lunes, 13 de mayo de 2013

Redescubrir el Concilio viéndolo dentro de la tradición de la Iglesia




Una investigación sobre el Vaticano II con Stefano Fontana, autor del libro “Il Concilio restituito alla Chiesa” (“El Concilio devuelto a la Iglesia”).

Doctor Fontana, estamos en pleno Año del Concilio Vaticano II, convocado por Benedicto XVI como complemento del Año de la Fe. ¿En su opinión cómo están caminando las cosas?

No me parece que este Año del Concilio esté ayudando mucho a comprender el Concilio. Muchas publicaciones vienen repitiendo las posiciones ya conocidas, sin dar ningún paso adelante. La realidad es variada, dependiendo de la orientación sobre el Vaticano II, se llama a este o aquel conferencista para confirmar una tesis en lugar de discutir sobre otra. Es el mismo esquema rígido que se repite. Me esperaba algo más y mejor.

Benedicto XVI, en el famoso discurso del 22 diciembre de 2005, había trazado las líneas para la correcta hermenéutica del Concilio. ¿No se ha continuado nada?

Ya entonces las dos tendencias principales interpretaron el discurso del Papa como una confirmación de sus posiciones. Y, en consecuencia continuaron así, como si el Papa no hubiera dicho nada. La conmemoración del Vaticano II llega a menudo con eslóganes y frases hechas. Para luego pasar a tomar el control de un Concilio inexistente e irreal, pero que ahora se ha impuesto como un a priori colectivo. Una “vulgata” (versión popular) del Concilio que no percibe ni remotamente los problemas que se encuentran detrás de él. No se honra al Concilio haciéndole una gran apoteosis, pero sí comprendiéndolo en la línea indicada por Benedicto XVI y por los pontífices anteriores a él.

¿Con qué intención usted ha publicado un libro sobre el Concilio?

Con la intención de comprender el Concilio, es decir, de colocarlo en su debido lugar. Sin esta aclaración la Iglesia no puede estar. Pretender que el problema no existe significa aceptar en la práctica la existencia de dos iglesias. El Concilio es un problema que no se puede eludir.

¿El problema es el Concilio o el post Concilio?

Ha sido un problema la aplicación del Concilio, pero también lo ha sido el Concilio mismo. Esto no significa que el Concilio no tenga autoridad o no merezca obediencia, ni mucho menos que contenga errores, ni que sea un Concilio “menor”.

Entonces ¿en qué consiste el problema del Concilio?

El problema se encuentra en su carácter pastoral. Parece una paradoja, pero es así. El carácter pastoral del Concilio iba a ser la solución de los problemas, pero en vez de eso se ha convertido en el problema.

¿De qué manera?

Enumero brevemente algunos puntos problemáticos relacionados con el carácter pastoral del Vaticano II. ¿Los concilios anteriores no fueron también pastorales? Eran concilios dogmáticos, pero ¿el dogma no tiene nada que ver con la pastoral? ¿Es posible un Concilio sólo pastoral que no replantee también la doctrina? Pablo VI tenía claro en su cabeza que no. Por tanto el Vaticano II también replanteó la doctrina. Entonces fue también doctrinal, aunque no dogmático. ¿Qué valor tiene la doctrina establecida por el Vaticano II, considerando que el Concilio reclama para sí la calificación de pastoral? El Vaticano II no quería principalmente replantear la doctrina, pero sí interrogarse sobre la pastoral, sin embargo las exigencias pastorales requerían replantear toda la doctrina y de este modo se tuvo un concilio que replanteó toda la doctrina, quizá más que los anteriores concilios que se pronunciaron sólo sobre particulares argumentos doctrinales. Estos son sólo algunos ejemplos.

Benedicto XVI dijo que el Concilio no es un superdogma, pero cuando fue electo Papa dijo inmediatamente que quería realizar el Concilio. ¿Cómo afronta en su libro esta cuestión?

El Concilio a menudo se ha convertido en un superdogma. Otra paradoja: un concilio pastoral, que se convierte en superdogmático. Da la impresión de que cuanto la Iglesia había hecho antes, todo estuviera equivocado. La celebración de la Misa en el rito antiguo fue considerada la principal herejía, pero eso era lo que la Iglesia siempre había celebrado. El catecismo de Pío X fue, de hecho, considerado herético. Y así cualquier contestatario del magisterio fue canonizado como "precursor" del Concilio. ¿Cómo se pueden evitar estas interpretaciones parcializadas y forzadas? Realizando el Concilio, como dijo Benedicto XVI. Pero para realizarlo es preciso comprenderlo en su verdadera realidad. Por eso no veo ninguna contradicción entre las dos frases de Benedicto XVI.

Usted dice "comprenderlo en su verdadera realidad". Y su libro se titula "El Concilio devuelto a la Iglesia": ¿Este es su significado?

Sí, es este. El mundo a menudo se ha apoderado del Concilio. La Iglesia lo debe recuperar para sí misma, ubicarlo de nuevo en su propia tradición. Superando las etiquetas. Todos dicen estar de acuerdo con esta afirmación, pero luego tienen concepciones distintas de la tradición y entonces el malentendido regresa de nuevo.

En este ámbito ¿cuáles son las principales concepciones sobre la tradición?

Yo diría que la de Ratzinger y la de Rahner. De acuerdo con la primera hay un núcleo de verdad inmutable que se transmite a pesar de la historicidad de la tradición. En el segundo caso, la interpretación y la recepción de la tradición son una parte integral del propio mensaje. En el primer caso la primacía la asume la doctrina, en el segundo, la pastoral.

¿Esto significa que el Vaticano II ha proclamado la supremacía de la pastoral sobre la doctrina?

De hecho hoy la pastoral ha tomado ventaja sobre la doctrina hasta hacerla desaparecer en muchos casos. En algunos capítulos de mi libro describo muchos comportamientos eclesiales que lo testimonian ampliamente. El problema es determinar si esta primacía de la pastoral estuvo presente en el Vaticano II mismo, o si se debe a su incorrecta aplicación. La tesis que expongo en este libro es que en el Vaticano II hubieron algunas "fisuras" por donde entró a la Iglesia la propuesta de la primacía de la pastoral. Fisuras no deseadas, pero fisuras al fin. No eran intención de los papas ni de los padres conciliares, aunque, históricamente, se puede probar que algunos padres conciliares habrían querido introducir formas de Modernismo en la doctrina de la Iglesia católica. Pero esto no ocurrió, gracias a la vigilancia doctrinal y pastoral del Pontífice y a la asistencia del Espíritu Santo.

En los años sesenta todas las teologías de moda proclamaban la primacía de la práctica sobre la teoría...

De hecho fue así. Ni Juan XXIII y Pablo VI querían eso. Pero la insistencia sobre el carácter pastoral también podía prestarse a tales interpretaciones. Déjeme darle un ejemplo. Respecto al mundo, el Concilio expresa más aprecio que condena, por indicación explícita de Juan XXIII. Las teologías de esa época decían que Cristo ama al mundo y no a la Iglesia, eliminando con ello la misión salvífica de la Iglesia respecto al mundo. Las dos cosas son incompatibles, pero en el clima de los años sesenta la llamada "apertura al mundo" incluía las fisuras abiertas también a estas interpretaciones distorsionadas, que han dado frutos amargos hasta nuestros días.

Según usted ¿el Concilio desea expresar una completa doctrina sobre la relación con el mundo?

Este es otro problema que debe ser ubicado en su debido lugar y devuelto a la Iglesia. El Concilio no quería exponer toda la doctrina católica. Para ello hay que recurrir al Catecismo. Esto significa que, por ejemplo, la Gaudium et spes no pretendió exponer toda la doctrina acerca de la relación Iglesia-mundo. En esta constitución pastoral no se habla del comunismo. ¿Será posible establecer de forma completa la doctrina sobre la relación con el mundo moderno sin hablar del comunismo? Esta decisión fue por motivaciones pastorales. Sin embargo también tuvo consecuencias doctrinales. Y quienes, sobre esta base, concluyen que el comunismo ya no era más un problema para la Iglesia, solo porque la Iglesia no habló de él, malinterpretan este asunto. Sería como decir que el demonio no es un problema para la Iglesia solo porque el Vaticano II no habla de él. Pero sí se habla de él en el Catecismo. Es muy perjudicial atribuirle al Vaticano II el deseo de expresar la totalidad de la fe de la Iglesia, eso sería constituirlo como un superdogma superior incluso al catecismo y a la tradición apostólica. Sin embargo, no se puede negar que esto se ha hecho y se continúa haciendo.

En su libro, usted trata a fondo el problema del lenguaje de los documentos del Vaticano II. ¿Puede decirnos algo sobre esto?

Este es otro problema que enfrentamos en el momento de devolver el Concilio a la Iglesia. El Vaticano II no fue un Concilio dogmático por lo tanto no adoptó un lenguaje definitorio, más bien fue un lenguaje que alguno define como narrativo. Por lo tanto entender con precisión sus enseñanzas es algo a menudo difícil. Una frase de un documento obliga por la fuerza a relacionarla con otras frases del mismo y frecuentemente es necesario completar el marco con referencias a otros documentos del Concilio. Y con todo esto, a veces no se logra tener una visión completa sobre el tema. Tanto es así que el Magisterio posterior ha tenido que precisar muchas cosas. Si todo habría estado claro, esto no hubiera sido necesario. La famosa primera frase de la Gaudium et spes, siempre citada por todos, incluso por aquellos que del Concilio no han leído otra cosa, no transmite ningún preciso significado teológico, necesita ser completada por otras frases del documento y de otros documentos. Sin embargo, a menudo el Concilio se cita solo con frases efectistas, y centrándose en ellas se hacen definiciones de fe.

Benedicto XVI ha sido definido como anticonciliarista. ¿Qué es lo que él piensa?

Los papas no son ni conciliaristas ni anticonciliaristas, es decir ni dogmatizan el Vaticano II colocándolo por encima de la fe enseñada por los apóstoles, ni lo rechazan como un accidente en el camino. El Concilio se inserta en la tradición de Iglesia de donde recibe la luz.

¿Qué hacer entonces?

El trabajo por hacer es largo. Pasará mucho tiempo. Benedicto XVI ha trazado la línea. Del Concilio debemos hablar, pero no a partir de las propias posiciones ideológicas gangrenosas o de las frases hechas que nos llenan la boca. Benedicto XVI ha indicado un camino: un movimiento que desde abajo, y con la guía del Papa, vuelva a descubrir el Concilio viéndolo dentro de la tradición de la Iglesia y no en conflicto con ella. No es un redescubrimiento en el signo de la ruptura sino de la reforma en la continuidad, lento y progresivo, cada vez más consciente y extendido. Para esto espero que también pueda servir mi libro.



Benedetta Cortese


Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 13-5-13

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