Después de referirse
Jesús a las bienaventuranzas, en el sermón de la montaña, continúa enseñando a
sus discípulos sobre lo que la vivencia de las mismas implica, “ser sal de la
tierra y luz del mundo”. Estas dos imágenes han de calar hondo en nuestra vida
de fe y llevarnos a múltiples aplicaciones para el bien de todos, siguiendo el
ejemplo del Señor. Como la sal preserva de la corrupción, nuestra vida de
cristianos en el mundo debe contribuir a producir idéntico efecto. Así como la
sal le da sabor a los alimentos por ser diferente a ellos, de la misma manera
hemos de dar verdadero sabor a todo lo que nos rodea, transmitiendo a la
sociedad el sabor o sabiduría que proviene de Jesús.
¡Cuánto necesita el
mundo en el que estamos insertos del “sabor” que proviene del evangelio y
posibilitar así a todo hombre de buena voluntad el vivir una existencia enraizada en el Dios de la salvación!
Así como la sal
produce escozor si la arrojamos a una herida abierta, de la misma manera hemos
de aplicar la sal de la verdad a tantas heridas del pecado, la ignorancia o,
simplemente de la maldad humana, presentes en el corazón humano, para así
contribuir a la conversión de todos.
No tengamos miedo si
ocasionamos rechazos o incomprensiones al transmitir a Jesús, ya que muchas
veces éste es el camino más directo para la salvación humana, ya que Él confía
en que nosotros continuemos su obra en el decurso de la historia.
Con sus palabras, el
Señor nos convoca también a ser luz del mundo, prolongándolo a Él en la
iluminación de una sociedad tan perdida en las tinieblas del pecado, del error
y de la mentira.
Muchas veces nos
resulta difícil entender las enseñanzas de
Jesús y, más arduo resulta el camino de su concreción, como las
bienaventuranzas, pero por medio de la fe conocemos la verdad del mensaje
evangélico y, poseemos la seguridad de contar
con su gracia para llevarlo a la obra.
Por medio de las
imágenes de la sal y de la luz, Jesús no sólo nos interpela para vivir
teniéndolo como modelo, sino que nos envía a dar el “sabor” de su enseñanza a
todas las cosas y a iluminar todo lo oscuro y tramposo que no proviene del
Creador.
Por otra parte, y en
esta misma línea, el texto del evangelio (Mt.5, 13-16) señala cuáles son los
efectos del hecho de ser sal y luz, afirmando que “así debe brillar ante los
ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus
buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en el cielo”.
Pero, además, las
ideas de ser sal y luz ya están presentes de alguna manera en el Antiguo
Testamento (Is. 58, 7-10): “si compartes tu pan con el hambriento y albergas a
los pobres sin techo, si cubres al que ves desnudo y no te despreocupas de tu
propia carne, entonces despuntará tu luz
como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará
tu justicia y detrás de ti irá la gloria
del Señor”.
Las obras de caridad
realizadas, pues, no sólo son prolongación de la transformación interior hecha en
nosotros por la gracia que nos hace luz y sal, sino que la “llaga –es decir, el
pecado- no tardará en cicatrizar”.
Continúa el texto
afirmando que “entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él
dirá: “¡Aquí estoy!”, asegurando la respuesta del Señor si nos mantenemos
fieles a la Alianza.
Es decir, que si
esperamos la respuesta del Señor, hemos de obrar siempre según espera de cada
uno de nosotros. De allí, que en la primera oración de esta misa expresábamos
la seguridad de contar con la defensa de Dios ya que “sólo en ti” hemos puesto
nuestra esperanza.
¿Es esto verdad? ¿Él
es nuestra esperanza verdadera, o esperamos más en nuestra fuerza personal o en
lo que nos asegura el mundo?
Para san Pablo, la
verdadera sabiduría está en Cristo crucificado (I Cor. 2, 1-5) que da sentido
pleno a la vida humana, ya que “ilumina” a los paganos conduciéndolos al
evangelio y les da “sabor” a su existencia.
Hermanos: no tengamos
miedo de ser en el mundo sal y luz, no temamos ir contra la corriente de una
cultura que nos sumerge en la oscuridad del error y en una existencia que transcurre día a día
en la insipidez.
No olvidar la
advertencia del Señor que se pregunta “si la sal pierde su sabor, ¿con qué se
la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por
los hombres”. En efecto, si nos mimetizamos con el estilo de vida del común de
la sociedad sin fe, y no nos distinguimos ya de los enemigos de Cristo en sus
ideas y costumbres, ¿para qué serviremos? ¡sólo para pasar por este mundo sin
pena ni gloria!
Toda persona que
consideramos insulsa en el trato habitual implica que no la consideramos capaz
de aportarnos alguna riqueza interior que nos eleve y haga apetecible su
compañía.
Pues bien, del mismo
modo sucede con nosotros: ¡qué tremendo que seamos insulsos en la transmisión
del conocimiento de Cristo! ya que más que ayudar a otros a vivir su fe nos
transformamos en obstáculo insalvable.
Pidamos también la
gracia de ser luz que ilumine a los que nos ven, de tal manera que por nuestra
fe y obras, interpelemos a toda persona alejada de Jesús, ayudando a abrir el
corazón a la luminosidad que proviene de Él.
Pidamos que nuestras
obras nunca sean tenebrosas, que no seamos oscuros en nuestro proceder y en el
modo de profesar la fe, para que todos glorifiquen al Señor que está en el
cielo.
Padre
Ricardo B. Mazza.
Párroco
de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz , Argentina.
Homilía
en el V° domingo durante el año, ciclo “A”. 09 de febrero de 2014.-
http://ricardomazza.blogspot.com;
ribamazza@gmail.com.-
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