miércoles, 19 de octubre de 2016

Rabino Neusner

Observatorio Cardenal Van Thuan, 18-10-16

Ha fallecido el rabino Jakob Neusner, autor de “Un rabino habla con Jesús” y el amigo de Joseph Ratzinger que Benedicto XVI cita ampliamente en el primer volumen de su “Jesús de Nazaret”, en uno de los vuelos del pensamiento a los que nos había acostumbrado. 

Recordamos aún ese diálogo a distancia porque concernía el momento exacto en que un rabino se detiene ante Jesús y el momento exacto en el que un cristiano prosigue. Pero lo bonito -y ésta es la gran enseñanza de Benedicto XVI- es que el cristiano prosigue llevando consigo lo que es importante también para el rabino.

El Nuevo Testamento no rechaza el Antiguo, no lo abandona. Benedicto XVI, dialogando con Neusner, explicaba que si el Cristianismo pierde la relación con el Antiguo Testamento pierde la relación con la ley, la nación, la cultura y acaba olvidando el propio papel histórico y público. 
También hoy se oye decir que la ley nueva ha sustituido a la ley antigua, que la ley del amor y de la misericordia ha sustituido a la ley moral natural. Pero son afirmaciones de tipo gnóstico. Marcione separaba los dos Testamentos, como todos los herejes -pensemos en Joaquín de Fiore- que prenuncian un cristianismo del espíritu en lugar de una religión de la ley.

Benedicto XVI, en su “Jesús de Nazaret”, nos habla de su amigo rabino de Nueva York, Jakob Neusner, discurriendo acerca del cuarto mandamiento. Cristo construye una comunidad nueva y, al hacerlo, hace morir al “Israel eterno” que se funda sobre la Torah; hace morir a la familia y a la estirpe, los vínculos de carne, destruye la ley del sábado y no ofrece ninguna estructura social realizable de manera concreta, sino un “Nuevo Israel” portador de una promesa universal.

Neusner entiende que esta “pretensión” puede derivar sólo de Dios, pero no renuncia al Israel eterno, a la comunidad fundada sobre la sangre y la ley.  Benedicto XVI piensa, en cambio, que Jesús no supera la Torah, sino que la lleva a cumplimiento.
Es un punto fundamental de todo el libro y que tiene notables repercusiones para la Doctrina Social de la Iglesia, es decir, para la relación entre la Iglesia y el mundo. 
Fundando una comunidad universal, el cristianismo ha liberado los ordenamientos políticos y sociales concretos de la inmediata sacralidad y ha fundado, por lo tanto, una sana laicidad, pero no ha eliminado la Torah, sino que la ha confiado a una razón capaz de discernir, elemento que estaba presente en la propia Torah: «No se formula un ordenamiento social; sin embargo, seguramente se anticipan a los ordenamientos sociales los criterios fundamentales que, como tales, no pueden encontrar plena realización en ningún ordenamiento social”.

Nace aquí la Doctrina Social cristiana, dice Benedicto XVI. Y añade: «La tentación, muy difundida hoy, de interpretar el Nuevo Testamento de manera puramente espiritual, privándolo de toda relevancia social y política, va en esta dirección». ¿En qué dirección? En la dirección de liberar el Nuevo Testamento del Antiguo, la ley nueva de la Torah, la ley del domingo de la del sábado. Los temores de Neusner estaban fundados, pero hacían referencia a un cristianismo gnóstico, al cristianismo desencarnado y privado.

Neusner quiere permanecer unido a la tabla de la Ley y teme que la ampliación universal traída por Cristo separe la nueva ley de las bienaventuranzas de la posibilidad de dar cuerpo a una nación, de dar forma a las leyes civiles y a las costumbres, de construir un conjunto social. Él se detiene sobre este punto: ve en Jesús algo que es “demasiado” para él. Sabe que sólo un Dios podría hacer esto, es decir, re-crear en el espíritu cuanto ha sido creado en la carne. No puede renunciar a Israel y a la ley que, ordenando con sus disposiciones y prohibiciones el sábado, ordena al conjunto de la sociedad entera.

Pero Benedicto responde que Cristo no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento y que, en el fondo, esto estaba presente también como exigencia y tendencia de fondo en Israel, cuya vocación universal está plenamente expresada por los Profetas, dado que Israel adora al Dios verdadero y único y no al de la tribu o la estirpe.
Toda forma de gnosticismo, también protestante, separa la carne del espíritu, el papel público de la fe del papel personal de la misma, su tarea política de la espiritual. Esto se puede resumir en la separación entre Antiguo y Nuevo Testamento.

 Neusner se queda en el Antiguo; muchos cristianos, hoy en día, se olvidan del Antiguo y desprecian la ley antigua. En este caso, la Doctrina Social de la Iglesia y el papel público de la fe cristiana están acabados. Pero no para Benedicto XVI, que aprovecha el diálogo con su amigo rabino para honrar su valentía y su coherencia judía y, al mismo tiempo, para garantizar que la re-creación cristiana no abandona nada de la creación, como de hecho hace actualmente quien abandona los principios no negociables y la ley moral natural, pensado que está superada por el discurso de la montaña.


Stefano Fontana

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