lunes, 7 de octubre de 2013

La doctrina social es anuncio de Cristo en las realidades temporales


 MONS. ENRIQUE SÁNCHEZ MARTÍNEZ
(Méjico)
      
La doctrina social de la Iglesia frecuentemente se pone a prueba con las urgencias de nuestra época. Ésta surge del encuentro entre el Evangelio y los problemas siempre nuevos que la humanidad debe enfrentar. La doctrina social de la Iglesia no es una teoría, ni una ideología o una sabiduría humana, sino que expone las consecuencias del encuentro con Cristo Salvador para la vida comunitaria, para la política, la sociedad, la economía, la cultura, el trabajo (Seguiremos la conferencia de Mons. Giampaolo Crepaldi, La actualidad de la Doctrina Social de la Iglesia y las urgencias de nuestra época).

La doctrina social de la Iglesia tiene su origen en el encuentro de la Iglesia con el mundo en vistas de la evangelización, es decir, para el anuncio de Cristo; es anuncio de Cristo en las realidades temporales. Es por esta razón que las urgencias que la humanidad enfrenta en cada época le interesan directamente. Ya el Papa León XIII, en 1891, en la Rerum Novarum, había hablado de los obreros en la nueva sociedad industrial; Pablo VI, en la Populorum Progressio, habló del desarrollo; Benedicto XVI, en la Caritas in veritate, ha hablado del poder excesivo de la técnica.

Es necesario recordar que la doctrina social de la Iglesia no va detrás de las cuestiones de actualidad solamente para estar actualizada, como podría hacer un periódico o un noticiero. La actualidad surge del Evangelio, que es siempre nuevo. No hace una crónica de novedades, sino que lee los acontecimientos humanos a la luz del Evangelio. De esta manera fortalece las mentes y los corazones, ofreciendo esperanza al hombre desorientado. Cada época tiene sus propias urgencias, ya que la vida terrena no conoce la ausencia de preocupaciones. Todavía, la luz del Evangelio ilumina y da fuerza a quien trabaja por la justicia y por la paz.

Uno de los grandes retos para la doctrina social de la Iglesia es la urgencia económica de carácter mundial, esto no es nuevo. En la Quadragesimo anno, Pio XI enfrentó la crisis financiera de 1929. La crisis que hoy se vive parece que es más grave que aquella. La separación de la finanza de la economía real se ha hecho muy marcada porque las finanzas se han convertido en una ideología, en un estilo de vida, en una visión del mundo, perdiendo de vista sus legítimos fines. 

La explosión de las finanzas y su separación de la economía y de la vida real se justifican en una filosofía: la del endeudamiento, del consumo antes que de la producción, de la riqueza que hay que gastar, de la anticipación inmediata de beneficios que deberían madurar solamente a futuro. Podríamos llamarla la "filosofía de la carta de crédito". Yo consumo, me endeudo, voy a pagar a fin de mes o el mes próximo, o el próximo año. Antes se decía: trabajo, gano, ahorro, gasto. Hoy ya no es así, hay una manía de tener ya hoy el mañana. Unos lo llaman "consumismo", es decir, la exaltación del consumo por encima de otras fases del ciclo productivo.

Como se puede ver, no se trata solamente de finanzas o de economía, sino de una visión de la vida. A esta forma de ver la vida la doctrina social de la Iglesia contrapone la responsabilidad hacia las generaciones futuras, la solidaridad hacia las personas que no pueden mantener el ritmo de este consumismo, la subsidiariedad de las finanzas, que es sólo uno de los instrumentos de la economía real, y la subsidiariedad de la economía real en referencia a la dignidad de la persona humana, la justicia, la tutela de la familia.
La crisis económica y financiera es, una falta de confianza y de esperanza en el futuro. Se pretende consumir ya hoy lo que se piensa en producir mañana. Así se hipoteca el futuro de nuestros hijos y de nuestras familias, cargándoles nuestras deudas, prefiriendo una especulación que genera valor, pero no un valor real.

La Iglesia, con su doctrina social, tiene una visión de esperanza cristiana de todo cuanto existe. El hombre moderno muchas veces vive angustiado, buscando con esfuerzo la felicidad, aún si para alcanzarla a veces se vuelve contra sí mismo. Vive como si Dios no existiera, pero viviendo sin Dios es también indiferente al sentido de su vida. Si entonces la vida es carente de sentido, ¿por qué habría que sacrificarse para acogerla en el seno materno? ¿Para qué formar una familia y educar a los hijos? ¿Para qué construir una empresa y hacerla funcionar bien para que beneficie a todos? ¿Qué sentido tiene luchar por la justicia y por la paz? Si la vida es carente de sentido, entonces nada tiene sentido, o todo puede tener un sentido contrario.

La Iglesia ofrece la esperanza a los hombres, porque prueba que el mal ha sido ya vencido por el Salvador, que el Reino de Dios ya ha comenzado, que la providencia divina guía nuestra historia, que todo está destinado a cumplirse. Sin embargo, decir que el mal ha sido ya vencido no significa que el mal no exista más en nuestra historia, o que no se tenga que luchar contra él; más bien quiere decir que con la gracia de Dios se puede combatir y vencer, significa que podemos ser libres, que la verdad nos hace libres. 

Esta es la gran fuente de espiritualidad para nuestra sociedad, y por esto decimos que la doctrina social de la Iglesia es también un modo de animar la sociedad humana. Ella demuestra cómo las relaciones humanas pueden volverse áridas y cómo el futuro puede perder su significado si se prescinde de Dios.


El Siglo, 6-10-13

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