La “gran compañía” de la Iglesia
Luigi Negri
(1941-2021) ha
sido arzobispo de Ferrara-Comacchio
Brújula cotidiana,
15-10-2022
Hoy se cumple el
centenario del nacimiento del siervo de Dios don Luigi Giussani, fundador de
Comunión y Liberación, cuyos
miembros serán recibidos en audiencia por el Papa esta mañana. Confiamos su
memoria a las palabras de uno de sus primeros y más cercanos alumnos, monseñor
Luigi Negri, extraídas de su último libro “Con Giussani. La historia & el
presente de un encuentro” (Ediciones Ares, Milán 2021).
Llegados a este
punto, creo que es útil detenerse en un aspecto que define perfectamente la
persona de Giussani: su amor a la Iglesia como pueblo de Dios y cuerpo de
Cristo. La compañía, que he recordado anteriormente como una dimensión
fundamental de la experiencia cristiana que Giussani supo hacer nacer y crecer,
tiene un protagonista en su interior: es cada uno de nosotros, pero es algo más
que nosotros, algo en lo que “nuestro nosotros” y “nuestro yo” encuentran su
verdad profunda.
Giussani no puso
el “yo” como punto de partida, ni fijó las condiciones o las circunstancias. En
el Berchet, como creo haber aclarado, no empezamos con el “yo”, si por “yo” se
entiende esa emergencia significativa pero provisional de nuestros propios
sentimientos, nuestros propios problemas, nuestros propios proyectos. Por el
contrario, el “yo” fue precisamente lo que descubrimos en la experiencia en la
que nos vimos envueltos. Ni siquiera partimos de los análisis de psicólogos o
sociólogos comprometidos con la descripción y explicación de la sociedad. Nadie
era más consciente que Giussani del valor de las ciencias, y por eso mismo
también de sus límites.
Por lo tanto,
nunca ha basado su camino en la ciencia, en ningún tipo de ciencia; a lo sumo,
ha pedido confirmación a la ciencia o ha desarrollado una dialéctica positiva a
partir de ella o de las posibles objeciones que surgieran de ella, pero nunca
ha tomado como “verbo” el pensamiento de ningún sociólogo o psicólogo, de
ningún ilustrado o erudito de nuestro tiempo. El verdadero sujeto de esta
empresa, el punto de partida de nuestra historia, es el pueblo cristiano.
Giussani, comentando el Cántico de Laudes del domingo por la mañana, durante un
encuentro con los universitarios de Comunión y Liberación a principios de los
años 90, lo expresó admirablemente:
“Su victoria [la
de Cristo] adquiere siempre el semblante de un pueblo que nada puede sofocar y
destruir. Este es el sentido del Benedictus: el primer rostro de este pueblo a
través del cual Dios domina el mundo, el rostro de ese pequeño pueblo judío.
[...] Es a través de mí y de ti que Dios gana; a través de ‘mí y de ti’: ya es
una empresa, ya es el comienzo de un pueblo. Cuando te casas, ¿qué es ese ‘ella
y tú’, ‘él y tú’, sino el comienzo de un pueblo? Si no lo percibes como el
principio de un pueblo, ya te has quedado fuera de la grandeza de aquello en lo
que te estás introduciendo, estás como expulsado de aquello que intentas
abrazar. ‘Guiaste con tu favor a este pueblo que redimiste’, la gran compañía,
que es algo más que ‘tú y yo’: ‘tú y yo’ es Él; es Él –Él- nuestra gran
compañía, ‘el lugar que Tú te has preparado para tu sede, Señor’. En ningún
lugar de la tierra está tan clara esta conciencia como entre nosotros”.
De nuevo en la
misma ocasión, reprendiendo a los universitarios por no cantar como debían,
añadió: “Se trata, en todo caso, del pueblo que cantó las trompetas de Asís del
Himno a los centinelas [...]: es una canción que hay que aprender bien, para
evitar que la multitud falle de repente porque nadie sabe qué decir y el
solista siga con su débil voz, dando una impresión bastante amarga de soledad”.
Y esta es una
imagen extraordinaria para ayudarnos a comprender el vínculo inseparable entre
el “yo” y la “gente”. El “yo” se reduce a una “voz débil” sin el coro del
pueblo, y su soledad da al oyente “una impresión bastante amarga”. En cambio,
en el compañerismo cristiano se valora plenamente el “yo”, ya que el pueblo y
no la masa pasa a primer plano. Si la masa prevaleciera, no habría lugar para
el “yo”; pero incluso sin el pueblo, el “yo” no podría ser plenamente él mismo.
Sin el Bautismo, la Eucaristía, la Confirmación, la vida cristiana, la
liturgia, la comunidad, el magisterio que la guía, el “yo” no podría existir
plenamente como persona.
El protagonista de
la vida de la historia es Cristo en su pueblo. Esto, desde la época de Berchet,
surgía inmediatamente en cualquier cosa de la que hablara Giussani, y, no
olvidemos, como he señalado más arriba, se puede y se debe hablar de todo
porque la vida está hecha de todo. El protagonista de la gran compañía
cristiana, en la que don Giussani está más presente que nosotros, es el pueblo
de Dios, que es eterno como Dios, aunque cambien sus rostros, sus formas y sus
maneras. Además, en Giussani surgió claramente la imposibilidad de reducir la
comunión y la Iglesia, tanto en su conjunto como en sus formas particulares –la
comunidad diocesana, el Movimiento, la familia- a un dato sociológico,
psicológico, relacional.
En primer lugar,
la Iglesia es un misterio que hay que adorar, que hay que venerar. Un misterio
que es santo y divino no porque los cristianos sean impecables, sino porque
está fundado por la acción del Espíritu Santo. Por ello, no puede concebirse
simplemente como una estructura que hay que deconstruir porque no está en
consonancia con los tiempos (y eso suponiendo que los tiempos y los cambios
sean siempre positivos). De hecho, habría que entender a dónde conduce el
cambio antes de afirmar su positividad. Creo que en un contexto como el actual,
en el que la imagen generalizada de la Iglesia ha vuelto a ser la de una
estructura que hay que adaptar a los tiempos, y por tanto deconstruir para
reconstruirla según las nuevas perspectivas revolucionarias, es verdaderamente
fundamental recuperar plenamente la lectura de la Iglesia como dato sacramental
realizada de forma bastante oportuna por Giussani.
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