en Miércoles de Ceniza
VATICANO, 13 Feb. 13
/ 12:59 pm (ACI).-
Venerados Hermanos,
Queridos hermanos y
hermanas:
Hoy, Miércoles de
Ceniza, comenzamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se extiende por
cuarenta días y nos conduce a la alegría de la Pascua del Señor, a la victoria
de la vida sobre la muerte.
Siguiendo la antigua
tradición romana de las estaciones cuaresmales, nos reunimos para la
celebración de la Eucaristía. La tradición dice que la primera estación tiene
lugar en la Basílica de Santa Sabina de Aventino. Las circunstancias nos han
reunido en la Basílica Vaticana.
Esta tarde muchos
estamos alrededor de la tumba del apóstol Pedro para pedir también su
intercesión por el camino de la Iglesia en este momento particular, renovando
nuestra fe en el Supremo Pastor, Cristo el Señor.
Para mí es una
oportunidad propicia para agradecer a todos, especialmente a los fieles de la
diócesis de Roma, mientras me preparo para concluir el ministerio petrino, y
pedir que me recuerden especialmente en su oración.
Las lecturas que se
han proclamado nos permiten entender que, con la gracia de Dios, estamos
llamados a poner por obra las actitudes y comportamientos concretos durante
esta Cuaresma. La Iglesia nos vuelve a proponer, en primer lugar, el fuerte
reclamo que el profeta Joel dirige al pueblo de Israel: "Así dice el
Señor, retornen a mí con todo el corazón, con ayuno, con llantos y
lamentos" (2,12).
Se subraya la
expresión "con todo el corazón", que significa desde el centro de
nuestros pensamientos y sentimientos, desde las raíces de nuestras decisiones,
opciones y acciones, con un gesto de total y radical de libertad. Pero, ¿es
posible este retorno a Dios? Sí, porque hay una fuerza que no reside en nuestro
corazón, sino que emana del corazón mismo de Dios. Es la fuerza de su
misericordia.
Dice además el
profeta: "Retorna al Señor, vuestro Dios, porque él es misericordioso y
piadoso, lento a la ira, de gran amor, pronto a arrepentirse respecto al
mal". El retorno al Señor es posible como "gracia" porque es
obra de Dios y fruto de la fe que nosotros reponemos en su misericordia. Pero
este retornar a Dios se hace realidad concreta en nuestra vida solo cuando la
gracia del Señor penetra en lo íntimo y lo sacude donándonos la fuerza de
"rasgar el corazón".
Y todavía el profeta
hace resonar de parte de Dios estas palabras: "rasguen vuestro corazón y
no las vestiduras" (v.13). En efecto, también en nuestros días, muchos
están prontos a "rasgarse las vestiduras" ante escándalos e
injusticias –naturalmente cometidos por otros– pero pocos parecen disponibles a
actuar sobre el propio "corazón", sobre la propia consciencia y sobre
las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueva y convierta.
Ese "retornar a
mí con todo el corazón", entonces, es un reclamo que involucra no solo al
individuo, sino a la comunidad. Hemos escuchado siempre en la primera lectura:
"Suene el cuerno en Sión, proclamen un solemne ayuno, convoquen una
reunión sagrada. Reúnan al pueblo, congreguen a una asamblea solemne, llamen a
los viejos, reúnan a los niños, los lactantes; salga el esposo de su cámara y
la esposa de su tálamo" (vv.15-16).
La dimensión
comunitaria es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana. Cristo ha
venido "para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos" (cfr
Jn 11,52). El "Nosotros" de la Iglesia es la comunidad en la que
Jesús nos reúne (cfr. Jn 12,32): la fe es necesariamente eclesial. Y esto es
importante recordarlo y vivirlo en este Tiempo de la Cuaresma: que cada uno sea
consciente de que el camino penitencial no lo afronta solo, sino junto a tantos
hermanos y hermanas en la Iglesia.
El profeta, finalmente,
se refiere a la oración de los sacerdotes, los cuales, con lágrimas en los
ojos, se dirigen a Dios diciendo: "No es tu heredad el oprobio y escarnio
de las naciones. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: ‘Dónde está su
Dios?’" (v.17). Esta oración nos hace reflexionar sobre la importancia del
testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras
comunidades para manifestar el rostro de la Iglesia y como este rostro es, a
veces, desfigurado.
Pienso en particular
en las culpas contra la unidad de la Iglesia, en las divisiones en el cuerpo
eclesial. Vivir la Cuaresma es una más intensa y evidente comunión eclesial,
superando individualismos y rivalidades, es un signo humilde y precioso para aquellos
que están lejanos o indiferentes ante la fe.
"¡Es ahora el
momento favorable, es ahora el día de la salvación!" (2 Cor 6,2). Las
palabras del Apóstol Pablo a los cristianos de Corinto resuenan también para
nosotros con una urgencia que admite ausencias o inercias. El término
"ahora" repetido más veces indica que este momento no puede dejarse
pasar, es ofrecido a nosotros una ocasión única e irrepetible. Y la mirada del
Apóstol se concentra en el compartir con el que Cristo ha querido caracterizar
su existencia, asumiendo todo lo humano hasta hacerse cargo del mismo pecado de
los hombres.
La frase de San Pablo
es muy fuerte: Dios "lo hace pecado a nuestro favor". Jesús, el
inocente, el Santo, "Aquel que no ha conocido pecado" (2 Cor 5,21),
se hace cargo del peso del pecado compartiendo con la humanidad el éxito de la
muerte y de la muerte de cruz. La reconciliación que nos viene ofrecida ha
tenido un precio altísimo, el de la cruz elevada sobre el Gólgota, sobre el que
estuvo colgado el Hijo de Dios hecho hombre.
En esta inmersión de
Dios en el sufrimiento humano y en el abismo del mal está la raíz de nuestra
justificación. El "retornar a Dios con todo el corazón" en nuestro
camino cuaresmal pasa a través de la Cruz, el seguir a Cristo en el camino que conduce
al Calvario, al don total de sí. Es un camino en el que se debe aprender cada
día a salir siempre más de nuestro egoísmo y da nuestras cerrazones, para hacer
espacio a Dios que abre y transforma el corazón.
Y San Pablo recuerda
como el anuncio de la Cruz resuena en nosotros gracias a la predicación de la
Palabras, de la que el mismo Apóstol es embajador, un reclamo para nosotros
para que este camino cuaresmal sea caracterizado por una escucha más atenta y
asidua de la Palabras de Dios, luz que ilumina nuestros pasos.
En la página del
Evangelio de Mateo, que pertenece al llamado Discurso de la montaña, Jesús hace
referencia a tres prácticas fundamentales previstas por la ley mosaica: la
limosna, la oración y el ayuno, son también indicaciones tradicionales en el
camino cuaresmal para responder a la invitación de "retornar a Dios con
todo el corazón".
Pero Jesús subraya
como debe ser la calidad y la verdad de la relación con Dios lo que califica la
autenticidad de cada gesto religioso. Por esto Él denuncia la hipocresía
religiosa, el comportamiento que quiere aparecer, las actitudes que buscan el
aplauso y la aprobación. El verdadero discípulo no se sirve a sí mismo o al
"público", sino a su Señor, en la simplicidad y en la generosidad: "Y
el Padre tuyo que ve en el secreto, te recompensará" (Mt 6,4.6.18).
Nuestro testimonio
entonces será siempre más incisivo cuanto menos busquemos nuestra gloria y
seremos conscientes que la recompensa del justo es Dios mismo, estar unidos a
Él, aquí, en el camino de la fe y, al final de nuestra vida, en la paz y en la
luz del encuentro cara a cara con Él para siempre (cfr 1 Cor 13,12).
Queridos hermanos y
hermanas, comenzamos confiados y alegres el itinerario cuaresmal. Resuena
fuerte en nosotros la invitación a la conversión a "volver a Dios con todo
el corazón", acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos, con aquella
sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús.
Que ninguno de
nosotros, entonces, sea sordo a este llamado, que nos viene dirigido también en
el austero rito, tan simple como sugerente, de la imposición de las cenizas,
que dentro de poco cumpliremos. Que nos acompañe en este tiempo la Virgen
María, Madre de la Iglesia y modelo de todo auténtico discípulo del Señor.
¡Amén!
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