y los hombres también
InfoCaótica, 6
de octubre de 2016
Hay personas que se escandalizan con la tolerancia.
Esta consiste, según la clásica la definición, en la “permisión negativa del
mal”. Vale decir que el sujeto tolerante no impide la realización de algo malo,
aunque podría hacerlo. ¿Cómo se puede
justificar que no se evite el mal? Es la pregunta que algunos se hacen con
mucha inquietud. Sin embargo, Dios tolera; y los hombres, también.
1. Dios tolera
el mal. ¿Cómo es posible que siendo Dios omnipotente y sumamente bueno permita
que sucedan males en el universo? ¿Por qué si Dios puede impedir los males no
lo hace? Esta es una dificultad grande para aceptar la verdad de la Providencia
Divina. Y un pilar del agnosticismo y del ateísmo, a tal punto que Santo Tomás
la considera una de las principales objeciones contra la existencia de Dios.
Claro que hay una respuesta, que no podemos reproducir en esta entrada por
razones de espacio. Tal vez haya que agregar un dato de experiencia a tener en
cuenta en el trato con los demás: para quien sufre intensamente el mal, las
explicaciones racionales muchas veces no son suficientes. Objetivamente lo son;
pero la alteración que provoca el padecimiento hace difícil que el sufriente
pueda trascender a su situación; de modo que hasta tanto se serene el ánimo, y
la persona se deje ayudar por la gracia, puede suceder que le cueste mucho ver
a un Dios amoroso detrás de la permisión del mal.
¿Por qué Dios tolera el mal? Responde el Aquinate:
“para que no sean impedidos mayores bienes o para evitar males peores” (S. Th.
II-II, q. 10, a. 11).
2. La Iglesia
tolera el mal. Hay muchos males morales que se toleran dentro de la Iglesia por
parte de las autoridades eclesiásticas, que sin embargo tienen el poder de
impedirlos. Existe una tradicional distinción entre pecado y delito. A lo largo
de toda su historia la Iglesia ha practicado la tolerancia con muchos de sus
hijos bautizados, absteniéndose de emplear sanciones contra ellos y
confiándolos a la justicia divina.
La autoridad eclesiástica no debe impedir toda falta
siempre y en cualquier circunstancia. Esto lo saben los párrocos, que en
algunos casos no pueden impedir sacrilegios, porque la ley les prohíbe denegar un
sacramento. Y por supuesto también los obispos y los papas. En el ámbito
canónico la tolerancia tiene una importante esfera de aplicación.
3. Los padres toleran el mal. Ciertamente hay padres
permisivos. Pero también los buenos padres se ven muchas veces en la necesidad
de tolerar malos comportamientos de sus hijos. Si quisieran impedir todo mal
acabarían en una asfixia sobreprotectora. Lo mismo sucede en otras sociedades
como una escuela, un club, una asociación civil o una sociedad comercial. No se
puede impedir todo lo malo porque puede resultar contraproducente.
4. Los estados toleran el mal. Dice Santo Tomás (S.
Th. II-II, q. 10, a. 11) que el “gobierno humano proviene del divino y debe
imitarle”. Si Dios tolera, los gobiernos también toleran. En efecto, aclara el
santo casi inmediatamente que “en el gobierno humano, quienes gobiernan toleran
también razonablemente algunos males para no impedir otros bienes, o incluso
para evitar peores males”.
¿Qué males sociales se pueden tolerar en una comunidad
política? El principio general es: los que exija el bien común. Ni más, ni
menos. La decisión, en cada caso, es de tipo prudencial. En efecto, la ley
humana no manda todos los actos de cada una de las virtudes sin los que son
referibles al bien común (S. Th. I-II, q.96, a.3); pretende inducir a la virtud
no de manera repentina sino gradual por eso no impone a los imperfectos las
obligaciones que sólo podrían cumplir los perfectos, y tampoco prohíbe todos
los vicios sino los más graves y nocivos para la comunidad (S. Th. I-II, q.96,
a.2; ad.2).
El mismo Santo Tomás (en un contexto de cristiandad)
pone algunos ejemplos de conductas tolerables: a) los ritos de los infieles; b)
los ritos de los judíos (equiparados a la idolatría); c) la prostitución. El
argumento es siempre el mismo: por razón de algún bien mejor o por evitar algún
mal más grave.
Los escolásticos posteriores aplicarán los principios
del Angélico a otros supuestos. Así Suárez, menciona el caso de algunas
injusticias en los contratos. Vitoria y Soto se refieren a conductas aberrantes
de los aborígenes americanos. Los reyes cristianos de España toleran desórdenes
importantes en América. Con el correr de los siglos la doctrina de la
tolerancia tendrá una elaboración más sistemática y será asumida expresamente
por el magisterio eclesiástico de los siglos XIX y XX.
La tolerancia se articula con el principio de doble
efecto de modo que para tolerar se requiere causa proporcionada a la gravedad
de la conducta permitida. Siempre habrá de conciliarse con otros elementos para
que no sea cooperación ilícita al mal y no implique falta de los deberes del
propio oficio del gobernante. La prudencia indicará cuál de las diversas
opciones prácticas disponibles será la mejor en concreto.
Y con esta
determinación prudencial del grado de tolerancia surgirá el bien común posible
en cada sociedad, pues las leyes para ser justas deben ser posibles de cumplir,
física y moralmente, para el común de los súbditos, como lo recuerda Santo
Tomás con remisión a San Isidoro de Sevilla (S. Th. I-II, q.95, a.3).
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