Rol del Estado en la
guerra antisubversiva argentina. Ética
del uso de la fuerza
Para resumir la
situación que condujo a la intervención de las FFAA para combatir la violencia
subversiva, citamos dos antedecentes:
* El prólogo del informe oficial de la CONADEP -Comisión Nacional
sobre la Desaparición
de Personas-, comienza con la frase: “Durante la década del 70 la Argentina fue
convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de
la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países.[13]”
* En la sesión del
día 10-3-1976, del Senado de la
Nación , el Dr. Angeloz manifesto: “desde esta banca aparezco
impotente para proteger la vida de los habitantes. Los senadores de la Nación tenemos la manos
atadas y no encontramos solución para asegurarles la vida”.
*La Cámara que juzgó y condenó
a los integrantes de las Juntas Militares, afirmó en el fallo: “está fuera de
discusión que a partir de la década de 1970 el terrorismo se agudizó en forma
gravísima” (…) “el fenómeno se correspondió con el concepto de guerra revolucionario”
(…) “algunos de los hechos de esa guerra interna habrían justificado la
aplicación de la pena de muerte contemplada en el Código de Justicia Militar”
(…) “
no hay entonces
delincuentes políticos, sino enemigos de guerra, pues ambas partes son bélicamente
iguales” (…) “debemos admitir que en nuestro país sí hubo una guerra interna,
iniciada por las organizaciones terroristas contra las instituciones de su
propio Estado”.
“el Tribunal también
admite que esos episodios constituyeron una agresión contra la sociedad
argentina y el Estado, emprendida sin derecho, y que éste debía reaccionar para
evitar que su crecimiento pusiera en peligro la estabilidad de las
instituciones” (pgs. 1532/1534).
Metodología utilizada
En un artículo del
General Osiris Villegas (3), éste sostiene que, cuando el Ejército argentino
recibió la orden de aniquilar la subversión, en 1975[5], “no estaba bien
preparado” para este tipo de operaciones, propias de una guerra interna, y tuvo
“que aprender a organizarse, redactar reglamentos e instruirse para adquirir la
técnica de combate necesaria”, para el cumplimiento de la misión asignada.
Agrega que, por lo tanto, “ningún influjo de doctrina de seguridad alguna
influenciaba su adiestramiento militar”[6].
Debemos confrontar
esta afirmación con otros antecedentes:
6.1. En el prólogo
del Nunca Más, se citan las palabras de despedida del Jefe de la Delegación Argentina ,
ante la Junta
Interamericana de Defensa, General Santiago Omar Riveros,
24-1-1980: “Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes
escritas de los Comandos Superiores.”[7]
6.2. En el mismo
número de la Revista
Militar donde publicó su artículo el General Villegas, el
General Genaro Díaz Bessone, afirma que: “Cuando el Ejército fue empeñado en la
guerra revolucionaria, estaba preparado para ello, aún cuando la teoría
contenida en los reglamentos debió ser corregida por la experiencia derivada de
los combates[8]”. El mismo oficial, acota en un libro, que estaban vigentes
desde 1968, reglamentos militares redactados para este tipo de guerra,
agregando que: “Desde fines de la década de los años 50 el Ejército Argentino
se venía preparando para la Guerra Revolucionaria ”; dicha preparación tuvo
“como base un cuerpo doctrinario constituido por numerosos reglamentos
militares”[9].
6.3. Recientemente,
el Dr. Florencio Varela, abogado de varios oficiales superiores, ha detallado
el contenido de dichos reglamentos[10]:
RC-8-2: “Operaciones
contra las fuerzas irregulares” (20-9-68)
RC-8-3: “Operaciones
contra la subversión urbana” (29-7-69)
RV-150-10:
“Instrucción de lucha contra las guerrillas” (5-9-69)
ROP-30-5:
“Prisioneros de guerra” (26-8-69)
7. Verdadero
fundamento: la escuela francesa
Consideramos que el
antecedente en que se basaron las Fuerzas Armadas argentinas para la guerra
antisubversiva fue la llamada escuela francesa. El General Reynaldo Bignone,
último presidente de facto, reconoció que fue el General Carlos Rosas el gestor
de que el Ejército tuviera una asesoría francesa, y que la forma de oponerse a
la guerra revolucionaria fue adoptada del modelo francés, que se volcó en los
reglamentos que se aplicaron en dicha guerra.
La experiencia
militar que adquirieron los franceses en Indochina, dio lugar a la nueva teoría
contrarevolucionaria. En efecto, descubrieron que las tácticas y armamentos
utilizados en la
Segunda Guerra Mundial no era apropiada para la guerra
moderna, donde no hay un frente y el enemigo está oculto entre la población. El
enemigo es interno lo que obliga a controlar a toda la población. La
inteligencia adquiere mayor importancia, la inteligencia implica el
interrogatorio, y en el interrogatorio, a veces, se debe aplicar la tortura.
Una de las unidades que intervienen en Indochina, fue la Agrupación de los
Comandos Mixtos Aerotransportados (GCMA), cuyo jefe era el Teniente Coronel
Roger Trinquier, que llegó a tener bajo su mando cerca de 20.000 hombres. Este
oficial leyó a Mao Tse-Tung y su método, que era el que aplicaron contra
Francia en Indochina; volcó ese conocimiento en su libro “La guerra
moderna”[11], que se convirtió en el principal elemento teórico.
Después de la derrota
de Dien Bien Fu, las tropas francesas se ven obligadas a retirarse de
Indochina, pero los métodos que experimentaron en ese lugar, los aplicaron
luego en Argelia, y los transmitieron a los norteamericanos, quienes, a su vez,
los aplicaron en Vietnam.
La difusión de esas experiencias se realizó
desde la Escuela
de Guerra de Francia, de donde egresó en 1957 el entonces Coronel Carlos Rosas,
que asumió como Subdirector de la Escuela Superior de Guerra de la Argentina.
En 1959 suscriben un
convenio los ejércitos de Francia y la Argentina , que comienza a cumplirse en febrero de
1960, con la instalación en Buenos Aires de una misión militar francesa,
integrada por tres oficiales veteranos de Argelia.
8. Evaluación de la
metodología utilizada
Sobre la metodología
empleada en la guerra antisubversiva argentina, caben dos tipos de consideraciones,
referidas al resultado de la misma y a la caracterización ética. Previo a ello,
debemos partir de definir lo ocurrido en la década de 1970 en la Argentina como una
guerra, y no una acción represiva.
En efecto, el
Reglamento RV-136-1 “Terminología castrense de uso en las Fuerzas Terrestres”,
que estaba vigente en la época estudiada, define a la represión militar en un
sentido acotado a una zona de emergencia[12].
Por el contrario, el
Decreto Nº 2772/75, en su Art. 1º, establece que: “Las Fuerzas Armadas bajo el
Comando Superior del Presidente de la
Nación , que será ejercido a través del Consejo de Defensa,
procederán a ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean
necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos
en todo el territorio del país.”
El mismo Reglamento
citado, define lo que se entiende por subversión:
“Comprende las
acciones de los grupos de insurrección clandestina destinados a reducir el
potencial militar, económico, sicológico o político del enemigo mediante
actividades destinadas a agitar a la población contra un gobierno establecido o
contra una fuerza de ocupación.”
8.1. Las Fuerzas
Armadas cumplieron la misión encomendada: aniquilaron el accionar de los grupos
subversivos; es decir, lograron un éxito militar. Pero el método elegido para
la guerra convirtió a los terroristas en víctimas.
Así lo reconoce el
General Harguindeguy, ministro del Interior del Proceso: “ganamos la guerra
pero perdimos la paz”.
Lo ocurrido queda
bien reflejado en una frase de Jacobo Timerman: “La guerrilla...no pudo
competir. Y sin embargo, no fue derrotada en el terreno ideológico, moral,
porque sigue esgrimiendo la irracionalidad de la represión, el abuso de poder,
la ilegalidad de los métodos. Y ésa es su carta de triunfo...[14]”.
Ni siguiera puede
argumentarse que debieron utilizarse procedimientos especiales, propios de la
situación de guerra, puesto que se eludió deliberadamente el encuadramiento del
oponente como combatiente. Así queda de manifiesto en el RC-8-3: “El activista,
el perturbador del orden, etc., no será considerado prisionero de guerra, y,
por tal motivo, no tendrá derecho al tratamiento estipulado en las convenciones
internacionales (pag. 93)”.
En el documental
“Escuadrones de la muerte. Escuela Francesa”, realizado por la periodista
Marie-Monique Robin, el General Díaz Bessone admitió los procedimientos
clandestinos, y consideró que en la guerra contrarrevolucionaria los
desaparecidos y las ejecuciones extralegales son daños colaterales[15].
[15] “¿Cómo puede
sacar información (a un detenido) si usted no lo aprieta, si usted no
tortura?”. “¿Usted cree que hubiéramos podido fusilar 7000? Al fusilar tres
nomás, mire el lío que el Papa le armó a Franco con tres. Se nos viene el mundo
encima. Usted no puede fusilar 7000 personas”. (http://200.61.159.98/diario/el
pais/1-24901.html)
El ex presidente
General Videla, en el libro Disposición final, de Ceferino Reato, admite que su
gobierno asesinó a “siete u ocho mil personas”. “Había que eliminar a un
conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco
fusiladas”.
La metodología
empleada fue adoptada de la escuela francesa, cometiendo el error de seguir
recetas que, en realidad, ya habían fracasado en Argelia y en Vietnam, países
donde terminó triunfando políticamente el enemigo subversivo. Se desconoció que
la estrategia de una guerra interna excede el plano militar, y debe apuntar al
objetivo político de lograr la paz y asegurar la convivencia entre los
ciudadanos.
Especialmente en el
caso de una guerra revolucionaria, “lo importante no es tanto la derrota del
enemigo como la restauración de la confianza de la población”, para lo cual
deben evitarse “los excesos de violencia o reacciones incontroladas en la
represión, que sólo sirven para impedir o dilatar la reconciliación y la
concordia[16]”.
Estas reflexiones
pertenecen a un libro publicado en 1970 por el Círculo Militar, y
lamentablemente no fueron tenidas en cuenta (Subversión y seguridad, Crawley).
El hecho de que se
haya procedido siguiendo directivas gubernamentales, y aplicando reglamentos
que configuraban un derecho positivo, como alega el Dr. Florencio Varela, en el
artículo citado, no altera la cuestión de fondo: la ley si es injusta, no
parece que sea ley (San Agustín).
“La justicia que no
resiste la publicidad no es justicia, y entonces no limpia la ofensa al bien
común, sino que lo ensucia con demostraciones de falta de autoridad, de
responsabilidad, de razones y de coraje cívico”. “No conocemos un solo argumento
válido, ni moral ni estratégicamente, para justificar ejecuciones
clandestinas”[17].
No puede negarse que
la violencia que enlutó al país, fue iniciada por grupos guerrilleros que
asesinaron a 711 personas, y por lo tanto el Estado tenía la obligación de
actuar contra dichos grupos con el máximo rigor. Por eso debe distinguirse
entre la lucha contra la guerrilla, que estuvo legalmente ordenada y moralmente
justificada, de los métodos empleados en esa lucha.
Las autoridades
estatales aceptaron el argumento perverso de que en una guerra antisubversiva
el fin justifica los medios, no pudiendo evitarse acciones que en tiempos
normales constituyen delitos. Así lo expresa, con toda claridad, el General
Díaz Bessone:
“Si ante la agresión
decimos que el fin no justifica los medios, preparémonos para ser santos o
esclavos, pero no gastemos dinero en prepararnos para la guerra, y aceptemos
que nos borren de entre las naciones libres de la tierra[18]”.
La doctrina clásica
de la guerra, por el contrario, enseña que en la misma es posible ser eficaz y
santo. Los principios contenidos en la escuela hispánica, que tuvo su mayor
exponente en el P. Francisco de Vitoria, son aplicables a la realidad
contemporánea.
También la Iglesia Católica
se ha pronunciado sobre la moralidad de los actos en este tipo de conflictos,
señalando que el secuestro, la tortura y el homicidio, son siempre ilícitos,
aunque la causa que se defiende sea justa (Conferencia Episcopal Argentina,
16-3-72)
El documento de
Puebla señala: “Si dichos crímenes son
realizados por la autoridad encargada de tutelar el bien común, envilecen a
quienes los practican, independientemente de las razones aducidas” (1979, p.
531).
9. Conclusión
En momentos en que
desde el Gobierno se pretende volver a juzgar conductas que ya fueron objeto de
condena y luego de indultos, como vía de pacificación; es necesario esclarecer
cuestiones, como la que hemos tratado en esta ponencia, para poder evaluar con
objetividad, no adoptar decisiones injustas, teñidas de venganza, y tampoco
reiterar errores cometidos, avalando metodologías inaceptables.
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DOCUMENTO DE TRABAJO Nº 7 (Julio 2014)
Bibliografía
-Castro Castillo,
Marcial. “Fuerzas Armadas, ética y represión”; Buenos Aires, Editorial Nuevo
Orden, 1979.
-Contreras Sarmiento,
Jorge. “Manual de ética para las Fuerzas Militares y de Policía”; Buenos Aires,
Consejo Episcopal Latinoamericano-Ágape libros, 2005.
-Crawley, Eduardo.
“Subversión y seguridad, la cuestión de la guerra de guerrillas en el contexto
argentino”; Buenos Aires, Círculo Militar, 1970.
-Díaz Bessone, Ramón
Genaro. “Guerra revolucionaria en la Argentina (1959-1978)”; Buenos Aires, Círculo
Militar, 1988.
-Etchecolatz, Miguel.
“La otra campana del Nunca Más”; Buenos Aires, edición del autor, 1983.
-FORES (Foro de
Estudios sobre la Administración
de Justicia). “Definitivamente...nunca más (La otra cara del informe de la CONADEP ); Buenos Aires,
1985.
-Verbitzky,
Horacio.”Díaz Bessone admite miles de torturados y ejecutados en la
clandestinidad”; (www.pagina12web.com.ar/diario/elpais/1-24949.html).
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