Este domingo
podríamos llamarlo como el de la misericordia divina, ya que en los tres textos bíblicos refiere a la
actitud de benevolencia de Dios para con cada uno de nosotros, que por otra
parte no siempre es aceptada por parte del hombre, no pocas veces ensimismado
en sí mismo y prescindente de su Creador.
En el libro
del Éxodo (32, 7-11.13-14) el Señor advierte a Moisés que el pueblo se ha
sumergido en la apostasía fabricándose un ternero de metal al cual le rinden
culto de adoración, manifestándose así su obstinación en el mal, y que ha
decidido exterminarlo por su infidelidad. Moisés intercede para calmar la ira
divina recordándole su pacto de Alianza con los patriarcas desde Abrahán y, que
Él mismo ha sacado al pueblo de la esclavitud de Egipto, logrando así que no se
aplique la amenaza de su aniquilamiento.
Tocado en sus
entrañas por la oración suplicante de Moisés, Dios desiste de devastar al
pueblo rebelde, permaneciendo en la historia del Israel el hecho frecuente de
su infidelidad ante Aquél que siempre es fiel a lo prometido.
De hecho, la
historia humana muestra de continuo la rebeldía del hombre que incluso
prescinde de su Creador, mientras resplandece la fidelidad divina, ya que somos
amados como las criaturas preferidas de la creación.
Es verdad, por
otra parte, que no todas las respuestas humanas son iguales, ni están siempre
todos los corazones endurecidos, aunque
esto sea hoy con frecuencia lo que más abunda en un mundo que ha olvidado a
Dios.
El apóstol san
Pablo, precisamente, (I Tim. 1, 12-17) afirma convencido que “fui tratado con misericordia, porque cuando
no tenía fe, actuaba así por ignorancia”, pero sin embargo, “sobreabundó en mí la gracia de nuestro
Señor, junto con la fe y el amor de
Cristo Jesús”.
De manera que
queda en evidencia por un lado la falta de conocimiento de la verdad en el
obrar negativo de Pablo, aunque abierto a la misma, y por el otro, la actitud
misericordiosa de Dios que remueve en el corazón del apóstol todo obstáculo,
ayudándole a dar la respuesta de
amor que se espera de él.
Por lo demás,
continúa el apóstol haciéndonos participes de una verdad fundamental en nuestra
fe: “Es doctrina cierta y digna de fe que
Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de
ellos”, verdad que lo lleva a mantenerse siempre fiel al amor recibido
abundantemente, entregado de lleno a la misericordia recibida.
Más aún, se
pone como ejemplo de pecador salvado para que nadie desespere de encontrar la
benevolencia divina, ya que “si encontré
misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia,
poniéndome como ejemplo de los que van a creer en Él para alcanzar la Vida
eterna”.
En el texto
del evangelio (Lc. 15, 1-32), aparece
con claridad lo atestiguado por el apóstol san Pablo respecto a que Jesús viene
a rescatar al hombre del pecado y posibilitarle su reconciliación con el
Creador, y esto, por medio de tres parábolas: la de la oveja perdida y
encontrada, la moneda valiosa que es buscada y hallada, y la del hijo derrochón
de los bienes de su padre que vuelve a la casa paterna.
Como marco de
referencia de las parábolas de la misericordia, Lucas dice que “todos los publicanos y pecadores se
acercaban a Jesús para escucharlo”, como dando a entender que aunque
alejados de Dios, no eran felices en esa situación, y buscaban la verdad
desconocida que intuían poder conocerla
sólo por medio del Señor, disponiéndose
a recibir la misericordia divina.
Ejemplo claro
de esto lo tenemos en Mateo que llamado por Jesús que le dice “Sígueme”, deja la mesa de recaudación y
va tras sus pasos como nuevo apóstol suyo, y Zaqueo que busca al Señor y lo
lleva a su casa prometiendo cambiar de vida, ya que con Jesús ha entrado la
salvación a su morada.
A su vez, los
fariseos y escribas, que representan a los seguros de sí mismos, que creen que
son impecables y no necesitan ser salvados, miran por encima a los pecadores y
al autor mismo de la gracia, diciendo “Este
hombre recibe a los pecadores y come con ellos”, cerrándose a ser
perdonados y reconciliados con el Padre.
Jesús
prescinde de esta actitud y presenta
seguidamente tres situaciones diferentes creadas e irreales donde se hace presente la
misericordia divina.
La búsqueda de
la oveja perdida, relato irreal al decir del P. Cantalamessa, ya que nadie deja
99 ovejas para buscar una arriesgándose así a perder todas, nos evoca la
actitud divina de perdonar a su pueblo que lo ha abandonado, como leíamos en la
primera lectura, devolviendo a cada uno
a la comunidad de la Iglesia, al rebaño rescatado por la sangre divina del
Redentor.
En la segunda
parábola, sobreactuada también dice el
P. Cantalamessa, ya que en la fiesta realizada por la mujer con sus amigas por
haber encontrado la moneda seguramente ha gastado más de lo que había perdido,
se enseña que cada persona rescatada del pecado es valiosa para Dios, y así
aunque alejado por el pecado, el ser humano, no pierde su dignidad de ser
imagen y semejanza divina, de allí la alegría que provoca cuando reconociendo
su dignidad creatural, se deja encontrar nuevamente por su Dios.
Es notable
como se remarca la alegría divina ante el triunfo de la gracia sobre el
pecado, y cuando se piensa todo perdido,
todo se recupera y ennoblece.
Alegría ésta
compartida por todos, ya que la conversión de un pecador no sólo deleita el
corazón de Dios, sino que debe colmar los corazones de todos los creyentes
porque han recuperado al hermano que se había perdido y ha regresado a la casa
del Padre.
La parábola
del hijo pródigo por último, que señala algo desacostumbrado en lo que es la
repartija de bienes, ya que se podía heredar en vida de los padres pero sin el
usufructo de esos bienes, resalta la figura del pecador como hijo.
Como dijimos,
en la primera parábola descubrimos a la oveja que integra el rebaño de la
Iglesia, y que rescatada con amor de su extravío, regresa al redil.
En la segunda
parábola aparece cada uno, pecador o no, como alguien valioso, único e irrepetible
a los ojos del creador, y que como acontece con el hallazgo de la oveja
perdida, causa profunda alegría, compartida por todos.
Y en el relato
del padre que es buscado y encontrado esperando por el hijo, el pecador que
regresa es acogido como hijo, elevado así a la dignidad más alta que puede
aspirar un ser humano, ya que ante el Padre del cielo estamos llamados a
permanecer a la altura de su mismo Hijo divino.
Queridos
hermanos, descubriendo cuánto nos ama Dios en su Hijo hecho hombre, enviado para
salvarnos de la miseria del pecado, nutramos nuestra existencia con el Pan de
Vida, que nos mantiene en la altura a la que fuimos elevados por la gracia,
para que podamos así proclamar con entusiasmo la alegría que nuestra conversión
ha suscitado en el Seños que nos ha rescatado.
Padre
Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la
parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía
en el domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo “C”. 11 de septiembre de 2016. ribamazza@gmail.com;
http://ricardomazza.blogspot.com
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