Robert SARAH, cardenal prefecto de la Congregación
para el Culto
catolicos-on-line, 3-9-17
La Iglesia Católica ha sido criticada por muchos,
incluyendo algunos de sus propios seguidores, por su respuesta pastoral a la
comunidad LGBT. […] Entre los sacerdotes católicos, uno de los críticos más
francos del mensaje de la Iglesia con respecto a la sexualidad es el padre
James Martin, un jesuita estadounidense. En su libro “Building a Bridge”
[Construyendo un puente], publicado a comienzos de este año, repite la crítica
común que afirma que los católicos han sido duramente críticos de la
homosexualidad, mientras descuidan la importancia de la integridad sexual entre
todos sus seguidores.
El padre Martin tiene razón cuando argumenta que no
debería haber ningún doble estándar con respecto a la virtud de la castidad,
que por más desafiante que pueda ser es parte de la Buena Noticia de Jesucristo
para todos los cristianos. Para los no-casados –no importa cuáles sean sus
atracciones- la castidad fiel exige la abstención sexual.
Esto podría parecer un estándar elevado, especialmente
hoy. Pero sería contrario a la sabiduría y bondad de Cristo exigir algo que no
puede ser alcanzado. Jesús nos llama a esta virtud porque ha hecho nuestros
corazones para la pureza, así como ha hecho nuestras mentes para la verdad. Con
la gracia de Dios y nuestra perseverancia la castidad no sólo es posible, sino
que se convertirá también en la fuente de la verdadera libertad.
No necesitamos mirar muy lejos para ver las tristes
consecuencias cuando se rechaza el plan de Dios para la intimidad y el amor
humanos. La liberación sexual que el mundo promueve no cumple su promesa. Más
bien, la promiscuidad es la causa de tanto sufrimiento innecesario, de
corazones rotos, de soledad y de tratar a otros como medios para la
gratificación sexual. Como una madre, la Iglesia busca proteger a sus hijos del
daño que provoca el pecado, como
expresión de su caridad pastoral.
En su enseñanza sobre la homosexualidad, la Iglesia
guía a sus seguidores mediante la distinción de sus identidades respecto a sus
atracciones y acciones. Primero están las personas mismas, quienes son siempre
buenas porque son hijos de Dios. Después están las atracciones del mismo sexo,
que no son pecaminosas si no son deseadas o llevadas a cabo, pero que sin
embargo están en desacuerdo con la naturaleza humana. Y finalmente están las
relaciones homosexuales, que son gravemente pecaminosas y perjudiciales para el
bienestar de los que participan en ellas. Las personas que se identifican como
miembros de la comunidad LGBT son acreedoras a esta verdad en la caridad,
especialmente por parte de clero que habla en nombre de la Iglesia sobre este
tema complejo y difícil.
Rezo para que el mundo finalmente haga caso a las
voces de los cristianos que experimentan atracciones homosexuales y que han
descubierto la paz y la alegría al vivir la verdad del Evangelio. He sido
bendecido en mis encuentros con ellos, y su testimonio me conmueve
profundamente. Escribí el prólogo para uno de esos testimonios en el libro de
Daniel Mattson, “Why I Don’t Call Myself Gay: How I Reclaimed My Sexual Reality
and Found Peace [Por qué no me llamo a mí mismo gay: como recuperé mi realidad
sexual y encontré paz]", con la esperanza de hacer que su voz y otras
similares a la suya sean mejor escuchadas.
Estos hombres y mujeres dan testimonio del poder de la
gracia, de la nobleza y resistencia del corazón humano y de la verdad de la
enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad. En muchos casos ellos han
vivido apartados del Evangelio durante cierto tiempo, pero se han reconciliado
con Cristo y con su Iglesia. Sus vidas no son fáciles, ni tampoco sin
sacrificios. Sus inclinaciones homosexuales no han sido derrotadas, pero han
descubierto la belleza de la castidad y de las amistades castas. Su ejemplo
merece respeto y atención, porque tienen mucho que enseñarnos a todos nosotros
sobre como recibir mejor y acompañar a nuestros hermanos y hermanas en una
actitud de auténtica caridad pastoral.
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