lunes, 26 de noviembre de 2018

La sociología de Santo Tomás de Aquino





“La vida interior es sociógena” Dr. Emilio Komar


P. Fr. Rafael María Rossi O.P.



El Papa Pablo VI, en un discurso del 29 de Junio de 1972, hacía referencia a la sociología de San Pedro: “Ciertas corrientes sociológicas tienden hoy a estudiar a la humanidad prescindiendo del contacto con Dios. La sociología de San Pedro, en cambio, la sociología de la Iglesia, para estudiar a los hombres pone de manifiesto precisamente este aspecto sagrado, de conversación con lo inefable, con Dios, con el mundo de lo divino”. Por eso erran el camino quienes pretenden explicar y orientar  la sociedad por el camino del secularismo, e incluso del marxismo: y así utilizan “préstamos no criticados de la ideología marxista y el recurso a las tesis  de una hermenéutica bíblica dominada por el racionalismo” (Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, nº 10).

De allí que para hablar del orden social (o de cualquier actividad humana) debemos recordar las palabras del Apóstol: “Voy a mostraros un camino más excelente: aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor (agapé) soy como una campana que suena o un platillo que retiñe; y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy.” (I Cor. 13)…. Aunque tuviéramos leyes justas y cristianas, aunque la Argentina fuera católica, aunque se restaurara la Cristiandad, y existieran familias católicas, escuelas católicas, universidades católicas, políticos católicos, y hasta “democracia cristiana”, si no tenemos caridad nada somos: porque el bien último del hombre, el bien perfecto y total (el Bien Común) consiste en la unión con Dios, que se realiza por el amor.

Por esto afirmamos la tesis (que aprendiéramos del Dr. Emilio Komar) que la vida interior es sociógena; mientras que los elementos estructurales (y por tanto extrínsecos) organizativos de la sociedad (leyes, instituciones, cuerpos intermedios, y la misma institución religiosa) si son según el orden natural y cristiano custodian la ciudad en su vitalidad, en su sanidad, como las murallas la custodian de los enemigos y de las fieras salvajes; pero no pueden comunicarle la vida humana, que es un camino de perfección: la ley de Dios (inscripta en el corazón del hombre) es la muralla interior de la ciudad.

Consideremos cuál sea el fin de la vida del hombre: la felicidad. Pues Dios nos ha creado para que fuésemos felices, aunque más no sea en la Vida Eterna (si no en ésta), y en eso consiste nuestra perfección: llegar al final de nuestra existencia tal y como Dios nos ha pensado desde toda la eternidad.

Siguiendo a Aristóteles (X, Ética a Nicómaco) Santo Tomás nos plantea dos grados de felicidad: la activa y la contemplativa.

 La felicidad activa consiste en la vida conforme a las virtudes morales, que hacen la perfección de la persona y la perfección de las relaciones sociales: por lo tanto mantienen el orden social desde el interior de la persona.

En el plano cultural, la cultura católica, a diferencia de la calvinista (como muestra Max Weber, cfr. La ética protestante y el espíritu del capitalismo) se orienta hacia la contemplación de toda verdad: <<Ahora la contemplación de la verdad divina es en nosotros imperfecta, “como por medio de un espejo y en enigma”, de ahí que por medio de ella se nos da una cierta incoación de la bienaventuranza… pero como por medio de los efectos divinos somos conducidos como de la mano hacia la contemplación de Dios (Rom. I: “lo invisible de Dios lo conocemos por medio de las cosas que fueron hechas”), por lo tanto, también la contemplación de los efectos divinos pertenece secundariamente a la vida contemplativa, porque a partir de ellos el hombre es conducido de la mano hasta el conocimiento de Dios.
Por eso dice san Agustín (De vera religione) que en la consideración de las creaturas no ha de ejercerse una curiosidad vana y perecedera, sino que  ha de hacerse escalera hacia las cosas inmortales y permanentes>> (II-II, q. 180, a. 4).

En el plano moral la felicidad activa consiste en el ejercicio de las virtudes naturales  e infusas (que conforman la moral cristiana), es decir, la santidad: porque las virtudes hacen buena a la persona y hacen buenas sus obras; porque las virtudes morales se ordenan a las acciones exteriores. La vida virtuosa permite la amistad (como afirman categóricamente Aristóteles y Cicerón) y por eso puede sustentar las relaciones interpersonales, y por eso puede sustentar la vida social; cosa que no puede lograrse tan sólo por las leyes:

<<Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: “no matarás” y el que mate será llevado a juicio. Pero yo os digo que todo el que se enoje contra su hermano será culpable en el juicio; y cualquiera que diga a su hermano raca (necio) será culpable ante el sanedrín; y cualquiera que le diga loco será culpable en la gehenna de fuego>> (Mateo 5, 21-22).

Porque además, la vida virtuosa  (más perfecta que la ley y que las leyes) engendra en el orden social la gratuidad (Cáritas in veritate, nº 34): <<La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. La gratuidad está en su vida de muchas maneras… El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente… Por su propia naturaleza el don supera al mérito, su norma es sobreabundar… Al ser un don recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que constituye la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines… El desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad>>.

No es el hecho material de reunirnos para estar juntos, para compartir, sino el amarnos en Cristo lo que “constituye” y fundamenta cualquier orden social: familiar, parroquial. conventual, etc.

Mientras que la felicidad activa se funda en la ratio, la felicidad contemplativa se funda en el intellectus (el nous griego): <<El filósofo dice que la vida contemplativa está por encima del hombre, porque nos es propia en cuanto que hay algo divino en nosotros, a saber, el intellectus (nous)>> (II-II, q. 180, a. 8 ad 3). En el orden del conocimiento, la perfección última o máxima del alma consiste en que <<en ella se describa todo el orden del universo y sus causas>> (De Veritate, q. 2, a. 2),  que en la última instancia definitiva consiste en la visión beatífica. En el orden del afecto, la felicidad contemplativa consiste en el amor a la Verdad divina. <<El objeto del amor divino, que es Dios, excede el juicio de la razón. Y por eso no es medido por la razón (ratio), sino que excede la razón… El acto interior de la caridad tiene razón de fin, porque el último bien del hombre consiste en que el alma se una [inhaereat = Dios en el alma y el alma en Dios] a Dios>> (II-II q. 27, a. 6).


CONCLUSIÓN


Dice el padre Leonardo Castellani: <<La causa del fracaso de Rosas puede hallarse por el lado de la falta de verdadera contemplación en el país. El clero, a quien principalmente ella atañe, es quien falló más que nadie… La formación intelectual del clero es deficiente; y no orientada a la contemplación>> (La raíz del mal, en Jauja, Nº 4, Abril de l.967). 
Coincidentemente con santa Catalina de Siena y san Juan de Ávila, que aducen que la causa de los males con que Dios castiga a las sociedades cristianas son los pecados del clero; por eso la reforma de la Iglesia sólo puede hacerla Dios, enviando santos sacerdotes y retirando el castigo. Dijo Dios Padre a santa Catalina: 
<<Yo me dejaré obligar por el deseo, las lágrimas y las oraciones de mis servidores, y haré misericordia a mi Esposa, reformándola con buenos y santos pastores. Una vez reformada, los súbditos se enmendarán, porque de casi todo lo malo que hacen tienen la culpa los malos pastores>> (Diálogo nº 129).

Abraham pidió a Dios que tuviera misericordia y no destruyera las ciudades de Sodoma y Gomorra: “¿Vas a exterminar a la vez al justo con el pecador? Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a exterminarlos? ¿No la perdonarás más bien por los cincuenta justos que hay en ella?. El Señor respondió: Si encuentro en Sodoma cincuenta justos, perdonaré por ellos a toda la ciudad… Abraham volvió a decir: No se enoje mi Señor. Voy a hablar por última vez. Quizá no sean más que diez. Y respondió el Señor: Por consideración a esos diez no la destruiré” (Gén. 18, 23 ss.).

Para la restauración de la Patria se necesita previamente la restauración de la Iglesia: pidamos a Dios santos y sabios sacerdotes y obispos, que nos devuelvan al amor y a la contemplación de Dios: “Es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo en continuo movimiento que, a menudo, desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del ‘hacer por hacer’. Tenemos que resistir esta tentación, buscando ‘ser’ antes que ‘hacer’ ” (Novo milennio ineunte, nº 15).







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