según
Borkenau
InfoCaótica, 18 de abril de 2017
Cuando Franz Borkenau pone pie en España por primera
vez acababa de comenzar la guerra civil. Era septiembre de 1936. Vienés de
origen judío, educado en el catolicismo, había abandonado la fe y abrazado el
comunismo. Para cuando llegó a España ya se había desilusionado con el Partido
comunista, aunque seguía considerándose socialista. Traía con él su bagaje como
investigador social y una vista aguileña para desentrañar procesos históricos.
A veces, un recién llegado advierte, con su mirada
fresca, conexiones dentro del entramado histórico local que se escapan a los
nativos. En 1937 publicó “El reñidero español”, libro en el que recoge su breve
experiencia en la guerra de España. El libro está lleno de observaciones
agudas. Una de ellas resulta particularmente sugestiva:
“Las masas españolas han abandonado a su Iglesia, no
porque hayan perdido el fervor religioso tradicional de su raza, sino porque
esa misma Iglesia española lo ha perdido”.
No se refiere el agnóstico Borkenau a devociones ni
cultos. Explica que mientras las instituciones de la Iglesia, en su conjunto,
fueron el primer terrateniente de España, las gentes del pueblo veían que los eclesiásticos
compartían su misma suerte y sus mismos intereses. Ya desde la Constitución de
1837 el Estado se hizo cargo del mantenimiento del culto y del clero. Cuando las desamortizaciones fueron
avanzando, el Estado, además, fue ofreciendo compensaciones económicas, en
forma de bonos principalmente. Otra cuestión es la de la cuantía, pero aun
suponiendo una contrapartida muy inferior al valor de los bienes perdidos (y
que muchas veces se cobraba tarde y mal) la cuestión es que a partir de la
segunda mitad del siglo los curas ya tenían ingresos fijos a cargo de los
presupuestos generales del Estado y las instituciones de la Iglesia dejaron de
destinar sus nuevos ingresos a bienes raíces para invertirlos en bolsa. Hasta
entonces, el pueblo había sostenido a sus clérigos y, en muchos casos, ese
mismo pueblo se ganaba el pan laboreando en arriendo razonable las tierras del
convento.
Había una íntima solidaridad entre los intereses de
los parroquianos y los de curas y frailes. Una mala cosecha significaba un año
duro para unos y para otros. Una buena, tranquilidad y cierta holganza tanto
para el pueblo como para el clero y la frailería pueblerinos. Pero cuando
diócesis, cabildos, monasterios de clausura y conventos desposados con la dama
pobreza confían sus remanentes dinerarios al juego del mercado de valores,
inevitablemente sus intereses materiales dejan de ser solidarios con los de los
precarios trabajadores y temporeros para encontrarse compartiendo
preocupaciones con los potentados y caciques del gran mundo. Ahora ya no es
espontáneo acompañar al paisano escrutando el cielo ante los nubarrones ni
apremiarse a hacer rogativas para convocar la necesaria lluvia: ahora, si la
bolsa sube, clero y conventuales ganan…
Empezó a ser corriente que órdenes mendicantes
tuvieran participaciones, incluso mayoritarias, de grandes empresas. Prácticas
que todavía hoy siguen en vigor. Ahora, las congregaciones, grandes y pequeñas,
constituyen SICAV que administran sociedades financieras regidas por la lógica
de la búsqueda de la mayor rentabilidad (vía por la cual, invierten en negocios
odiosos antes que en eso que llaman inversiones éticas). Todo lo cual acentuó
todavía más una forma de predicar la religión que ponía en el centro una
concepción privada de la moralidad y que coqueteaba con un fatalismo social.
Borkenau, con su mirada neutral, entendió que el
desafecto profundo de gran parte del pueblo hacia la Iglesia no provenía de la
pérdida de fervor del pueblo, sino de la rebeldía ante aquel injusto divorcio
de intereses temporales, decidido unilateralmente por la otra parte de aquel
viejo desposorio. El pueblo percibía que las buenas palabras desde el púlpito
no suplían la traición que suponía que su suerte material se jugase en una
trinchera contrapuesta a la del predicador.
El forastero no fue el único en este diagnóstico. En
vísperas de la guerra en la que iba a morir mártir, el Padre Gafo atribuía
también orígenes económicos al desafecto de las masas hispanas hacia la
Iglesia. Ese distanciamiento es fruto de un conjunto de causas, pero la que
señala Borkenau es una muy relevante. Raramente se la tiene en cuenta, pero
ofrece luz para entender el devenir contemporáneo de la Iglesia en España.
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