Lic. Mónica Moore
Del “efecto péndulo”,
no se salva la catequesis: por querer superar una instrucción religiosa basada
en la mera repetición de fórmulas dogmáticas, se pasó al desprecio por la
memorización.
Cuando estudiamos
otras asignaturas es inevitable la memorización de ciertos datos que, si
bien deben antes ser razonados, por una cuestión de practicidad luego son
mecánicamente memorizados (por ejemplo, las tablas de multiplicar). Para dar una
buena lección de historia o geografía, no podemos eludir el recuerdo preciso de
lugares, fechas, personas. Sin embargo, se llegó a pensar que la memorización en
catequesis era algo obsoleto y que atentaba, incluso, contra su espíritu.
La memoria es una
dimensión humana que no está ligada solamente a lo intelectual; redescubrir
los ámbitos existenciales en los que interviene, nos permitirá apreciar su valor
en la vida cristiana, y por lo tanto, en la catequesis. La memoria tiene que ver
con nuestra identidad: las experiencias que atesoramos (las que vivimos o nos
contaron), forman parte de lo que somos. Igualmente, nuestra identidad
cristiana se va construyendo mediante el conocimiento vivo y experiencial de
Jesús, de sus enseñanzas, de su presencia real en la comunidad.
La memoria va de la
mano de aquellas instancias en que participamos activamente: cuando nos
involucramos en un trabajo, en un esfuerzo de comprensión, en una búsqueda,
aquello que hemos protagonizado queda más particularmente “grabado” en nuestra
memoria. En la medida en que la catequesis sea una propuesta que apele a la
participación, más podrá afianzar el proceso de maduración en la fe. Y
esencialmente, la memoria tiene una fuerte carga afectiva: aquello que influye
en el corazón (con gozo o dolor), deja una impronta imborrable; por eso, todo lo
que aprendemos en un clima de cariño, aceptación y contención se internaliza
con más facilidad. Si esta dimensión afectiva es decisiva en todo aprendizaje,
en la catequesis adquiere una relevancia especial.
La consideración de
la memoria desde una perspectiva más amplia, nos permite redescubrir la
utilidad, pertinencia y necesidad de la memorización, no entendida ya como mero
almacenamiento de datos sino como incorporación de conocimientos de importancia
vital, “conquistados” en un proceso de experiencias reflexionadas e
interiorizadas, activamente buscadas, vinculadas con el mundo de los afectos,
que van constituyendo un “tesoro interior” que podemos llevar siempre con
nosotros, degustar y profundizar.
Presupuesto este
itinerario, algunas frases claves de las Escrituras (recordando el libro y al
menos el capítulo en el que se encuentran), oraciones esenciales, las
principales definiciones de fe, fórmulas sacramentales, ciertos términos específicos,
jaculatorias, estribillos de canciones, son irremplazables a la hora de
cultivar nuestra “memoria cristiana”. Hay que animarse a proponerlos, exigiendo
su memorización, alentados por la Palabra misma de Dios: “Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en
tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y
háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte
y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca
sobre tu frente”. (Deut. 6, 5-8).
Lectura sugerida: DE
VOS, Francisco: Pensar la Catequesis, Ed. Claretiana, Buenos Aires, 2001, 2º
Ed., pág. 95-104.
Publicado por
Encuentro | Publicado: 05/08/2012
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