P. Ricardo Mazza
25-5-14
En la primera oración
de esta misa pedíamos a Dios Todopoderoso que nos conceda “continuar celebrando
con amor ferviente estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, y que
los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten
en nuestras obras”. La alegría de esta celebración pascual está fundada en la fe
que tenemos en el hecho de que el Señor está vivo y nos acompaña siempre,
alegría que nos conduce a una existencia nueva. De hecho, los textos bíblicos
de este domingo, señalan que los apóstoles prolongaban en su vida la
resurrección de Jesús, de modo que la alegría de Cristo resucitado no debía ser
ocultada o guardada para sí, sino que debía ser expuesta a todos los que lo
buscan sinceramente.
Los Hechos de los
Apóstoles (8, 5-8.14-17) nos dicen hoy que Felipe fue a una ciudad de Samaría a
predicar el mensaje del resucitado.
Esto nos hace recordar que fue en Samaría, en
Sicar, donde Jesús se encontró con la samaritana junto al pozo de Jacob y le
dijo, “Yo soy la fuente de agua viva” y, gracias a ese encuentro, muchos
conciudadanos creyeron en que Jesús era el Mesías.
Es muy probable que
este hecho fuera conocido en la región, de manera que facilitó la aceptación
del mensaje traído por Felipe, confirmado por medio de signos como la expulsión
de los espíritus malignos del cuerpo de los posesos y la curación de
paralíticos y lisiados.
La predicación,
acompañada por estos signos, produce numerosos convertidos a la fe, convencidos
de contar con la presencia actuante del Dios verdadero, e invitándonos a
realizar lo mismo en nuestros días, es decir, transformados por el misterio del
resucitado, ir a la búsqueda de aquellos que todavía no se han encontrado con
Cristo, para llevarles su presencia por la predicación, manifestando nuestra fe
y el verdadero amor hacia el prójimo que busca siempre su bien espiritual.
El texto de
referencia hace mención que al enterarse los apóstoles reunidos en Jerusalén lo
que acontecía con el ministerio de Felipe, enviaron a Pedro y a Juan para
completar la obra ya comenzada, entregándoles el don del Espíritu Santo, por la
imposición de las manos, para que continúe en el corazón de los recién
convertidos la obra de la salvación.
El apóstol san Pedro
(I Pt. 3, 15-18) nos dice que hemos de glorificar en nuestro corazón a Cristo
el Señor, lo cual significa estar convencidos que Él está vivo por nosotros,
que por su resurrección ha vencido a la muerte, nos ha rescatado del poder del
maligno y conduce al encuentro del Padre.
Esta convicción debe
llevarnos a defender delante de cualquiera que pida razón de la esperanza que
poseemos.
¡Cuántas veces nos
encontramos en el transcurso del día, en nuestras actividades, con personas que
enemigas de la fe cristiana que han abandonado, hablan mal de la Iglesia , manifiestan
sentimiento adverso a todo lo que sea cristiano, incluso atacándonos o llevándonos
al ridículo porque consideran que nuestra fe no sirve para nada! Es allí donde
debemos dar razón de la esperanza que tenemos, la de la vida eterna, que tiene
su fundamento en la fe en Cristo resucitado.
En esas situaciones
no quedarnos callados, sino que hemos de saber dar razón de lo que creemos y
esperamos, haciéndolo con suavidad –como afirma Pedro- y respeto, con
tranquilidad de conciencia, exponiendo como hacían los apóstoles, nuestra fe en
el resucitado, y cada uno verá si recibe esa fe que se expone o la sigue
rechazando.
Al manifestar nuestra
fe, nuestra alegría, dando testimonio de nuestra esperanza en la Vida que no tiene fin,
-continúa san Pedro- se llenarán de
vergüenza quienes nos difaman.
En efecto, no hay
mejor manera de desarmar a quienes contradicen nuestra fe, que responder con
paz y tranquilidad, manifestando la seguridad que tenemos en aquello que
vivimos, de manera que lo que otros digan, no nos apartará del camino
verdadero, mostrándonos servidores de
Cristo.
Prosigue Pedro
diciendo que es preferible sufrir haciendo el bien, que sufrir haciendo el mal,
dando así testimonio en la vida cotidiana de lo que vivimos.
Si seguimos avanzando
en los textos bíblicos, Jesús en el evangelio (Jn. 14, 15-21), nos muestra la
clave de lo dicho anteriormente, es decir, que la imitación de los ejemplos de
los apóstoles en la misión de llevar el evangelio por todas partes, será
manifestación clara del amor que le
guardamos.
“Si me aman cumplirán
mis mandamientos”,-nos dice el Señor-, o sea, que no basta decir que amamos a
Jesús, sino que es necesario manifestarlo con las obras que tienen en cuenta lo que nos reclama a
diario, mandamientos que no esclavizan a persona alguna, sino que liberan
siempre del maligno.
Queridos hermanos:
nuestros obispos nos han pedido hoy rezar especialmente por la paz en
Argentina, en esta celebración del 25 de mayo.
De hecho, si nuestra Patria está enferma de violencia y
de corrupción es porque no se viven a fondo los mandamientos.
En efecto, ¡Qué
distinto sería nuestro país si no se robara, ni se matara, ni se mintiera, y si
se tuviera verdaderamente en el corazón de la sociedad al mismo Dios Creador,
Redentor y Santificador! El amor intenso a Cristo haría que nuestra vida fuera
totalmente distinta.
¡Ojalá pudiéramos
decir que ha cesado toda violencia, que no se agrede más al otro, que cada uno
busca su sustento con el honesto trabajo, que el poder se utiliza para servir
al prójimo, que ya no se miente, que se vive en convivencia pacífica, evitando
así que nuestra vida se convierta en un infierno!
La vivencia de los
mandamientos que tienen como objeto el amor a Dios y al prójimo,
transforma siempre nuestra vida en algo
diferente.
Para todo esto, Jesús
nos asegura que no estamos solos, que el Padre nos da otro Paráclito, además de
Él mismo, el Espíritu de la
Verdad , que nos consuela y afirma en el bien obrar, Aquél que
el mundo no puede recibir, ya que no se quiere salir del engaño, de la mentira
y de todo aquello que no nos permite percibir la verdad en su totalidad.
El Señor promete no
dejarnos huérfanos, ya que lo veremos al seguirlo en nuestra vida, -cosa que no
ocurrirá con el mundo infiel que ha renegado hace ya tiempo de seguir sus
pasos- y desde el Padre seguirá con nosotros, especialmente en la Eucaristía , por la que
nos unimos cada semana con el resucitado y, recobramos fuerzas para hacerlo
presente en la sociedad.
Hermanos, Jesús nos
promete que si lo amamos nos amará también el Padre, y que tanto el Padre como
el Hijo, habitarán en nosotros y se nos manifestarán, y así, con esta verdad de
la presencia de Dios en nuestras vidas, podremos transitar por este mundo,
buscando siempre la realización del bien, superando las dificultades que no
faltan, teniendo bien en claro que Cristo resucitado nos ha salvado para que
demos fruto abundante.
Pidamos al Señor esta
gracia para nuestra vida cotidiana, hasta que lleguemos junto a Él a la vida
que no tiene fin.
Cura párroco de la parroquia “San Juan
Bautista”, en Santa Fe de la
Vera Cruz.
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