miércoles, 27 de mayo de 2015

Tedeum del 25 de mayo

Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú 


Señor Intendente, autoridades presentes civiles, militares y de seguridad de nuestra Ciudad, maestros y alumnos de nuestras escuelas, directores de todas nuestras instituciones: 

Mis queridos hermanos, nos hemos reunido en la Casa de Dios, para dar gracias por un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, oportunidad en que celebramos el bicentenario de la misma, todos nosotros Gobernantes, Militares, Fuerzas de Seguridad y Custodios del Bien Público, Sacerdotes y Fieles cristianos junto a su Obispo, no podemos dejar de dar gracias a Dios, en este día que en un día como ayer nacía la Patria, que nos llevó a ser Nación e hijos de la libertad. 

No podemos dejar de pensar y de orar a Dios Nuestro Señor por tan grande gracia y pedir auxilio al Altísimo para poder cumplir con la misión que El nos confiara, al entregarnos esta porción del Pueblo de Dios. 

Es por eso que cada vez que asumimos la tarea de guiar al Pueblo no podemos dejar de “saber” a conciencia que estamos llamados en el amor de Dios a cuidar de nuestros ciudadanos trabajando por el Bien Común, cuidarlo y servirlo. 

La Iglesia inserta en el núcleo de la sociedad por mandato divino tampoco puede abstraerse del compromiso por el Bien Común, acompañando e iluminando a quienes tienen a misión temporal de construir la historia construyendo una Patria de hermanos, pacífica y laboriosa que no excluya a nadie de sus beneficios. 

El Bien Común es el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los ciudadanos y a las Instituciones de la Patria, conseguir más plena y fielmente su propia perfección. 

El Bien Común, no se improvisa ni se desatiende, orientado por ideologías extrañas, a las raíces mismas de la Patria, sino atendiendo a sus raíces e idiosincrasia fundacionales, teniendo en cuenta que es imposible para el hombre solo, sin Dios, llegar a buen fin en esta tarea, que ciertamente es tarea de todos, gobernantes y ciudadanos de estas tierras. 

La próxima celebración del bicentenario de la Constitución merece un clima espiritual y social con una armonía y una calidad de vida diferente a la que estamos viviendo, y ello significa, un empeño de todos los habitantes de estas tierras y un compromiso definitivo por el Bien Común. 

En estos días precisamente los obispos argentinos hemos emitido un duro documento sobre la drogadicción, flagelo de nuestra juventud, al cual no podemos sino prestar una gran atención que clame a nuestros oídos y a nuestro corazón. 

Trabajar por el Bien Común supone dejar de lado todo personalismo, egoísmo y ambición individual o sectorial, detectando cuales son los valores de nuestra cultura que debemos cuidar, engrandecer y transmitir, inculcándolos en el corazón de nuestros niños y jóvenes, despertando en ellos el valor inconmensurable del amor a Dios y el servicio a nuestra Patria, el amor al estudio, al trabajo como signo de la dignidad del hombre, el rechazo a la dádiva fácil, a la familia y a sus valores fundacionales de la vida y la cultura de nuestras tierras. Haciendo de la libertad de los hombres un valor sobrenatural que debe ser vivido con responsabilidad y amor a Dios y a la dignidad del hombre. 

Trabajar por el bien común supone en primer lugar el respeto a la Persona Humana en cuanto tal desde la concepción hasta su muerte natural. Y esto comporta un sumo cuidado moral en nuestras actitudes, palabras, discursos, y más aún, en nuestras obras las obras. 

Respetando así los derechos fundamentales de la Persona, Hijo de Dios, y heredero de una vida mejor y más plena, el cuál durante su caminar por la historia necesita del cuidado, la orientación, la inclusión social, y las orientaciones morales propias de su cultura cristiana. 

La Nación sufre una crisis de grandeza moral en las personas e instituciones y esto debe llevarnos a un profundo examen de conciencia, sobre la “cualidad” y “calidad” de vida, que queremos para nuestros hijos y para nosotros mismos. 

El hombre debe sentirse en la sociedad argentina capaz de realizar su vocación a la dignidad humana; y al engrandecimiento de esto los valores espirituales y morales que esta en decadencia y sobretodo, los que tenemos alguna responsabilidad de gobierno en la conducción de nuestra Patria. 

El bien común exige el bienestar social de las personas y de las Instituciones. El desarrollo del bien común, es el resumen de todos los deberes sociales. Especialmente la “inclusión de los más pobre y desamparados a un sistema de “inclusión ciudadana” donde reciban un tratamiento digno de la “persona humana” facilitando a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana y digna: Educación, Salud, Trabajo, Valores Morales, Espirituales y Cívicos, Información veraz y adecuada, Fe, Derecho a fundar una familia, respeto a la vida, como ya dijimos, desde su concepción hasta su muerte natural.- 

El Bicentenario de la Constitución, como celebración y acontecimiento del nacimiento de la Patria, implica finalmente la paz y la armonía entre todos los ciudadanos cuidando el equilibrio sectorial y desechando el avance de grupos creadores de rupturas por medio de la violencia y la desarticulación de la paz social. 

El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, el trabajo y vivificarlo por el amor a Dios y a la Patria. 

Es por eso que debemos proponernos durante todo este año este cometido: Vivir en la Justicia y la Paz. 

Para cumplir todos estos objetivos hay que fundar la vida en Dios, Señor y Centro de la historia, procediendo a una renovación de los espíritus en el Señor, que nos conducirá a una real y verdadera reforma de la Sociedad. 

Tenemos que afirmar una y otra vez que el Espíritu de Dios que guía con admirable providencia el curso del tiempo y la faz de la tierra, no es nunca ni lo será ajeno a esta Patria que desea evolucionar y crecer, y así también el fermento evangélico deberá despertar en el corazón de todos los hombres y especialmente de los que gobiernan nuestra Patria, un vivo deseo e irrefrenable exigencia de la dignidad de todos los Argentinos. 

La Iglesia católica, madre y maestra de los Pueblos, quiere constantemente y a través de su predicación y sus documentos, la constante tarea de educarnos en la verdad y el amor, velando también con maternal solicitud la vida de cada individuo y del pueblo, cuya dignidad y dignificación miró la Iglesia con máximo respeto y defendió con la mayor vigilancia. 

En efecto, es la Iglesia la que saca del evangelio las enseñanzas sociales, cuando en el mundo niño, mujeres y adultos eran explotados por un liberalismo económico y fatídico. Es así que la primera Encíclica Social, nos enseña sobre la dignidad del trabajo y la justicia social, la necesidad de cuidar del hombre y no explotarlo, especialmente la dignidad de los niños y mujeres; buscando de alcanzar una convivencia más justa, fraterna y solidaria. 

La doctrina de Jesús une en efecto, la tierra con el cielo, ya que considera al hombre completo, cuerpo y espíritu, inteligencia y voluntad y le llama a elevar su mente y su corazón, desde las condiciones transitorias de esta vida terrenal, hasta las alturas de la Vida eterna, donde el hombre por su fe y por sus obras alcanzará la felicidad sin fin. 

Un párrafo especial, en el contexto bien común y el ejercicio de la libertad, se encuentra el apasionante mundo de la cultura y la educación. 

Nos dicen los Obispos en Aparecida: La misión primaria de la Iglesia es anunciar el evangelio de tal manera que garantice la relación entre fe y vida, tanto en la persona individual como en el contexto socio-cultural en donde las personas viven, actúan y se relacionan entre si; es decir la sociedad. Así procura transformar mediante la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes (de la sociedad), los puntos de interés, la líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y el designio de salvación. 

Frente al desgaste de propuestas, en su mayoría con gran ausencia de valores, la reflexión de la Iglesia se nutre de la experiencia pedagógica de Jesús. Su apuesta por la innegable dignidad de las personas, su conducta reconciliadora y reconciliada, nos hace comprender una forma de vida para los Argentinos. 

Nuestra fidelidad al Evangelio nos exige proclamar en todos los areópagos públicos y privados del mundo de hoy, y desde todas las instancias de la vida y misión de la Iglesia, la verdad y dignidad de todo ser humano. 

Conscientes de este desafío, convencidos del derecho y del deber de educar, es que queremos como Iglesia hacer escuela en nuestra comunidad de la Patria, también en nuestra Diócesis. 

Asistimos hoy a un viejo y triste debate que quiere oponer la gestión pública estatal a la gestión pública privada, sin darse cuenta que los rehenes de esta discusión son quienes tienen el derecho de aprender y no los que tienen la obligación de enseñar. 

Nuestros Próceres hombres y mujeres que forjaron e hicieron grande nuestra patria y nación, tuvieron plena conciencia de este desafío. En la etapa fundacional de nuestra Patria, la fe, motorizaba el deseo de libertad y de crecimiento, y el anhelo de construirnos como nación abriendo las puertas de nuestra Patria a todos los hombres de buena voluntad, sin distinción de razas, religión o condición humana, haciendo la Nación que queremos construir. 

Tenemos la obligación de defender esta unidad, en la fe y la esperanza, en nuestra Patria, evitar los enfrentamientos inútiles y las rupturas desgarradoras. Evitando la propagación del odio y del rencor, que separan y dividen, decir todos juntos Iglesia-Estado y todas las fuerzas vivas. ¡Argentina levántate y camina¡ Que el bicentenario de nuestra Patria nos encuentre fortalecidos en un espíritu común, donde la reconciliación genere un ambiente de verdadera paz y amistad común, para la grandeza de Nuestra Patria, hoy mañana y siempre. 

Que Dios y nuestra Madre la Virgen bendigan a nuestra Patria ¡Amén! 

Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú

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