MisionesOnline, ABRIL 19, 2015
El texto del Evangelio de este domingo (Lc. 24,35-48),
nos relata la aparición de Jesús Resucitado a los Apóstoles. Ellos necesitaban
tener este encuentro Pascual para llevar adelante la misión de anunciar el
Reino. Habían convivido con el Señor, sabían de su muerte y resurrección, pero
aún estaban turbados y con temor. Por eso el texto señala: “Entonces les abrió
la inteligencia, para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así
estaba escrito; el Mesías, debía sufrir y resucitar de entre los muertos al
tercer día, y comenzando en Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas
las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos
de todo esto” (Lc.24,45-48).
Al reflexionar sobre la necesidad de centrar nuestra
fe en Jesucristo Resucitado y sus enseñanzas, llegamos a una conclusión que
aunque obvia, es bueno recordar: no podemos llamarnos cristianos, si no
buscamos y deseamos tener un encuentro con Jesucristo, el Señor, el que murió y
Resucitó. Para los Apóstoles fue fundamental este encuentro personal y pascual
con el Señor. Esto les cambió la vida y permitió ser sus “testigos”.
En realidad esto que vivieron los Apóstoles no fue una
experiencia exclusiva de ellos, todos estamos llamados a tener esa experiencia
pascual, con Jesucristo vivo y resucitado, para ser testigos. ¿Esto es solo
algo teórico? ¿Una abstracción distanciada de la realidad? Considero
conveniente acentuar que hay muchos hombres y mujeres que nos dan testimonio y
responden con sus vidas ejemplares a estos interrogantes.
En este tiempo, y con la gracia del acontecimiento y
el documento de Aparecida, vamos acentuando la necesidad de asumir como
cristianos un camino discipular para la misión. Es cierto que esto es difícil
en un contexto que a veces es hasta agresivo con las propuestas del Evangelio,
e incluso con los valores y la visión del hombre que la revelación cristiana
nos propone. Hay que señalar que los malos ejemplos que puedan dar quienes se
apartan de la fe cristiana, así como nuestras propias fragilidades, no
invalidan el “Don de Dios” del encuentro con Jesucristo y su revelación,
ratificado en el testimonio de tantísimos hombres y mujeres que viven con
fidelidad y entrega este regalo maravilloso de ser cristianos.
Por esta misma razón en este tiempo deberemos acentuar
este discipulado y misión, en todos pero especialmente en nuestros laicos que
son la mayoría del pueblo de Dios, para humanizar y evangelizar nuestra cultura
habitualmente bombardeada por ideologías materialistas que consideran a la
persona como objeto de consumo, potenciando solo sus instintos, y eliminando su
espiritualidad que implican la inteligencia, voluntad, libertad y la capacidad
de trascendencia.
En relación a la necesidad de humanizar y evangelizar
la cultura, Aparecida señala: “Son los laicos de nuestro continente,
conscientes de su llamados a la santidad en virtud de su vocación bautismal,
los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una
ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia
entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de
la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina Social de la
Iglesia. Para una adecuada formación de la misma, será de mucha utilidad el
compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La V Conferencia se compromete a
llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque “la vida cristiana no se
expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes
sociales y políticas.
El discípulo y misionero de Cristo que se desempeña en
los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de decisiones sufre
el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el materialismo, los
intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la visión cristiana.
Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su seguimiento del
Señor, que le dé la fuerza necesaria no solo para no sucumbir ante las insidias
del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno a él un consenso
moral sobre valores fundamentales que hacen posible la construcción de una
sociedad justa” (505-506).
Convocados por tantos testigos de la Pascua nuestro
tiempo necesita de discípulos y discípulas portadores de esperanza.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
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