“Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos
ustedes, en Cristo Jesús “ (1 Tes.5, 18)
Los
milagros realizados por Dios no sólo buscan manifestar su bondad infinita hacia
los males del hombre, compadeciéndose de ellos curándolos, sino que tienen como
meta acrecentar la fe de quien recibe la curación y otorgarle el mejor bien cual es el de la
salvación.
Con
la curación de su lepra (2 Rey. 5, 10.14-17), Naamán el sirio, por ejemplo,
luego de emprender el viaje de la fe conducido por la gracia divina, se
encuentra con el Dios de la Alianza, de quien afirma: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”, a quien agradece por medio del profeta
Eliseo, llevándose tierra del lugar para ofrecer en su Patria, holocaustos y
sacrificios en honor del Dios verdadero. Naamán, por lo tanto, purificado de
sus pecados encontró por su humildad la salvación.
En
el texto del evangelio (Lc. 17, 11-19) el Señor cura diez leprosos que le
imploraban “¡Jesús, Maestro, ten compasión
de nosotros!”, conociendo ellos que ese nombre significa “el que salva” o salvador, y apuntando el
milagro precisamente a la salvación de los leprosos, no sólo la curación
física.
Sin
embargo, de los diez recuperados mientras se dirigían al encuentro de los
sacerdotes para que certificaran la curación y fueran así admitidos nuevamente en la comunidad, sólo uno
regresa a dar gracias a Jesús.
Podemos
imaginarnos la gran sorpresa que lo embarga y lo lleva a exclamar “¿Cómo, no quedaron purificados los diez?
Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este
extranjero?”.
Y
reconociendo la salvación del samaritano agrega: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”, siendo verdaderamente
curado y rescatado de sus pecados.
El
texto bíblico es muy elocuente con su silencio al señalar los dos tipos de
personas que habitualmente se relacionan o no con su Creador.
En
efecto, los hay quienes como los nueve curados, piensan que tienen derecho a la
redención de sus cuerpos por ser miembros del pueblo elegido, que es suficiente
el visto bueno de los sacerdotes, que Dios no ha hecho más que cumplir con su
obligación al curarlos ante su suplica angustiante.
También
están aquellos que nada le deben a su Creador, porque en definitiva, hijos de
sus padres son, y sólo piensan en que sus vidas fluyan con el correr del tiempo
sin comprometerse demasiado con lo sobrenatural, o directamente han roto el
cordón umbilical de la religión, erigiéndose nuevos dioses, aquellos que había
desechado Naamán el sirio por seguir al Dios verdadero, que hoy son el dinero,
la fama, el placer y todo tipo de satisfacción pasajera.
Pero
existe a su vez, un grupo más pequeño, el del único leproso que vuelve sobre
sus pasas para agradecer a Dios, que considera su nada y miseria con toda
crudeza y de la que sabe sólo Dios lo puede liberar.
Todos
los que participamos en la misa dominical y estamos aquí presentes en este
momento, formamos parte de este pequeño grupo de agradecidos que siempre
existirá a lo largo del tiempo, y al que el Señor se brinda siempre.
Nosotros
movidos por la fe que ha ido creciendo a impulsos de la gracia divina, venimos
a celebrar la Eucaristía dominical, la “acción de gracias” perfecta, para
agradecer al Padre el don de su Hijo que nos ha entregado, y a Jesús le
agradecemos que por el misterio de su muerte y resurrección nos ha liberado de
la lepra del pecado y elevado a la vida
nueva de la gracia.
Reconocemos
nuestra pequeñez ante la grandeza divina de quien nos ha salvado, y recibimos
en grado sumo la salvación que nos ha
prometido.
Este
agradecimiento al permitirnos elevarnos a la amistad divina si ponemos los
medios necesarios, nos compromete a su vez, a mostrar al mundo los dones
recibidos por medio de la misión evangelizadora de cada uno.
Precisamente
san Pablo (2 Tim. 2, 8-13), estando en cadenas en Roma a causa de la
predicación entre los gentiles, exhorta a recordar a Jesucristo resucitado, que
constituye la Buena Noticia que ha proclamado en medio de las persecuciones, e
impulsa a darlo a conocer a los que quieran escuchar la verdad, y convertirse
así a la nueva Vida por el Señor ofrecida.
En
este domingo en que oramos por la evangelización de la Iglesia en el mundo, es
decir, por su acción misionera, agradecidos por haber sido salvados, hemos de
entusiasmarnos por lo que nos dice san Pablo, sorteando los miedos y
persecuciones: “Soporto estas pruebas por
amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está
en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna”.
Como
todos los hombres están llamados a la salvación, todos también son elegidos por
Dios para encontrarse con Él, dependiendo de cada uno, por cierto, el que esto
se concrete, respondiendo al llamado divino.
Queridos
hermanos, en este contexto, el apóstol san Pablo nos recuerda que “si somos infieles, Él es fiel, porque no
puede renegar de sí mismo”, de manera que aunque seamos infieles y
pecadores, cubiertos de la lepra del mal, el Señor nos espera pacientemente
porque es fiel, para entregarnos su misericordia y bondad, de tal manera que si
no hacen realidad en nuestro ser, será únicamente a nuestro rechazo a ser
salvados.
Oremos
para permanecer fieles a los dones recibidos, seamos agradecidos siempre a
tanto bien recibido por Él y comuniquemos al mundo su mensaje de salvación para
que aumente el número de los elegidos salvados.
Canónigo
Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la
parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía
en la Misa del domingo XXVIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 09 de Octubre
de 2016.
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