Benedicto
XVI
”En la vigilia en que
celebramos los cincuenta años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II
y el inicio del Año de la Fe ,
deseo hablar de este gran evento eclesial”, dijo Benedicto XVI durante la
catequesis de la audiencia general de los miércoles que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro.
“Los documentos
conciliares son, también para nuestra época, una brújula que permite a la barca
de la Iglesia
navegar en mar abierto, en medio de las tempestades o de la calma para llegar a
la meta”, explicó el Papa y recordó que el Concilio, en el que participó cuando
era un joven profesor de Teología Fundamental en la universidad alemana de
Bonn, fue para él “una experiencia única”. “Pude ver una Iglesia viva (...) que
se pone bajo la escuela del Espíritu Santo, verdadero motor del Concilio. Pocas
veces en la historia se ha podido, como entonces, casi 'tocar' concretamente la
universalidad de la Iglesia
en un momento de gran realización de su misión de llevar el Evangelio en todos
los tiempos hasta los confines de la tierra”.
En la historia de la Iglesia , varios concilios
precedieron al Vaticano II: Nicea, Efeso, Calcedonia, Trento, pero, por regla
general, se convocaron para definir elementos fundamentales de la fe, y
corregir, sobre todo, los errores que la ponían en peligro. No fue el caso del
Vaticano II porque en aquel momento “no había particulares errores de fe que
corregir o condenar, ni tampoco cuestiones específicas de doctrina o de
disciplina por aclarar”. La primera cuestión que se planteó ante el gran evento
conciliar fue, precisamente, como comenzarlo y que tarea precisa atribuirle. A
este propósito el beato Juan XXIII en el discurso de apertura del 11 de octubre
de hace cincuenta años dio una indicación general:
“La fe debía hablar
de forma más 'renovada', mas incisiva porque el mundo estaba cambiando
rápidamente, manteniendo, sin embargo, sus contenidos perennes sin fisuras o
compromisos”.
“El Papa -dijo
Benedicto XVI- quería que la
Iglesia reflexionase sobre su fe, sobre las verdades que la
guían. Pero, partiendo de esa reflexión, profunda y seria, sobre la fe, había
que trazar, de forma nueva, la relación entre la Iglesia y la edad moderna,
entre el cristianismo y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno,
no para conformarse a él, sino para presentar a este mundo nuestro que tiende a
alejarse de Dios, la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y en toda su
pureza”.
“La época en que
vivimos está también marcada por el olvido y la sordera frente a Dios. Creo,
por lo tanto, que tenemos que aprender la lección más simple y fundamental del
Concilio, a saber: que el cristianismo, en su esencia, consiste en la fe en
Dios (...) y en el encuentro (...) con Cristo que orienta y guía la vida. Lo
más importante hoy, como era el deseo de los Padres conciliares, es que se vea
de nuevo, con claridad que Dios está presente, nos mira, nos responde; y que,
por el contrario, cuando falta la fe en Él, cae lo que es esencial, porque el
hombre pierde su dignidad (...) El Concilio recuerda que la Iglesia tiene (...) el
mandato de transmitir la palabra del amor Dios que salva, para que sea
escuchada y acogida aquella llamada divina que contiene en sí las
bienaventuranzas eternas”.
El Santo Padre citó
brevemente las cuatro constituciones conciliares, casi los “cuatro puntos
cardinales de la brújula que nos orienta”: 'Sacrosanctum Concilium', sobre la
liturgia que habla de la centralidad del misterio de la presencia de Cristo en la Iglesia ; 'Lumen gentium',
que subraya la tarea fundamental de la Iglesia de glorificar a Dios; 'Dei Verbum', sobre
la Revelación
divina que habla de la Palabra
viva de Dios que convoca a la
Iglesia y la vivifica en su camino a lo largo de la historia,
y por último 'Gaudium et spes', sobre el modo en que la Iglesia lleva al mundo
entero la luz que ha recibido de Dios.
“El Concilio Vaticano
-concluyó- es una fuerte invitación a redescubrir cada día la belleza de la fe
y a conocerla de modo profundo, para una relación más intensa con el Señor, y a
vivir auténticamente la vocación cristiana”.
Ciudad del Vaticano,
10 octubre 2012 (VIS).-
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