P. Ricardo Mazza
Los textos bíblicos de este
domingo nos interpelan acerca de la necesaria integración entre fe y vida, de
manera que manifestemos con coherencia nuestro ser y obrar católicos.
El pasaje
del evangelio refiere al núcleo de la fe (Mc. 8, 27-35) manifestado por Pedro
diciendo de Jesús “Tú eres el Mesías”, y en el texto paralelo de Mateo
afirmará, “Tú eres el Hijo de Dios vivo”. Por lo tanto, el que
creamos que Jesús es el Hijo del Dios vivo constituye el fundamento de nuestro
ser de creyentes, y lo que da sentido a nuestro obrar es el prolongar este obsequio de nuestro entendimiento y voluntad, en las
obras de bondad, presentadas al que
viene a nuestro encuentro para hacernos merecedores de la salvación.
¿Salvación
de qué? Por el pecado de los orígenes nos separamos de Dios, y extraviados,
-manifestación de nuestros límites y debilidades-, caminábamos errantes sin
atinar a la meta verdadera, ya que con solas nuestras fuerzas es imposible
agradar a Dios.
Ahora
bien, fuimos reconciliados con el Padre mediante este misterio de la pasión,
muerte y resurrección de Jesús, anunciado en el texto del evangelio y
anticipado ya en el Antiguo Testamento por medio del profeta Isaías (50, 5-9ª).
Ante el
anuncio de la muerte y resurrección del Salvador, Pedro reacciona con criterios
humanos rechazando esta posibilidad, siendo reprendido por el Señor. Y así, aquél que dio testimonio de
su divinidad, inspirado por Dios, se deja posteriormente llevar por lo mundano,
mostrando así cuánto necesitamos de la iluminación y gracia divinas para mantenernos fieles a la
verdad recibida.
Al mismo
tiempo, Jesús manifiesta la necesidad de renunciar a nosotros mismos si pretendemos seguir sus
pasos, de manera que “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga”.
El
seguimiento de Jesús implica que en la vida cotidiana demos testimonio de
nuestra adhesión plena a su Persona por la fe, guardando sus enseñanzas en el
corazón para manifestarlas en la vida de cada día.
Al
respecto, el apóstol Santiago (2, 14-18) nos enseña que si la fe no está
acompañada con las obras, está completamente muerta.
¿Qué
significa que las obras deben acompañar la fe? que nuestro modo de obrar,
incluso de pensar, con el cambio de mentalidad, la metanoia de la que habla san
Pablo, asuma el pensar y el obrar del mismo Cristo.
El acto
libre de fe por el que asentimos a la divinidad de Cristo, supone un obrar
conforme a esa fe, ya sea en la vida matrimonial, en el noviazgo, en el trabajo
o el desempeño de la profesión, en la relación con los amigos, en la política,
en el uso del dinero o del poder.
De allí
que es necesario que siempre nos preguntemos si ese obrar nuestro está de
acuerdo con la fe proclamada sobre la
divinidad de Cristo, ya que no podemos afirmar
que creemos en Cristo y al mismo
tiempo aceptar todo lo que de pecaminoso se encuentra en la sociedad.
En la
antífona del aleluya que hemos cantado,
san Pablo les dice a los gálatas (6,14) “Yo sólo me gloriaré en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí,
como yo lo estoy para el mundo”.
La cruz de
Cristo, por lo tanto, da verdadero sentido a la vida del cristiano, y el mundo
está crucificado para el creyente, porque la cultura y enseñanza del descreimiento no pueden enaltecer el obrar humano.
¡Cuánta
incoherencia se advierte en la sociedad actual respecto a las vivencias de fe
católica! ¡Cuántos afirman que creen en Jesús como Dios, pero en la vida
cotidiana se comportan como paganos! ¡Qué criterios se alojan en nuestro
interior en relación con la honestidad de costumbres, respecto a la vida y su
defensa, mirando al matrimonio y a la
familia! ¡Qué mirada tenemos respecto al uso del dinero y del poder!
La
aceptación de Jesús como el Hijo de Dios vivo, ¿me llevan a contemplarlo en el
rostro del sufriente, del pecador, del enfermo y desechado de este mundo?
La fe en
Cristo, ¿me lleva a participar de la misa dominical para glorificar a Aquél que
con su muerte y resurrección nos ha salvado? ¿O preferimos la quinta, el
descanso, el olvido de nuestro Creador?
Queridos
hermanos, aprovechemos que la Palabra de Dios nos interpela en este domingo para
examinarnos a fondo si vivimos con coherencia la estrecha relación entre fe y
obras, disponiéndonos a cambiar si fuera necesario para que con la profesión de
fe en Jesús Hijo de Dios, y las obras buenas que prolongan esa verdad vivida,
demos testimonio ante el mundo de que ya vivimos las gracias que Jesús quiere
entregarnos siempre para nuestro bien y santificación personal.
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