Reflexión de monseñor
Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo
Mejor" (15 de noviembre de 2014)
Durante el siglo XX
el hombre ha logrado conquistas formidables y no pienso solo en la conquista
del espacio sino en todos los órdenes de la vida. Tal es así que el resto de la
Historia hacia atrás parece prehistoria. Y ha llegado a ser tan poderoso que cree
poder cambiarse a si mismo, cree poder construirse a sí mismo.
Fíjense lo que pasa,
por ejemplo, con los casos de cambio de sexo. El hombre se ha hecho dueño de su
propia vida, de su propio destino, así como domina el mundo. Pero se ha
olvidado de algo: se ha olvidado de que el hombre tiene una naturaleza creada y
ordenada por Dios, que está inserta en un orden natural. Esto se da desde el
máximo esplendor del universo hasta la estructura ínfima de la materia. Todo es
orden pues sin orden no existiría nada. Y por eso existe una naturaleza de la
persona y de sus actos.
Ese orden se expresa
en todas las cosas, por ejemplo, si yo planto tomates en una quinta no puede
pretender que de los tomates salgan peras y si una gata, en mi casa, va a tener
cría no van a salir perritos de allí. Cada ser tiene su propia naturaleza y el
hombre también. Y esa naturaleza se expresa en leyes que son inalterables. Uno
puede descubrir que existen esas leyes de la naturaleza.
San Pablo dice que en
la conciencia del hombre aparece la ley, que está escrita en la conciencia del
hombre y con eso existe un orden natural del cual depende un orden moral. La
conducta del hombre tiene que ser de acuerdo a su naturaleza y de allí que
podamos distinguir conductas naturales de conductas antinaturales. Eso debiera
manifestarse también en el ordenamiento de la sociedad.
Desgraciadamente nos
vamos acostumbrando, hoy día, a considerar normal las cosas que son anormales,
considerar como naturales las cosas que son antinaturales. No quiero entrar en
ejemplos sobre esto pero fíjense ustedes por ejemplo las leyes que se van
dictando y vemos que algunas de ellas efectivamente van contra el orden
natural.
Pensemos por ejemplo
la ley del matrimonio igualitario y pensemos también en lo que se está
preparando de nuevo en la Argentina de una posible ley sobre el aborto.
Realidades que son antinaturales y que el hombre creyendo que se construye a si
mismo en la realidad se está descontruyendo porque ya está yendo fuera de su
propia naturaleza, es decir en contra de su propia naturaleza.
Esto tiene que
llevarnos a reflexionar sobre la importancia que tiene el hecho de que Dios nos
haya creado de determinada manera y que cada uno de nosotros sea el mismo que
cuando era un bebé o cuando tenía 10 años o tenía 50 o 70, aún cuando se
perciben cambios debidos al crecimiento o al envejecimiento. El cambio supone
siempre algo que permanece como sujeto de ese cambio pues así ocurre en todos
los órdenes de la vida.
Actualmente en que no
sólo la filosofía materialista o relativista, la existencialista, niegan que
existe un orden y eso también se niega en el lenguaje vulgar. Hay quienes creen
que todo es resultado del azar, de la casualidad, que todas las cosas van
cambiando sin que haya un sujeto que las sostenga y eso, luego, se manifiesta,
como decíamos, incluso hasta en las leyes.
De ese modo uno no
puede distinguir lo que es una ley justa de lo que es una ley injusta pero
tampoco puede distinguir en el orden de la conducta lo que está bien de lo que
está mal.
Gracias a Dios que
nos ha hecho así. De eso depende, en todo caso, la orientación que le demos a
nuestra vida, de eso depende también nuestra auténtica felicidad. Se trata de
que respetemos ese orden natural, que estemos contentos de que el Señor haya
hecho las cosas así y de que podamos, a partir de esas realidades naturales,
llegar a conocer a nuestro Creador.
Mons. Héctor Aguer,
arzobispo de La Plata
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