TURISMO EN ARMONÍA
CON LAS COMUNIDADES QUE LO ACOGEN
Ciudad del Vaticano,
11 julio 2014 (VIS).-
El Pontificio Consejo
para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes publica hoy el Mensaje con
ocasión de la Jornada Mundial del Turismo 2014 que, promovida por la
Organización Mundial del Turismo (OMT), se celebra el 27 de septiembre y cuyo
lema es esta vez Turismo y desarrollo comunitario. Firman el documento el
cardenal Antonio Maria Vegliò y el obispo Joseph Kalathiparambil,
respectivamente presidente y secretario de ese dicasterio.
''Siendo conscientes
de la importancia social y económica que el turismo tiene en el momento actual
- se lee en el texto- la Santa Sede desea acompañar este fenómeno desde el
ámbito que le es propio, singularmente en el contexto de la evangelización''
En su Código Ético
Mundial, la OMT afirma que ésta ha de ser una actividad beneficiosa para las
comunidades de destino: Las poblaciones y comunidades locales se asociarán a
las actividades turísticas y tendrán una participación equitativa en los
beneficios económicos, sociales y culturales que reporten, especialmente en la creación
directa e indirecta de empleo a que den lugar. Es decir, pide instaurar entre
ambas realidades una relación recíproca, que lleve a un enriquecimiento mutuo.
La noción de
desarrollo comunitario está muy vinculada con un concepto más amplio que forma
parte de la doctrina social de la Iglesia, el de desarrollo integral. Desde
este segundo queremos leer e interpretar el primero. Al respecto, son
iluminadoras las palabras del papa Pablo VI, quien en la encíclica Populorum
progressio afirmaba que el desarrollo no se reduce al simple crecimiento
económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los
hombres y a todo el hombre?.
¿Cómo el turismo
puede contribuir a dicho desarrollo? Con ese fin, el desarrollo integral y, por
tanto, el desarrollo comunitario en el ámbito del turismo deben dirigirse hacia
la consecución de un progreso equilibrado que sea sostenible y respetuoso en
tres ámbitos: económico, social y ambiental, entendiendo como tal tanto el
entorno ecológico como el contexto cultural.
El turismo es un
motor fundamental del desarrollo económico, por su importante contribución al
PIB (entre un 3% y un 5% a nivel mundial), al empleo (entre el 7% y el 8% de
los puestos de trabajo) y a las exportaciones (el 30% de las exportaciones
mundiales de servicios).
En el momento
presente, en que se observa una diversificación de los destinos, cualquier
lugar del planeta se convierte en una potencial meta. Por ello, el sector
turístico aparece como una de las opciones más viables y sostenibles para
reducir el nivel de pobreza de las áreas más deprimidas. Si se desarrolla
adecuadamente, puede ser un instrumento precioso de progreso, de creación de
empleo, de desarrollo de infraestructuras y de crecimiento económico.
Siendo conscientes, como
ha señalado el papa Francisco, de que la dignidad del hombre está vinculada al
trabajo, se nos pide afrontar el problema de la desocupación con los
instrumentos de la creatividad y la solidaridad. En esa línea, el turismo
aparece como uno de los sectores con mayor capacidad para generar un tipo de
empleo creativo, diversificado y del que con mayor facilidad pueden
beneficiarse los colectivos más desfavorecidos, entre los que se encuentran las
mujeres, los jóvenes o ciertas minorías étnicas.
Es ineludible que las
ganancias económicas del turismo lleguen a todos los sectores de la sociedad
local, con un impacto directo en las familias, al tiempo que se deben
aprovechar al máximo los recursos humanos locales. También es fundamental que
los beneficios se obtengan siguiendo unos criterios éticos, que sean
respetuosos, en primer lugar, con las personas, tanto a nivel comunitario como
con cada una de ellas, y huyendo de ?una concepción economicista de la
sociedad, que busca el beneficio egoísta, al margen de los parámetros de la
justicia social?. Nadie puede construir su prosperidad a expensas de los demás.
Los beneficios de un
turismo a favor del desarrollo comunitario no pueden reducirse exclusivamente a
lo económico, sino que tiene otras dimensiones de igual o mayor importancia.
Entre ellas se encuentran el enriquecimiento cultural, la oportunidad de
encuentro humano, el generar bienes relacionales, el favorecer el respeto mutuo
y la tolerancia, el promover la colaboración entre las entidades públicas y privadas,
el potenciar el tejido social y asociativo, el mejorar las condiciones sociales
de la comunidad, el suscitar un desarrollo económico y social sostenibles, y el
promover la capacitación de jóvenes que lo ven como una dedicación laboral, por
citar algunas.
El desarrollo
turístico exige que la comunidad local sea su protagonista principal, que lo
asuma como propio, y que los agentes sociales, institucionales y ciudadanos
tengan una presencia activa. Será importante que se generen oportunas
estructuras de participación y coordinación, favoreciendo el diálogo, asumiendo
compromisos, complementando esfuerzos y determinando objetivos comunes y
soluciones consensuadas. No se trata de hacer algo para la comunidad, sino con
la comunidad.
Además, el destino
turístico no es únicamente un hermoso paisaje o una confortable
infraestructura, sino que es, en primer lugar, una comunidad local, con su
entorno físico y su cultura. Es necesario promover un turismo que se desarrolle
en armonía con la comunidad que las acoge, con su medio ambiente, con sus
formas tradicionales y culturales, con su patrimonio y sus estilos de vida. Y
en este encuentro respetuoso, se puede establecer un diálogo enriquecedor entre
la población local y los visitantes que fomente la tolerancia, el respeto y la
mutua comprensión.
La comunidad local
debe saberse llamada a custodiar su patrimonio natural y cultural,
conociéndolo, sintiéndose orgullosa de él, respetándolo y revalorizándolo, de
modo que pueda compartirlo con los turistas y transmitirlo a las generaciones
futuras.
También los
cristianos de ese lugar deben ser capaces de mostrar su arte, sus tradiciones,
su historia, sus valores morales y espirituales, pero sobre todo la fe que se
sitúa en el origen de todo ello y que le da sentido.
En este camino hacia
un desarrollo integral y comunitario, la Iglesia, experta en humanidad, desea
colaborar ofreciendo su visión cristiana del desarrollo, proponiendo ?lo que
ella posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad.
Desde nuestra fe,
podemos ofrecer el sentido de persona, de comunidad y de fraternidad, de
solidaridad, de búsqueda de la justicia, de sabernos custodios (y no
propietarios) de la creación y, bajo la acción del Espíritu, seguir colaborando
con la obra de Cristo.
Siguiendo cuanto nos
pedía el Papa Benedicto XVI a quienes trabajamos en la pastoral del turismo,
deberemos acrecentar nuestros esfuerzos con el fin de iluminar este fenómeno
con la doctrina social de la Iglesia, promoviendo una cultura del turismo ético
y responsable, de modo que llegue a ser respetuoso con la dignidad de las
personas y de los pueblos, accesible a todos, justo, sostenible y ecológico.
Con gozo contemplamos
cómo en diversas partes del mundo la Iglesia ha reconocido las posibilidades
que ofrece el sector turístico y ha puesto en marcha proyectos sencillos pero
efectivos.
Son cada vez más
numerosas las asociaciones cristianas que organizan viajes de turismo
responsable hacia zonas en desarrollo así como aquellas que promueven el
llamado turismo solidario o de voluntariado, que aprovecha el tiempo de
vacaciones para colaborar en algún proyecto de cooperación, en países en vías
de desarrollo.
Dignos de mención son
los programas de turismo sustentable y solidario en zonas desfavorecidas que,
promovidos por conferencias episcopales, diócesis o congregaciones religiosas,
acompañan a las comunidades locales creando espacios de reflexión, promoviendo
la formación y capacitación, asesorando y colaborando en la redacción de
proyectos y favoreciendo el diálogo con las autoridades y otros colectivos.
Esto ha llevado a la creación de una oferta gestionada por las comunidades
locales, a través de asociaciones y microempresas dedicadas al turismo
(alojamiento, restaurantes, guías, producción artesanal, etc.).
Y son muchas las
parroquias de las zonas turísticas que acogen al visitante ofreciendo
propuestas litúrgicas, formativas y culturales, con la aspiración de que las
vacaciones sean de provecho para su crecimiento humano y espiritual,
convencidos que ni siquiera en este tiempo podemos olvidarnos de Dios, quien
nunca se olvida de nosotros. Para ello, buscan desarrollar una pastoral de la
amabilidad, que permite acoger con un espíritu de apertura y de fraternidad,
mostrando el rostro de una comunidad viva y acogedora. Y para que la
hospitalidad sea más efectiva, se hace necesaria una colaboración efectiva con
los demás sectores implicados.
Estas propuestas
pastorales son cada día más significativas, singularmente cuando está creciendo
un tipo de turista vivencial, que busca instaurar vínculos con la población
local y desea sentirse un miembro más de la comunidad anfitriona, participando
de su vida cotidiana, poniendo en valor el encuentro y el diálogo.
La solicitud eclesial
en el ámbito del turismo se ha concretado, pues, en numerosos proyectos,
surgidos de experiencias muy diversas, nacidas del esfuerzo, de la ilusión y de
la creatividad de tantos sacerdotes, religiosos y laicos que desean colaborar
de este modo al desarrollo socio-económico, cultural y espiritual de la
comunidad local, y ayudarle a mirar con esperanza al propio futuro.
Sabiendo que su
primera misión es la evangelización, la Iglesia quiere ofrecer con todo ello su
colaboración, muchas veces humilde, para responder a las situaciones concretas
de los pueblos, especialmente de los más necesitados. Y desde el convencimiento
de que evangelizamos también cuando tratamos de afrontar los diversos desafíos
que puedan presentarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario