Infocatólica,
24/05/22
Publicamos este extenso trabajo de uno de los mejores Obispos argentinos, que, pese a estar retirado, continúa difundiendo la sana doctrina.
En esta entrada, se encuentra la introducción y al finalizar, el texto completo incluyendo el análisis de los cinco misterios.
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El Rosario y la
vida cristiana.
El Santo Rosario,
a partir de sus orígenes medievales en el ámbito de la Orden Dominicana, se
convirtió en la devoción por excelencia del pueblo católico. A la ofrenda de
esta Corona de Rosas a la Madre de Dios, se atribuyó la obtención de gracias
personales a los creyentes, pero también de hechos milagrosos, de grandes
prodigios. Viene rápidamente a la memoria el triunfo de Lepanto, que detuvo en
el Mediterráneo el avance del Imperio Otomano. El Papa San Pío V reconoció el
hecho como un don divino, logrado por la intercesión de Nuestra Señora de la
Victoria; a la que él invocó e invitó a suplicar mediante el rezo del Rosario.
Los Sumos Pontífices elogiaron repetidamente esta devoción, y la recomendaron a
los fieles. Un caso singular es el de León XIII, el Papa de la Rerum novarum,
que publicó un buen número de encíclicas sobre el Rosario.
Dos
acontecimientos misteriosos, que tuvieron gran repercusión en la Iglesia, y en
el mundo, apariciones de la Madre del Señor, pusieron de relieve su relación
con el Rosario. En Lourdes (1848), a Bernadette Soubirous; actualmente, el
Rosario de la tarde, cada día, concita allá la participación de miles de
peregrinos. En 1917, en Fátima, tres pastorcitos portugueses, Rosario en mano,
recibieron los secretos del Cielo. Otro lugar sagrado que es meta de
peregrinación.
San Juan Pablo II
ha dado abundantes testimonios de su amor al Rosario. A él le debemos la feliz
iniciativa de completar los tradicionales quince Misterios, con otros cinco;
que permiten ahora contemplar enteramente la vida de Jesús. Los Misterios
Luminosos, o Misterios de la Luz, resuelven el salto que se daba anteriormente
del hallazgo del Niño Jesús, a los 12 años, en el Templo de Jerusalén, a la
oración en el huerto de Getsemaní, después de la Última Cena.
El Rosario tiene
una doble dimensión. Es oración interior, meditación o contemplación; nos hace
detener con la mirada del espíritu en los misterios de Cristo, acercándonos al
Corazón de su Madre, María Santísima. Ella «conservaba estas cosas en su
Corazón» (Lc 2, 51); «conservaba estas cosas y las meditaba en su Corazón» (Lc
2, 19). Ella, día a día, iba comprendiendo cada vez mejor el misterio de la
Persona divina de su Hijo; a quien Ella misma había dado carne y sangre de
humanidad, sin intervención de varón, y por obra del Espíritu Santo.
Contemplaba admirada en Nazaret todo lo que concernía al Niño, que estaba
sujeto a Ella, y a José (Lc 2, 51).
La contemplación
de los Misterios consiste en detenerse en ellos, y «mirarlos»; sea con la
imaginación que confiere figura y color a los textos evangélicos, que nos son
bien conocidos, o mediante el aprecio de las obras de arte que los han
representado, y que guardamos en la memoria, y pueden ser evocadas. Aunque es
el espíritu el que los aborda como un ejercicio de fe y de amor.
Esta forma de
oración «mental», expresión que no debe entenderse en función de una psicología
racionalista, va acompañada de la recitación o rezo de las más conocidas y
frecuentadas oraciones católicas: el Padrenuestro, el Avemaría, y el Gloria. La
Oración del Señor (usamos la versión transmitida por San Mateo) es la que nos
descubre la intimidad de Jesús, en su relación con el Padre; al rezarla nos
disponemos a hacer Su voluntad, y no la nuestra. En el Avemaría repetimos el
saludo del Arcángel Gabriel: jáire, es decir, «alégrate»; la traducción
española que utilizamos, «Dios te salve», no carece de ambigüedad; mejor se
dice en italiano (como en latín), Ave, o en francés, Je vous salue (te saludo).
En la segunda parte de la oración, asumimos la súplica que le dirige la
Iglesia: que Ella ruegue por nosotros ahora, en nuestras necesidades presentes,
y «en la hora de nuestra muerte». ¡Cuántas veces repetiremos, habremos repetido
ese ruego hasta que llegue aquella hora! Acuérdate, Virgen María, que jamás se
oyó decir que hayas desatendido los ruegos de quienes recurrieron a Ti. Algo
semejante pedimos en la antífona Salve Regina: que después de este destierro,
Ella nos muestre a Jesús. El Gloria es una pequeña doxología en honor de la
Santísima Trinidad.
Como en todo
género de oración, en el Rosario el máximo peligro es la distracción, que
afecta sobre todo a la contemplación de los Misterios. Se puede continuar
rezando mecánicamente, más o menos automáticamente, las tres oraciones vocales,
mientras «la cabeza» vaya uno a saber por qué aires vuela. La humildad ante ese
defecto es el único remedio, la humildad unida a la paciencia. El Rosario nos
invita al ejercicio de esas dos virtudes.
Se trata de una
fórmula de oración típicamente occidental. Los cristianos de Oriente, sean
miembros de las Iglesias Ortodoxas, o los católicos pertenecientes por su
Bautismo a los diversos Ritos Orientales, tienen sus expresiones tradicionales
de oración. En algún caso reconocemos cierta semejanza, por ejemplo, la oración
del peregrino ruso, que cuenta con un instrumento análogo al Rosario, la
invocación (un ampliado Kyrie eleison): «Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
apiádate de mí, pecador».
Es importante
reconocer la distinción entre la devoción al Rosario y su uso, y la oración
litúrgica, la Santa Misa, y la recitación o el canto por los sacerdotes y
diáconos del Oficio Divino, tal como se practica en los monasterios de la
tradición benedictina; ciertamente, es posible armonizar la participación en la
oración litúrgica, y la recitación de la Corona mariana. Son dos dimensiones,
diversas y complementarias, de la relación del cristiano con Dios. En la
oración litúrgica actúa el opus operatum, la iniciativa divina de la gracia y
su efecto infalible (lo cual no significa que no sea importante la disposición
subjetiva de quien participa y recibe), en el Rosario se expresa el opus operantis,
nuestra iniciativa de amor a la Virgen Santísima, que redundará en nuestro bien
espiritual, en la medida de la rectitud de nuestra intención, y la devoción con
que lo recitemos.
El Rosario ha
sostenido la fe de los pobres; especialmente, en tiempos y lugares en que no se
podía celebrar y recibir los Sacramentos. Hoy día continúa haciéndolo, en el
nuevo contexto de una sociedad y una cultura profundamente descristianizadas,
en las que la ausencia de Dios invade todos los ámbitos de la vida. Sería muy oportuno, como gesto de evangelización,
promover el rezo del Rosario en las capillas u oratorios, si los hay; o en las
casas de familia de los barrios marginales, invitando a incorporarse a algunos
vecinos. Es digna de todo elogio la iniciativa de hombres europeos; que en
Polonia, Irlanda, España, otros países, y ahora también, gracias a Dios, en
Argentina, comenzaron a rezar el llamado Rosario de varones, frente a oficinas
públicas, plazas, y otros sitios emblemáticos.
Conservo un bello
recuerdo de mi infancia. Mi abuelita materna, María de nombre, mientras
preparaba la cena, recitaba el Rosario uniéndose al rezo que, diariamente, se
trasmitía por Radio Rivadavia, una emisora local. ¡Altri tempi!
Tradicionalmente,
el Rosario constaba de tres grupos de cinco Misterios cada uno: Gozosos,
Dolorosos, y Gloriosos. Ya he apuntado que Juan Pablo II tuvo la feliz
iniciativa de añadir, a aquellos, otro ciclo de cinco Misterios, llamados
Luminosos, o Misterios de la Luz. La nueva serie se inspira –me parece que
podemos pensar así- en la afirmación de Jesús, que es la Luz del mundo.
Mientras estoy en el mundo, yo soy la Luz del mundo (Jn 9, 5). En estos
Misterios recogidos en el Rosario se expresan acontecimientos en los que
destella esa Luz del Señor; y a través de ellos el drama de la historia de la
salvación, desde el Bautismo en el Jordán, hasta la institución de la Santísima
Eucaristía. Hablo de drama porque la venida de la Luz al mundo implica un
juicio: Vino la luz al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas (Jn 3, 19). La contemplación de los Misterios
Luminosos debe referirse a la Persona de Jesús, como una definición del
creyente ante Él; y además de las intenciones que el orante desee presentar a
Nuestra Señora, esa intención debe ensancharse en el amor, para dar cabida a
todos los hombres del mundo, en especial por quienes, desconociendo la Verdad
viven en las tinieblas.
Al concluir cada
Misterio se puede rezar la jaculatoria que, anteriormente, recordé por su
origen oriental, y que recitaba el peregrino ruso:
Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
apiádate de mí, pecador.
O, también, la que el Ángel de Fátima enseñó a los
tres pastorcitos:
Oh, Jesús mío, perdónanos nuestras
culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva a todas las almas al cielo, y
socorre especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.
En muchas
iglesias, el rezo del Rosario va seguido de las Letanías Lauretanas (o de
Loreto), una preciosa retahíla de títulos aplicados a María. Un asiduo orante
del Rosario puede aprenderlas de memoria, para completar así su ofrenda a
Nuestra Señora. Algunas advocaciones marianas de las Letanías, a las que se
responde, «ruega por nosotros», son: Santa Madre de Dios, Madre de la Divina
Gracia, Madre Inmaculada, Madre Admirable, Madre del Buen Consejo, Virgen
Prudentísima, Espejo de Justicia, Causa de nuestra alegría, Rosa Mística, Torre
de David, Casa de oro, Arca de la Alianza, Puerta del Cielo, Sede de la
Sabiduría, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consoladora de los
afligidos, Auxilio de los cristianos, Reina de los Ángeles, Reina concebida sin
pecado original, Reina elevada al cielo, Reina de la Familia, Reina de la Paz.
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Texto completo, con los cinco misterios en:
http://www.ctedrajuanpablomagno.blogspot.com/2022/05/los-misterios-del-rosario.html
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