Francisco Javier GARCÍA, catedrático de Química
catolicos-on-line, 15-8-16
Hubo un tiempo en que se pretendió oponer la luz de la
razón al oscurantismo de la Iglesia. Hoy nos toca vivir un tiempo en que el
hombre, habiendo abandonado a Dios, desprecia la razón.
No se entiende de otra manera lo que la Sra.
Cifuentes, del PP, desea llevar a cabo en el campo de la educación de
nuestros hijos. Me refiero a la Ley de
Protección Integral contra la Discriminación por Diversidad Sexual y de Género,
recientemente aprobada por el Parlamento de la Comunidad de Madrid.
Cabría esperar que los distintos gobiernos,
especialmente aquellos que pretenden respetar la sana autonomía de la sociedad
civil (Programa de las Elecciones Municipales 2015 del PP), tuvieran el buen
juicio de dejar que sigan funcionando las instituciones cuyos buenos resultados
vienen avalados por siglos de experiencia. Me refiero, naturalmente, a la
familia constituida por un padre, una madre y unos hijos. Además, dado que nos
enfrentamos a un crudo invierno demográfico
parece evidente que no debieran favorecerse con tanto entusiasmo las uniones
infértiles.
De otro lado, la neurociencia afirma que somos hombres
o mujeres desde antes de nacer, no solo a nivel cromosómico, sino a nivel
cerebral. “Durante el desarrollo fetal
tiene lugar la mayor parte de la construcción de los circuitos neuronales
específicos de cada sexo debido a que las hormonas específicas regulan la
expresión de los genes de las áreas cerebrales: realizan una impregnación
sexual del cerebro”
(http://arvo.net/nuestros-temas-de-hoy/cerebro-de-mujer-y-cerebro-de-varon/gmx-niv902-con17716.htm).
Por lo visto, los parlamentarios de Madrid lo ignoran o, acaso, prefieren oír
otras voces. Pero es que, una vez nacidos y aún antes de hablar, resulta que
las niños eligen un tipo de juguetes y las niñas otro diferente, pero, claro,
hay que ser un cómico para atreverse decirlo en televisión
O sea, que una cosa es la generalidad y otra los casos particulares. Y lo que
no tiene sentido es que los casos particulares se impongan como caso general.
Ahora bien, si algunos obispos españoles, siguiendo la
doctrina de la Iglesia (ver, por ejemplo, Amoris laetitia) pretenden decir en
voz alta lo que muchos padres pensamos, amparados en el sentido común y en lo
que dice la ciencia, entonces resulta que hay que procesar a los prelados
¿Hasta
cuándo debemos soportar tanta insensatez?
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