Gabriel Ariza, 28 Marzo, 2017
Infovaticana
El Cardenal Sarah acaba de publicar en España el libro
“La Fuerza del Silencio”, donde recoge varias reflexiones sobre el ruido que
nos esclaviza y el silencio, necesario para escuchar a Dios.
Les ofrecemos a continuación algunas de las frases más
atrevidas del libro La Fuerza del Silencio, del Cardenal Robert Sarah y el
autor francés Nicolas Diat.:
Tampoco basta con callar, hay que convertirse en
silencio.
El auténtico desierto está en nuestro interior, en
nuestra alma. Si lo entendemos así somos capaces de comprender que el silencio
es indispensable para encontrar a Dios: El Padre aguarda a sus hijos en sus
propios corazones.
La soledad es el mejor estado para escuchar el
silencio de Dios.
Nunca dejaré de dar las gracias a los sacerdotes
buenos y santos que entregan generosamente la vida entera por el reino de Dios.
Pero denunciaré sin descanso a los que son infieles a las promesas de su
ordenación punto para darse a conocer o para imponer su propia visión, tanto en
el plano teológico como en el pastoral, hablan y hablan sin parar. Son clérigos
que repiten las mismas banalidades. No podría asegurar que Dios habite en
ellos. ¿Quién es capaz de descubrir en el desbordamiento de su interioridad una
fuente nacida de las profundidades divinas? Pero ellos hablan, ya los medios
les guste escucharles para hacerse eco de sus necedades, sobre todo si se
manifiestan a favor de las nuevas ideologías posthumanistas en materia de
sexualidad, familia y matrimonio. Para estos clérigos, la idea que Dios tiene
de la vida conyugal es un ideal evangélico. El matrimonio ya no es una
exigencia y un querer de Dios cuyo modelo está expresado en el vínculo nupcial
entre Cristo y la Iglesia. La presunción y la arrogancia de algunos teólogos
les lleva incluso a exponer opiniones personales difícilmente conciliables con
la revelación, la tradición, el magisterio multisecular de la Iglesia y la
enseñanza de Cristo. Y así, poderosamente respaldados por el ruido mediático,
llegan incluso a cuestionar el pensamiento de Dios.
¿No se habrán hecho realidad las palabras proféticas
de Pablo VI citadas por Jean Guitton en su libro “Pablo VI secreto”? “Hay un
gran descontento en este momento en la iglesia y lo que están cuestionando es
la fe. Lo que me alarma cuando reflexiono sobre el mundo católico es que el
interior del catolicismo parece dominar a veces un pensamiento de tipo no
católico y puede llegar a ocurrir que este pensamiento no católico en el
interior del catolicismo se convierta mañana en el más fuerte, pero nunca
representar el pensamiento de la Iglesia. Es necesario que subsista un pequeño
rebaño, por pequeño que sea.”
Desde su renuncia, Benedicto XVI, envuelto en el
silencio de un monasterio en los jardines del Vaticano, es una réplica de los
monjes. Como los contemplativos, sirve a la iglesia consagrando sus últimas
fuerzas y el amor de su corazón a la oración, la contemplación y la adoración
de Dios. El Papa emérito permanece delante del Señor por la salvación de las
almas y para la sol gloria de Dios. Aún así, al cabo de dos milenios, ¡qué
sorprende paradoja ver a tantos teólogos charlatanes, a tantos papas ruidosos,
a tantos sucesores de los apostoles pretenciosos e infatuados de sus
razonamientos! no obstante, la Iglesia, fundada sobre Pedro y la roca del
Gólgota, es inquebrantable.
Por desgracia, las fuerzas mundanas que quieren forjar
al hombre moderno eliminar metódicamente el silencio.
Es en el silencio, y no en el tumulto ni el ruido,
cuando Dios penetra en las profundidades más íntimas de nuestro ser.
El silencio no es una ausencia, al contrario: Se trata
de la manifestación de una presencia, la presencia más intensa que existe.
Cuanto más nos revestimos de gloria y honores, cuanto
mayor es nuestra dignidad, cuanto más investidos estamos de responsabilidades
públicas, de prestigio y de cargas temporales como laicos, sacerdotes u
obispos, más necesidad tenemos de avanzar en la humildad y de cultivar
cuidadosamente la dimensión sagrada de nuestra vida interior, procurando
constantemente ver el rostro de Dios en la oración, la meditación, la
contemplación y la ascesis.
Puede ocurrir que un sacerdote bueno y piadoso, una
vez elevado a la dignidad episcopal, caiga enseguida en la mediocridad y el
deseo de triunfar en los asuntos mundanos. Abrumado por el peso de las
funciones de que está investido, movido por el deseo de hacerse ver, preocupado
por su poder, autoridad, y las necesidades materiales de su cargo, se va
ahogando poco a poco. Tanto él como sus obras manifiestan el deseo de ascender,
el anhelo de prestigio, y una degradación espiritual. A él y al rebaño del que
le ha hecho guardia en el Espíritu Santo, con el fin de que apaciente la
Iglesia de Dios, les hace mucho daño que compre a Dios con la sangre de su
propio hijo.
Para definir los contornos de nuestras acciones
futuras conviene hacer silencio diario
Es imposible imaginar ni por un instante una vida de
oración al margen del Silencio
Los sonidos y las pasiones nos apartan de nosotros
mismos mientras que en silencio siempre obliga al hombre interrogarse sobre su
propia vida.
El hombre que domina su lengua controla su vida como
el marinero domina la nave. Y al contrario el hombre que habla demasiado es un
navío borracho
Arrastrado hacia fuera por la necesidad de contarlo
todo, el charlatán se halla lejos de Dios y de cualquier actividad profunda. No
le queda tiempo para recogerse, para pensar, para vivir en profundidad. Con la
agitación que crea en torno a él, impide a los demás el trabajo y el
recogimiento fecundos. El charlatán, vano y superficial, es un ser peligroso.
La costumbre tan extendida hoy de testimoniar en
público gracias divinas concedidas en lo más íntimo del hombre, lo expone a la
superficialidad, a la autoviolación de la amistad interior con Dios y a la
vanidad.
Nuestra época abomina de aquello a lo que nos conduce
el silencio: encontrar a Dios, maravillarse y arrodillarse ante Él.
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