciendo el bien" (Hech. 10, 38), es
decir, fue curando, elevando y transformado esa realidad herida y postergada.
Podemos concluir diciendo, el Señor fue paciente e incluso cargó la cruz.
Reciban de su obispo,
junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María
Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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