
Celebramos hoy esta gran fiesta mariana,
uniéndonos a la glorificación de Aquella que mereció llevar en su seno al Hijo
del Padre Eterno.
Así lo destaca la primera oración de la misa de
la Vigilia, en la que recordando que Dios ha mirado la humildad de la Virgen
otorgándole la gracia de la Maternidad divina y la ha coronado de gloria, pedíamos que por su intercesión,
nosotros, los salvados por el misterio de la Redención, alcancemos también la
gloria eterna.
El haber sido elegida como Madre del Salvador la
hizo acreedora de todas las demás gracias con que fue adornada por encima de
toda creatura humana.
La Sagrada Escritura rememora esta maternidad
aplicándole a Ella la imagen de Arca de la Alianza (I Crón. 15, 3-4.15-16; 16,
1-2), en la que se guardaban las tablas de la Ley, signo de la presencia de
Dios en medio de su pueblo, pero de una manera más plena, ya que en Ella se
gesta y forma la humanidad del Hijo de Dios que, Palabra misma del Padre, viene a comunicarnos
la intimidad divina a todos los que la buscamos con corazón agradecido.
María es elogiada por su maternidad también en
el texto evangélico de la Vigilia (Lc. 11, 27-28), pero es el mismo Jesús quien
asegura que es más dichosa por haber escuchado la Palabra de Dios y
practicarla.
Este escuchar y realizar la Palabra divina en el
trayecto de su vida, la ha convertido en discípula de su propio Hijo, que es la
Palabra del Padre, y se ha transformado -además- en misionera, llevando el
mensaje salvador a los hermanos de fe,
como se significa en la visita a su prima Isabel (Lc. 1, 39-56), la cual, como
sucede con todo mensaje de salvación bien recibido, prorrumpe en alabanzas tanto al que envía como a quien es enviada a
llevar la Buena Nueva de la presencia del Redentor.
A su vez, en la oración primera de la misa del
día es recordada María en su prerrogativa de concebida sin pecado original, por
lo que también es Madre, y elevada en cuerpo y alma a los cielos, de modo que quien
como creatura estaba sujeta a la muerte, fue librada de su atadura y
corrupción, precisamente por haber sido engendrada, por gracia de Dios, sin pecado original.
Quien estaba exenta de pecado, colmada de la
plenitud de la gracia, elegida para ser Madre del Salvador, no podía estar
sujeta a la muerte, como lo recuerda el Papa Pío XII al declarar el dogma de la
Asunción en cuerpo y alma a los cielos de la plena de gracia.
Con su elevación a los cielos, María anticipa y
asegura a toda creatura humana que estamos llamados a la Vida divina, de allí
que cada uno de nosotros debe tender siempre a los bienes celestiales, sin
dejarnos aprisionar por lo pasajero y terrenal, de manera que “merezcamos participar con ella de la gloria
del cielo” (oración colecta).
La muerte que sujetó de algún modo al hombre por
el pecado de los orígenes, pierde su poder por la resurrección de Cristo el
Señor, como lo recuerda el apóstol (I Cor. 15,20-27), y participando de los
frutos del retorno a la vida en primer
lugar la Virgen Santísima, nos asegura que también resucitaremos a la Vida, si
vivimos y morimos en comunión con el Dios que nos creó.
En su canto felicísimo (Lc. 1, 39-56), la Virgen
María entona la grandeza del Señor y se goza en el Salvador porque ha mirado
con bondad la humildad de esta su servidora, convocándonos así a vivir en este
camino terrenal con un corazón humilde, puesto siempre al servicio del Creador
y de las creaturas, sabiendo que es la bondad de Dios la que nos colma de
gracias y, nos libera con su misericordia de toda inclinación al mal que
pudiera impedirnos vivir en plenitud la condición de hijos de Dios.
Queridos hermanos: mientras nos alegramos por la
glorificación de María, pidámosle que no nos falte la gracia divina para vivir
en este mundo con la mirada puesta en los bienes celestiales que se nos
prometen, y desde ellos iluminar cada instante de nuestra vida de manera que su
fragilidad no nos aparte de caminar esperanzados a la contemplación de Dios.
Canónigo Ricardo B. Mazza.
Cura párroco de la parroquia
“San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad de la Asunción de María
Santísima el 15 de agosto de 2015.
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