P. Ricardo Maza
“Superemos nuestras
debilidades por Quien es fuerza y Vida para el hombre”
En la primera oración de esta
misa pedíamos a Dios que en nuestra condición de hijos de la Luz nos veamos
libres de las tinieblas del error para poder participar de la verdad en plenitud.
Precisamente la Palabra de Dios que hemos proclamado, nutre nuestra inteligencia
de tal modo que podemos vivir cada día más en la verdad.
Así, desterramos de nuestras
vidas lo que refiere al error, al mundo tenebroso originado por el maligno que busca
siempre alejarnos de Aquél que es la Verdad primera y a nosotros de nuestra
condición de hijos de la Luz.
Los textos bíblicos nos ilustran
este domingo acerca del sentido de la vida y de la muerte humana, a la luz de
la persona y enseñanza de Jesús.
El libro de la Sabiduría (1, 13-15; 2, 23-24), escrito en Alejandría 50
años antes de la venida de Jesús, está dirigido a los judíos de esa ciudad que cercanos
a la cultura griega, podían contaminarse con el paganismo, y en este caso, acerca
del sentido de la vida y de la muerte.
El texto de referencia afirma
claramente “Dios no ha hecho la muerte”, que es el Señor de la vida y que ha
querido que todas las cosas subsistan en la bondad de su ser, y que el hombre,
creado a su imagen y semejanza, viviera en este mundo de tal modo, que con su
existencia como hijo de la luz
anticipara la misma vida eterna a la que estaba llamado.
Pero por envidia del maligno
entró el pecado en el mundo, y tras de
sí la muerte, experiencia desgarrante, negadora del llamado a la vida.
Esto nos ilumina acerca de lo
que vivimos en nuestro tiempo y que el beato Juan Pablo II llamara “la cultura
de la muerte”, ya que esta ideología tiene su origen, inspiración y apoyo en el
espíritu del mal.
Y así, todo lo que favorezca
la muerte, como la violencia, el asesinato a sangre fría, las guerras, el odio,
la esclavitud de la droga, la eutanasia, el aborto, la vigencia de la pobreza
destructora de toda posibilidad humanizadora del hombre, provienen del maligno.
En nuestra Patria, diversas provincias,
-entre las que se encuentra la nuestra, la de la “Santa Fe”- han puesto en
vigencia alegremente el llamado Protocolo para el aborto. En la actualidad es
suficiente que una mujer afirme ser violada para que con los servicios del
Estado, nuestros impuestos, se ejecute a tantos argentinos impidiéndoles nacer
a la vida. De este modo el diablo cuenta con muchos servidores que le rinden
culto ante el altar de Moloc.
Esto va señalando cómo la
“envidia” del maligno que no soporta la dignidad a la que fue enaltecido el
hombre por la Encarnación del Hijo de Dios, sigue laborando por mantener la
muerte de los inocentes sin pausa alguna.
Si nosotros queremos seguir
siendo hijos de la Luz hemos de trabajar, defender, promover, celebrar y servir
a la vida humana creada para participar de la vida divina después de nuestro
paso por este mundo ya que nos “hizo a imagen de su propia naturaleza”.
El evangelio proclamado hoy (Mc. 5, 21-43) muestra
el poder de Jesús frente a la enfermedad y la muerte, porque Él es “la
resurrección y la Vida”.
Jairo, cuya hija estaba
moribunda, y la hemorroísa que padecía sin curarse por muchos años, se arrojan
a los pies del Señor ante la imposibilidad de encontrar soluciones humanas a
sus tragedias personales y reconociendo que sólo Jesús puede concederles un
camino nuevo.
Es cierto que la niña
resucitada luego moriría porque estamos todavía bajo el dominio de la muerte
temporal, pero en su resurrección “en el tiempo”, nos deja la esperanza y
certeza que por la resurrección de Jesús, estamos llamados a la vida eterna
siempre que hayamos vivido en la amistad con Dios, porque “la muerte no ejerce
su dominio sobre la tierra, porque la justicia es inmortal”. Los que obran el mal, en cambio, como
hacedores de la muerte en este mundo, siervos del maligno, resucitarán para la
muerte.
Tanto Jairo como la hemorroísa,
representan la experiencia de la insuficiencia humana que reconoce finalmente que
sólo Dios lo realiza todo por nosotros.
La revelación muestra a Jesús
liberando al hombre de sus debilidades, ayudándolo a superar la realidad de la
muerte, enseñando que no tiene poder absoluto sobre la contingencia humana, sino
vencida ya por su resurrección.
Ante el pedido de imponer las
manos sobre la hija de Jairo para “que se cure y viva”, Jesús sigue su camino, se
encuentra con la mujer enferma que ha oído hablar de Él y piensa que con sólo tocar su manto se
sanaría.
El Señor sintiendo que una
fuerza ha salido de su persona, pregunta “¿quién me ha tocado?”, porque quiere
avanzar en el camino de la sanación de esta mujer, curada en su cuerpo, sacarla
de su estado de postración social y religiosa a causa de la impureza legal, y
restituirla en su dignidad de persona, portadora a la vez de la verdad de Dios.
Conocida quién es la sanada le
dirá “tu fe te ha salvado, vete en paz”, dejando en claro, perfeccionando la fe
incipiente de su corazón, que es más importante la salud espiritual que la
corporal en este proceso de maduración de su fe. De nada sirve la curación de
la enfermedad del cuerpo si el ser humano está lejos del Señor a causa del
pecado.
Siguiendo su camino Jesús le
dirá a Jairo, una vez que le comunican la muerte de su hija, “no temas, basta
que creas”. Equivale a decirle “no te quedes con el conocimiento del triunfo de
la muerte sobre tu hija, avanza en el conocimiento de la fe que es superior”.
Llegando a la casa, con sus
discípulos más cercanos, se encuentra con el alboroto y los lloros que nacen de
la experiencia de la muerte sin retorno, sin esperanza de vida en Dios. Él les
reprende esa actitud ya que “la niña no está muerta, sino que duerme” y “se
burlaban de Él”, ya que no creían que
Jesús es la resurrección y la vida.
El decir que la niña sólo
duerme, es lo que en el transcurso del tiempo lleva a la Iglesia a denominar
como “cementerio” al lugar de “los que duermen”, distinguiendo de esta manera a
la denominación que utilizan los griegos, “necrópolis”, que es “la ciudad de
los muertos”.
Desde la fe, los muertos a
esta vida sólo “duermen” porque han de resucitar, mientras que para los sin fe,
al no existir la esperanza de una vida mejor, todo culmina con el cese de la
vida temporal.
Para el cristiano la muerte es
un sueño porque después de ella se devela el misterio de Dios ante quienes han
vivido en su amistad en este mundo.
Cristo como Señor de la Vida y
de la muerte, con pocos acompañantes, le dirá a la niña “Talitá Kum”, yo te lo
ordeno levántate”.
¡Cuánto necesitamos nosotros
que Jesús nos diga “levántate”, cuando sumergidos en el pecado nos sentimos
sujetos por la opresión de la muerte!
Con su gracia nos eleva
siempre en medio de nuestras debilidades como un anticipo de la resurrección
final, nos alienta a no considerar nunca que estamos irremediablemente
prisioneros de la muerte del espíritu, sino siempre con nuevas posibilidades
para elevarnos de cualquier estado de postración.
Jesús culmina su actuar
ordenando a los familiares den de comer a la niña.
Se trata de la comida como
afirmación de la vida, como el banquete es utilizado en la Biblia para
significar la alegría y afirmar la Vida Eterna.
Pues bien, la comunión de
Cristo en la Eucaristía, no sólo significa que hemos abandonado la muerte causada
por el pecado, sino que de nuevo dignos de Él, nutrimos nuestra vida temporal
preparándonos para la eterna.
Hermanos: pidamos al Señor que
no carezcamos de su gracia para sustentarnos siempre de la Vida con la que nos
regala desde la fe.
Cura párroco de la parroquia “San
Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo
XIII del tiempo ordinario, ciclo “B”. 01 de julio de 2012. ribamazza@gmail.com;
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