Dr. Sergio Castaño
25-10-13
En la Segunda Carta a los
Tesalonicenses, San Pablo, anunciando la futura irrupción del Anticristo en la Historia , agrega: “Y
ahora ya sabéis qué es lo que (le) detiene para que su manifestación sea a su
debido tiempo. El misterio de la iniquidad ya está obrando ciertamente, sólo
(hay) el que ahora detiene, [hasta que sea quitado de] en medio. Y entonces se
hará manifiesto el inicuo [...]” (versión de Straubinger, con la variante de su
nota; subrayado nuestro). Con esta afirmación legó el Apóstol a la posteridad
un problema histórico-escatológico crucial: ¿qué es “el obstáculo” y “el
obstaculizante”, “lo que ataja” y “el Atajador” (Leonardo Castellani,
Apocalipsis de S. Juan, 184-185), aquello que detiene, contiene, retrasa el
reinado del Anticristo?
La interpretación de
los Padres de la Iglesia ,
en general, se inclinó por identificar el Katéjon con el Imperio Romano mismo
(cfr. John H. Newman, Cuatro sermones sobre el Anticristo, I; y prólogo de
Carlos A. Baliña), como también lo hicieron los teólogos medievales (cfr. Josef
Pieper, El fin del tiempo, 135). Ésta última fue, precisamente, la posibilidad
exegética que Sto. Tomás consideró en primer término (cfr. Super II Epistolam
Sancti Pauli ad Thess., II, II). En la época contemporánea, uno de los más
agudos y sugerentes teóricos del Estado del s. XX, Carl Schmitt, extendió sus
preocupaciones políticas hasta esta ardua cuestión teológica, y la abordó con
manifiesto interés en algunas de sus obras (cfr. Felix Grossheutschi, Carl
Schmitt und die Lehre vom Katechon, 57-121).
Desde una perspectiva
cristiana la figura del Katéjon constituye uno de los ejes de la Teología de la Historia , así como de una
Teología Política rectamente entendida.
Por otra parte –y en
idéntica perspectiva-, en tal tópico escatológico radica una de las claves del
tiempo que nos toca vivir. El sentido de esta última afirmación surge con
patencia por poco que se repare en que el orden político cristiano, concretado providencialmente
en el Imperio Romano que confiesa a Cristo, ya no existe. En efecto, los
herederos y representantes del Sacro Imperio Romano desaparecieron como
consecuencia de los brutales hechos provocados en la segunda década del s. XX,
que terminaron con los tronos de ambos Césares cristianos, el de Occidente y el
Oriente, el Kaiser de Viena y el Czar de San Petersburgo. Luego, si la doctrina
común a los Padres y a Sto. Tomás es correcta, y siendo un hecho que el Imperio
Romano Cristiano ha sido destruido, entonces ya no existiría el obstáculo que
impidiese la irrupción anunciada por el Apóstol.
Nos excusamos por no
desarrollar más ampliamente este tema apasionante y crucial. Sólo hemos querido
recordarlo….
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