Pedro Trevijano
Etcheverria
Infocatólica,
13/04/22
Recuerdo que mi
primer sermón en el Seminario, como ejercicio de oratoria, fue sobre la
tempestad calmada. Es una situación, la de la tempestad, que se está dando
constantemente en la Iglesia y que con frecuencia lleva a sus adversarios a
anunciar el próximo e inmediato fin de la Iglesia. Pero aunque Jesús pueda
parecer que está dormido, se mantiene vigilante y nos ha prometido «estaré con
vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28,20).
Ello nos lleva a
preguntarnos cuáles son las tormentas que actualmente agitan a la Iglesia.
Indudablemente una de las más importantes es la de encontrarnos con cardenales
y obispos cuyas opiniones no tienen nada que ver con el magisterio de la
Iglesia. El Sínodo de la Iglesia Alemana es una seria preocupación para lo que
queremos permanecer fieles a la Iglesia de Jesucristo. Las opiniones del
cardenal de Munich y las del de Luxemburgo han ocasionado que el director de
Courage, la organización apostólica católica que trabaja en la pastoral de los
homosexuales, haya tenido que protestar públicamente contra estos cardenales
para que «sean fieles a sus juramentos y transmisores de las enseñanzas de la
Iglesia». Que no te puedas fiar de las enseñanzas de algunos altos cargos de la
Iglesia me parece muy preocupante.
Pero
desgraciadamente no son los únicos. Hay muchos sacerdotes que no tienen la más
mínima preocupación por conocer el Magisterio eclesial. Es cierto que vivimos
en la civilización del papel y que se producen demasiados documentos, pero
debiéramos conocer al menos aquéllos que están directamente relacionados con
nuestro trabajo pastoral, porque el estudio es uno de los principales deberes
del sacerdote, y la ignorancia además es sumamente peligrosa, porque nos puede
llevar a graves errores.
A mí me gusta
comparar la enseñanza de la Iglesia con una ancha autopista en la que podemos
caminar tranquilamente por la derecha, centro o izquierda. Pero lo que no
podemos hacer es salirnos de la autopista porque nos vamos a la extrema derecha
y nos salimos de los carriles, como sucede por ejemplo aquéllos que rechazan el
Concilio Vaticano II y los documentos conciliares, que ciertamente son
Magisterio, o por el contrario aquéllos que en nombre de un llamado espíritu
conciliar, se inventan una doctrina de la Iglesia que nada tiene que ver con lo
que enseña la Iglesia.
Pero, ciertamente,
los peores enemigos de la Iglesia son aquéllos que intentan directamente
destruirla en nombre de algunas ideologías que no es que sean solamente
anticristianas, sino que se les puede llamar directamente diabólicas, al
servicio de poderes ocultos que tratan de dominar el mundo. El relativismo, el
marxismo y la ideología de género han llegado a penetrar profundamente en
nuestra Sociedad hasta el punto que se les clasifica como lo políticamente
correcto y en bastantes Parlamentos, entre ellos el nuestro, gozan de una
cómoda mayoría parlamentaria.
Podemos
preguntarnos: ¿ha hecho la Iglesia algo contra esto? Aquí está sucediendo algo
realmente extraño. Lo lógico sería que los sacerdotes, dado que estas
ideologías son el máximo enemigo de la Iglesia actual nos desgañitásemos en
hacerles frente, aunque seguidos por Obispos, Cardenales y Papa. Pues bien,
está sucediendo lo contrario: son los Papas, desde Pablo VI, los que están
hablando con más claridad, seguidos de algunos cardenales y obispos, aunque no
muchos en verdad, y algunos sacerdotes, pero no es muy frecuente oír en los
sermones dominicales, denunciar este problema, tan importante hoy. Recemos para
que los sacerdotes no nos dejemos llevar por un buenismo estúpido, sepamos
coger el toro por los cuernos y no nos dé miedo enfrentarnos a las poderosas
fuerzas del Mal.
Pedro Trevijano,
sacerdote
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