Con ocasión del
nombramiento de monseñor Gerhard Ludwig Müller, hasta ahora obispo de
Ratisbona, como nuevo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe , no han faltado voces que se
han rasgado las vestiduras por el nombramiento de alguien que fue alumno de
Gustavo Gutiérrez, padre de la teología de la liberación, y coautor con él del
libro De parte de los pobres: Teología de la liberación. A este respecto, puede
resultar esclarecedor este artículo que monseñor Gerard L. Müller publicó, el 6
de diciembre de 2011, en el diario católico alemán Die Tagespost, artículo
recientemente difundido, traducido al italiano, por el diario vaticano
L’Osservatore Romano, bajo el título Examinadlo todo y quedaos con lo bueno
Toda concepción de
una teología de la liberación permanece católica sólo si su hermenéutica total
es la revelación de sí por parte de Dios en su Hijo Jesucristo, que ha sido
transmitida a la Iglesia
con el sentido de la fe de todos los fieles y con el magisterio episcopal y
papal para una exposición auténtica. La Congregación para la Doctrina de la Fe se propone impedir a las
teologías de la liberación que se conviertan en ideologías políticas y que, por
tanto, pierdan su carácter teológico. En realidad, la fe, la esperanza y la
caridad son virtudes divinas, dones de la gracia, pero que deben necesariamente
desembocar en la responsabilidad respecto al mundo y la Historia , en la opción a
favor de los pobres. El amor a Dios y el amor al prójimo son indivisibles.
De este planteamiento
completamente orientado a Dios de la imagen cristiana del hombre queda excluida
cualquier ideología de auto-redención del hombre. Esto se refiere a las
ideologías progresistas de carácter capitalista y marxista, que son
esencialmente ateísticas, porque niegan a Dios y lo desacreditan como
alienación y dependencia. Estos sistemas hostiles al hombre sustituyen el
dominio de Dios por el dominio del hombre sobre el hombre. Los ateísmos
políticos desembocan necesariamente en el totalitarismo, y por tanto en la
supresión de la libertad y en la destrucción de la dignidad del hombre. Esto se
comprueba en el desarrollo histórico del comunismo, pero también de sistemas
económicos neoliberales, en los que el dinero se convierte en un fin en sí
mismo.
Dios es pura libertad
El mundo creado y el
futuro inmanente del mundo no pueden ser el fin último del hombre, ni pueden
constituir su vocación a la salvación eterna y a la alegría. El entonces
Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe , cardenal Joseph Ratzinger, con ocasión de la
concesión del Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Lima,
en 1986, planteó la siguiente pregunta: «Entonces, ¿el concepto cristiano de
libertad significa que el hombre se retira resignado a su finitud y desea ser
sólo hombre? Absolutamente no. A la luz de la experiencia cristiana de Dios, es
posible ver que la arbitrariedad absoluta de poder hacerlo todo no tiene como
modelo a Dios, sino a un fetiche. El Dios verdadero es pura libertad. Ser esta
imagen de Dios, llegar a ser parecidos a Él, es la vocación del hombre.
Una mirada a las
Sagradas Escrituras nos enseña que la historia de la Alianza es una historia de
liberación, con una opción cada vez más evidente de Dios a favor de los pobres,
los que sufren y los explotados, de modo que de la soteriología debe deducirse
también una ética. La Iglesia
«indica de manera positiva los fundamentos de la Justicia en el orden
temporal», y «es fiel a su misión cuando denuncia las desviaciones, esclavitudes
y opresiones de las que son víctimas los hombres». Pero la Iglesia condena también
los métodos que responden a la violencia con violencia, al terror con terror, a
la privación de derechos con privación de derechos.
Cristo, ayuda para
los pobres
Ante todos los males
materiales y espirituales que afligen a grandes sectores de la Humanidad en sistemas
injustos, la Iglesia
pone en marcha la opción preferencial por los pobres, no para alimentar
conflictos, sino para superar las barreras entre las clases y para hacer de la
solidaridad, de la dignidad del hombre y de la subsidiariedad los principios
del orden social. Hay que añadir, por supuesto, que hay estructuras de pecado,
pero esto no excluye la responsabilidad individual de cada uno. Nadie puede excusarse
afirmando que ha sido el sistema quien le ha obligado a explotar y aniquilar a
otras personas para ganarse la vida.
La praxis liberadora
de los cristianos, que resulta tanto de la liberación del pecado como del
anuncio de la gracia, supone igualmente la mejora constante de las condiciones
de vida materiales y sociales, y del mismo modo considera también las
relaciones personales entre las personas con el amor de Cristo como parte
central del modo de ser cristiano. Este esfuerzo es necesario para la Iglesia y es una ayuda
para los pobres y los que sufren en el mundo.
+ G.L. Müller
Alfa y Omega, NÚMERO
794 / 12-VII-2012
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