parece estar necesitada de resurrección
El
obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, escribió una reflexión titulada «¿Qué democracia
queremos para nuestra Argentina?», en la que invita a pensar en la necesidad de
una «resurrección» del sistema democrático en su país y en otros.
(Aica/InfoCatólica)
29-4-22
El año pasado,
recordó el obispo, «al calor de la Pascua, escribí unas líneas para responder a
la pregunta: ¿Hay resurrección para nuestra Argentina? Hoy me da vueltas por el
corazón la misma pregunta con una variación. Es la pregunta que sirve de
título: ¿Qué democracia queremos para nuestra Argentina?».
«No solo en
Argentina. La democracia parece estar necesitada de resurrección. No solo de
una simple revitalización formal», aclaró.
Al respecto,
destacó que el magisterio social de la Iglesia «ha hecho un fatigoso camino
para apreciar los valores que supone la democracia, sus reglas de juego y su
andamiaje institucional. Ha pasado de la condena a la sospecha, y de esta a la
relativización, para arribar a una valoración positiva de la misma, aun sin
desconocer sus riesgos, límites y deformaciones».
«En este tramo del
camino podemos señalar las reflexiones de los tres últimos Papas: de Juan Pablo
II en Centessimus annus, pasando por las numerosas intervenciones de Benedicto
XVI, hasta las aportaciones de Francisco en Laudato si' y, sobre todo, en la
reciente Fratelli tutti», señaló el prelado.
«El Episcopado
argentino tuvo su intervención estelar poco antes de la recuperación del orden
constitucional con el señero documento: ‘Iglesia y comunidad nacional’ de
1981», añadió.
«Tenemos donde
abrevar, tomar impulso y pensar mejor, desde el Evangelio y la enseñanza social
católica, cómo aportar para revitalizar el sistema democrático. ¿Queremos
realmente hacerlo? ¿Estamos suficientemente motivados para ello? ¿O nos sumamos
a los cansados y desilusionados que vuelven a apostar por soluciones mágicas
que patean el tablero?», planteó el prelado.
Citando al jesuita
español José I. González Faus, en un artículo sobre las elecciones francesas,
destacó una serie de preguntas «que bien podríamos aprovechar aquí, de este
lado del charco».
«Solo destaco una:
¿vamos a seguir echando mano del voto bronca para castigar al gobierno de turno,
pensando que, tal vez así, las cosas se acomoden? Tenemos suficientes pruebas
de, más que acomodarse, el camino hacia el precipicio se hace más inclinado», aseguró.
«Necesitamos una
fuerte sacudida de nuestro espíritu ciudadano. Pero en línea con uno de los
valores más fuertes, si no el más fuerte, de una genuina democracia: restituir
el diálogo ciudadano que le da cauce a la pluralidad de voces, posturas e
iniciativas que es alma de toda democracia. No hay democracia sin
reconocimiento explícito de la pluralidad y, por eso, del diálogo y los
consensos», consideró.
«Y todo esto como
fruto de una deliberada elección que supone el ejercicio arduo de las
principales virtudes políticas: la prudencia, la búsqueda de la justicia, la
solidaridad y, no en último lugar, el reconocimiento efectivo de que el otro
(especialmente el que es más distinto de mí) tiene real subjetividad, merece
ser escuchado porque, no de casualidad, ni yo ni él tenemos la posesión de toda
la verdad que hay que buscar en la vida ciudadana de un pueblo», observó.
«De este lado del
charco, hay además otro poderosísimo aspecto de la realidad que nos tiene que
sacudir y -no puedo obviar el lenguaje evangélico- urgirnos a una verdadera
conversión del corazón: la multiplicación de los rostros de la pobreza, la
marginación, el descarte y el sufrimiento de los últimos. La deuda social de
la pobreza es la mayor que los argentinos tenemos con nosotros mismos»,
sostuvo.
«Este es un camino
que, antes que los dirigentes, lo tenemos que recorrer los ciudadanos de a pie,
cada uno y en conjunto. De la decisión de hacerlo dependen muchas cosas, por
ejemplo, que el mundo de la política se sienta presionado y urgido por los ciudadanos
a encarnar estos valores en sus propuesta y actitudes», afirmó.
«Está bien que, ya
desde ahora, comiencen a pensar en las elecciones de 2023, a tantear posibles
candidaturas y a mover sus piezas para ello. Es el juego de la democracia.
Buscar el poder para transformar la realidad es un valor fundamental de la
política. Pero también convencer a los votantes con sus propuestas, no con
meros artilugios de marketing. La rosca es necesaria, pero solo si no se queda
en la desesperación por el conchabo, la tajada o el sectarismo. El bien común y
el interés de todos, especialmente de las generaciones por venir, es el norte
de la brújula», aseguró.
En ese sentido,
advirtió que «lo que sí harta y llena de bronca es el desenganche de buena
parte del mundo político de las reales preocupaciones, problemas y desvelos de
las personas, de las familias, de los jóvenes y de los trabajadores».
Y destacó la
responsabilidad «única, intransferible y esencial» que tienen los medios de
comunicación en toda democracia: «vehiculizan la palabra, la idea, la libre
expresión. No soy ingenuo: hoy por hoy, los medios juegan al servicio del
sistema y de las fuerzas dominantes. Pero los medios están formados por hombres
y mujeres que saben abrirse camino en esa jungla para hacer oír su voz libre»,
confió.
«El papa Francisco
ha vuelto a señalar las principales tentaciones o pecados de los medios.
Señala, ante todo, la desinformación como la más seria. Estoy básicamente de
acuerdo. Añade además la calumnia y la difamación, verdaderos flagelos éticos
de la comunicación humana. A continuación, ha vuelto a usar una expresión que
no me parece feliz: ‘coprofilia’. Yo prefiero decir lo mismo, pero de otro modo
(no sé, tal vez, hablando del ‘gusto por el morbo’). Pero comprendo el hartazgo
de Francisco. No está solo en ese sentimiento», analizó.
«No hay democracia
sin opinión pública ni libertad de expresión, sin debate ciudadano y sin
periodismo libre, realmente libre, crítico, informado y cuestionador»,
consideró monseñor Buenanueva.
Se trata entonces,
concluyó, «de recuperar la palabra y el discurso responsables, tratarnos como
semejantes (en cristiano: como ‘hermanos y hermanas’), especialmente en el
disenso, y apostar a consensos que maduren frutos que tal vez recogerán las
futuras generaciones. Este es -a mi entender- uno de los cauces privilegiados
para revitalizar nuestra democracia».
«¿No es la persona
y los derechos humanos el fundamento sobre el que se asienta la cultura
democrática, sobre todo, después de las experiencias demoledoras de las guerras
y, entre nosotros, de la violencia política que alcanzó su cota más alta en el
terrorismo de estado? ¿Qué hemos aprendido realmente de este largo y fatigoso
camino que venimos transitando? Tenemos que pensarlo», cerró.
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