LA CONFERENCIA
EPISCOPAL ESPAÑOLA CELEBRA SU ASAMBLEA PLENARIA NÚMERO CIEN
Queridos Hermanos
Cardenales, Arzobispos y Obispos,
Señor Nuncio,
colaboradores de esta
Casa,
señoras y señores:
Ha llegado de nuevo
el momento de encontrarnos todos los obispos a quienes el Señor de la mies ha
encomendado el cuidado de su Iglesia en las diócesis de España. Lo venimos
haciendo regularmente, desde el Concilio, dos veces al año. Esta que hoy
comenzamos hace ya el número cien de nuestras Asambleas Plenarias. Nuestra
Conferencia Episcopal es joven, no ha cumplido todavía los cincuenta años. Los
cumplirá, Dios mediante, no tardando mucho: en 2016. Pero como hemos celebrado
algunas Plenarias Extraordinarias, ya alcanzamos ese primer número total de
Asambleas Plenarias con tres cifras.
Bienvenidos, pues,
Hermanos, a nuestro encuentro anual del otoño, en el que deseamos saludar de
modo particular al nuevo obispo auxiliar de Tudela-Pamplona, Mons. D. Juan
Antonio Aznárez Cobo, consagrado el pasado 9 de septiembre, así como al nuevo
obispo auxiliar de Getafe, Mons. D. José Rico Pavés, consagrado el pasado 21 de
septiembre.
Felicitamos y
acompañamos con nuestra oración a Mons. D. Jesús Murgui Soriano, a quien se ha
encomendado la sede de Orihuela-Alicante, al tiempo que agradecemos al obispo,
emérito, Mons. D. Rafael Palmero Ramos, sus largos años de ministerio episcopal
y le deseamos un fecundo tiempo de servicio a la Iglesia en su nueva etapa de
vida. Felicitamos también a Mons. D. Javier Salinas Viñals, a quien el Santo
Padre ha encomendado el cuidado pastoral de la diócesis de Mallorca.
Encomendamos a la
misericordia del Señor el alma de Mons. D. Ireneo García Alonso, obispo,
emérito, de Albacete, fallecido el pasado 4 de junio. Descanse en paz.
I. Cien Asambleas
Plenarias de la Conferencia Episcopal
Los obispos sabemos
bien que el arduo y hermoso trabajo de la nueva evangelización se lleva a cabo
fundamentalmente en el día a día de las parroquias, de las obras apostólicas de
institutos de vida consagrada, de asociaciones y de movimientos, en los
monasterios y también en las familias que cultivan la fe en los hijos y en los
nietos. Sabemos que el trabajo apostólico es sostenido por personas concretas,
llenas del ardor de la caridad que se alimenta en la eucaristía y en los
sacramentos y que viven su fe y su misión en la comunión de la Iglesia, guiada
por los sacerdotes y vivificada por la oración de todos, en particular, la de
quienes en los claustros hacen de su vida entera plegaria y culto racional,
agradable a Dios. Todo ello fructifica en la Iglesia particular, en la que el
obispo -con Pedro y bajo Pedro- preside, enseña y santifica, como vicario de
Cristo, de modo que la comunión en la que los bautizados han de vivir sea
realmente para el mundo signo e instrumento de aquella comunión que Dios mismo
ha establecido con la humanidad en su Hijo querido.
Ninguna institución
humana, tampoco la Conferencia Episcopal, puede en modo alguno sustituir los
cauces ordinarios queridos por el Señor para hacerse presente en el mundo, a
través de los sacramentos de la gracia, en la comunión de la Iglesia. Esos
cauces van ligados a la Tradición viva, por la que la Palabra del Dios viviente
interpela hoy a los hombres y los une con Él; una Tradición eclesial que tiene
su garantía sacramental en la sucesión apostólica, y que es, por tanto, obra
del Espíritu Santo. La Tradición nunca es un proceso anónimo ni burocrático,
sino que va unida a testigos concretos: a los Apóstoles y sus sucesores, en
particular al Sucesor de Pedro, y a cada uno de los bautizados, llamados todos
a ser apóstoles.
Pero también sabemos
los obispos que nuestro ministerio es católico y, por eso, colegial; que cada uno
de nosotros ha de estar movido por la solicitud por todas las Iglesias. Sabemos
además, que el mundo tan interconectado en el que vivimos exige de modo cada
vez más apremiante que ejerzamos nuestro ministerio en estrecha colaboración
unos con otros, estudiando juntos los problemas comunes, que a todos nos
afectan, y buscando vías conjuntas de solución para ellos, así como buscando
unidos el modo mejor de responder a nuestra misión apostólica en las
circunstancias de hoy.
Por eso, la
celebración de esta centésima Asamblea Plenaria nos ofrece la ocasión de dar
gracias a Dios por este precioso instrumento de la colegialidad episcopal que
son las Conferencias de los obispos, creadas o potenciadas después del
Concilio. En España se contaba ya, entre otras cosas, con el antecedente de las
Juntas de Metropolitanos y también con la experiencia de la elaboración de
documentos de todos los obispos, lo que implicaba una intercomunicación
notable. Pero la institucionalización del trabajo conjunto y estable de todos hubo
de esperar -como es sabido- hasta 1966, cuando se creó la Conferencia
Episcopal, como fruto precioso del Concilio.
Los años
postconciliares son inimaginables en cada una de nuestras diócesis y en el
conjunto de ellas sin el trabajo llevado a cabo por los obispos en la
Conferencia Episcopal. Los caminos canónicos y pastorales recorridos en la
interpretación y en la aplicación del Concilio Vaticano II, sobre todo, no son
comprensibles ni evaluables sin las enseñanzas, la doctrina, las orientaciones,
normas e iniciativas pastorales de la Conferencia Episcopal Española.
Permítanme hacer un pequeño recorrido por todo ello, sin ánimo alguno de
exhaustividad[1].
Desde la perspectiva
de la nueva evangelización, basta recordar algunas de las más significativas
declaraciones o instrucciones pastorales. Primero, las referidas más
expresamente a lo que podríamos llamar la vida interna de la comunidad
eclesial, en cuestiones como la iniciación y la vida cristiana; sin olvidar,
naturalmente, que de estos asuntos depende básicamente la vitalidad de la
Iglesia y su incidencia apostólica en la sociedad y en su configuración moral y
política. Cabe mencionar en este capítulo la declaración sobre la Humanae
vitae, de noviembre de 1968; las orientaciones sobre el apostolado seglar, de
noviembre de 1972; sobre el matrimonio y la familia, de julio de 1979; sobre la
visita del papa Juan Pablo II y la fe de nuestro pueblo, de junio de 1983; las
notas sobre el aborto, de noviembre de 1986, y sobre la situación y reforma de
la enseñanza, de abril de 1988; la instrucción pastoral acerca del sacramento
de la penitencia, de abril de 1982, o las de mayo de 1992 sobre el sentido
evangelizador del domingo y de las fiestas y la de abril de 1995 sobre “domingo
y sociedad”; las propuestas sobre la caridad en la vida de la Iglesia, de
noviembre de 1993; la instrucción Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo,
de noviembre de 1991; las orientaciones sobre la iniciación cristiana, de
noviembre de 1998, y las instrucciones Dios es amor de noviembre de 1998 y
sobre Teología y secularización, a los cuarenta años del Concilio, de marzo de
2006.
Luego está todo el
acervo doctrinal y de orientaciones prácticas más directamente referido a la
inserción de la Iglesia y de la vida cristiana en el contexto social y
político, en el que el Evangelio ha de actuar como luz y fermento. Cabe
recordar aquí la declaración sobre La Iglesia y la comunidad política, de enero
de 1973; La reconciliación en la Iglesia y en la sociedad, de abril de 1975;
Testigos del Dios vivo, de junio de 1985; Los católicos y la vida pública, de
abril de 1986; La verdad os hará libres: ante la actual situación moral de
nuestra sociedad, de noviembre de 1990; La construcción de Europa, de febrero
de 1993; Moral y sociedad democrática, de febrero de 1996; La fidelidad de Dios
dura siempre. Mirada de fe al siglo XX, de noviembre de 1999; La familia,
santuario de la vida y esperanza de la sociedad, de abril de 2001; Valoración
moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias, de
noviembre de 2002; Orientaciones morales ante la situación actual de España, de
julio de 2006; y La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor
conyugal, la ideología de género y la legislación familiar, de la Plenaria de
abril de este mismo año.
En ambos capítulos
-el de lo “interior” y el de lo “exterior”- se pueden observar unos ciertos
acentos temáticos propios de cada momento histórico: desde los nuevos
planteamientos referentes a la moral conyugal o al ordenamiento de la vida
política, de los años sesenta-setenta; pasando por el viaje del papa y la
posterior atención a temas como el de la reconciliación y la penitencia o el de
los católicos en la vida pública, de los años ochenta; la proposición
monográfica de la buena noticia del Dios que es amor, la mirada de fe al siglo XX y la lectura de la
situación moral de la sociedad en la perspectiva de «la verdad os hará libres»,
en los años noventa; hasta llegar al análisis moral exhaustivo del terrorismo y
de sus causas, de la secularización y la calidad de la teología, de la nueva
situación moral de España, y de la familia y el amor conyugal, ya en estos
primeros años del siglo XXI.
En el plano más
específico de la actividad canónica y de orientaciones prácticas pastorales hay
que inscribir los Decretos generales de desarrollo de las normas del nuevo
Código de Derecho Canónico de 1983 y todas las relativas a seminarios y
universidades; la catequesis, la iniciación cristiana, la escuela católica y,
no en último lugar, la puesta en práctica de la reforma litúrgica. Queremos
mencionar expresamente aquí el gran trabajo de traducción y adaptación de los
libros litúrgicos realizado con gran diligencia ya desde los tiempos mismos del
Concilio. Nuestras traducciones de los salmos y, en general, del amplio
leccionario litúrgico que la reforma conciliar ponía a disposición de los
fieles, fueron, por lo general, muy buenas y sirvieron de pauta a otras
Conferencias Episcopales, no solo de habla española. El amplio trabajo de
revisión que llevamos haciendo desde hace cerca de quince años en este campo ha
fructificado en una versión completa de la Sagrada Escritura, hecha en aquél
mismo espíritu de las traducciones litúrgicas, y que hemos ofrecido como
versión oficial de la Conferencia Episcopal en 2010, junto con la Instrucción
pastoral La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. Tampoco queremos dejar
de referirnos a los valiosos catecismos de nuestra Conferencia Episcopal para
los diversos ámbitos de la iniciación cristiana. Mencionamos entre ellos tan solo
al actualmente vigente para la infancia, Jesús es el Señor, aprobado en 2008.
Es obligado subrayar
también con fuerza el papel jugado por la Conferencia Episcopal en el estudio,
negociación y elaboración de los Acuerdos entre la Santa Sede y el Gobierno de
España, verdaderos Tratados de Derecho internacional. Gracias estos
instrumentos legales ha sido posible la regulación ordenada de las relaciones
entre la Iglesia y el Estado, en el marco de la nueva situación social y
política simbolizada y decantada jurídicamente en la Constitución de 1978.
No cabe duda de que
el papel jugado por la Conferencia Episcopal en la vida de la Iglesia en estos
ya casi cincuenta años de vida ha sido de una decisiva y beneficiosa
importancia para la Iglesia misma y para su presencia y acción evangelizadora
en la sociedad española. La rápida evocación que acabamos de hacer ofrece solo
una idea global, muy incompleta, del trabajo realizado. Damos gracias a Dios
por todo ello al comenzar hoy nuestra centésima Asamblea Plenaria.
Es verdad que, como
en cualquier historia humana, no todo han sido luces en estos años. También ha
habido sombras, que van siendo aclaradas a medida que el tiempo nos permite una
revisión del camino recorrido, en clave de conversión y de creciente clarividencia
pastoral, a la luz de la gran Tradición de la Iglesia y, en particular, con la
ayuda del magisterio de los papas.
II. La hora actual de
la Iglesia en España, al hilo del Plan Pastoral
En la Asamblea
Plenaria última aprobamos un Plan Pastoral para cinco años, que lleva por
título: La nueva evangelización desde la Palabra de Dios: “Por tu palabra
echaré las redes” (Lc 5, 5). Recordábamos entonces que la Conferencia Episcopal
vivió los primeros casi veinte años de su existencia sin este tipo de ayudas
para su trabajo que venimos utilizando desde 1983, después de la primera visita
de Juan Pablo II. Los planes pastorales no son, por tanto, imprescindibles,
pero son muy útiles, como han demostrado los siete Planes anteriores. Este
octavo Plan Pastoral, a la vista de los acontecimientos eclesiales de estos
años y de la urgencia de la nueva evangelización, inspira la colaboración de
los diversos organismos de nuestra Conferencia en acciones concretas de gran
relevancia, de las que algunas ya han sido puestas en marcha y otras están en
preparación.
El Congreso Nacional
de Pastoral Juvenil, celebrado en Valencia a comienzos de este mes, en realidad
había sido previsto ya en el Plan anterior, si bien había sido pospuesto,
cuando se conoció que en 2011 iba a tener lugar en Madrid la Jornada Mundial de
la Juventud. Se preveía lo que realmente ocurrió: que el impulso de comunión
creado por la JMJ -como acontecimiento de «una nueva evangelización vivida»,
según la calificó el propio Benedicto XVI- iba a hacer posible un gran paso
adelante en el centramiento de todos los que trabajan en la pastoral juvenil en
lo que es el corazón de la misma, es decir, en facilitar a los jóvenes el
encuentro de conversión con Jesucristo, en la comunión de la Iglesia, para
hacerse evangelizadores en ella y con ella. El Plan actual prevé nuevas
acciones llamadas a recoger y potenciar los frutos de la Jornada Mundial de la
Juventud.
Acogiendo el
constante magisterio de los papas sobre el matrimonio y la familia, y
continuando la labor anterior de nuestra Conferencia, el Plan Pastoral vigente
preveía una acción importante, que ya ha sido realizada: la redacción y
difusión de un documento que proponga la
verdad del amor y oriente sobre la ideología de género y la legislación
familiar[2]. Es la Instrucción pastoral, ya mencionada, aprobada en la última
Plenaria bajo el titulo de La verdad del amor humano.
No es necesario
ponderar de nuevo aquí la urgencia de la pastoral del matrimonio y de la
familia. Esta Instrucción sobre La verdad del amor humano puede ayudar mucho a
la clarificación doctrinal de la situación y a la orientación práctica de lo
que hay que hacer. Por ejemplo, el pasado día 8 de este mes de noviembre, el
Comité Ejecutivo de nuestra Conferencia Episcopal encontró en ella la
formulación precisa para responder a las preguntas que se plantearon con motivo
de la decisión del Tribunal Constitucional acerca de la actual legislación
sobre el matrimonio. No nos corresponde a los obispos pronunciarnos sobre la
pertinencia jurídica de los actos de los tribunales. Pero sí tenemos el deber
de ayudar al discernimiento necesario acerca de la justicia de una legislación
como la referente al matrimonio, que toca tan de lleno el corazón de la vida de
las personas y que condiciona tan decisivamente la vida de la sociedad y el
futuro de nuestro pueblo. La Instrucción pastoral de la que hablamos denuncia,
en efecto, que la actual legislación sobre el matrimonio es gravemente injusta,
porque no reconoce netamente la institución del matrimonio en su especificidad,
y no protege el derecho de los contrayentes a ser reconocidos en el
ordenamiento jurídico como “esposo” y “esposa”; ni garantiza el derecho de los
niños y de los jóvenes a ser educados como “esposos” y “esposas” del futuro; ni
el derecho de los niños a disfrutar de un padre y de una madre en el seno de
una familia estable.
No son leyes justas las que no reconocen ni protegen estos
derechos tan básicos sin restricción alguna. Por eso, es urgente la reforma de
nuestra legislación sobre el matrimonio[3]. Y es tanto o más urgente que la
Instrucción sobre La verdad del amor humano sea conocida por todos en nuestras
parroquias, colegios y en cada lugar de la actividad apostólica de la Iglesia.
También ha sido
realizada ya la peregrinación a Roma con motivo de la declaración de san Juan
de Ávila como doctor de la Iglesia universal, según preveía el Plan Pastoral.
En los años próximos, de acuerdo con las indicaciones de la Junta San Juan de
Ávila, Doctor de la Iglesia, «se desarrollarán acciones que contribuyan a
iluminar la vida cristiana desde el magisterio eximio de san Juan de Ávila»[4].
Agradecemos al Sr. Obispo de Córdoba la invitación que ha hecho a esta Asamblea
a peregrinar el próximo viernes a Montilla, a la basílica que guarda los restos
del nuevo doctor de la Iglesia. Por su intercesión, pediremos al Señor, en
nuestra concelebración de la santa Misa, por los frutos de la nueva evangelización,
en particular en el campo de las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la
vida consagrada.
Siguiendo el repaso
de las previsiones del Plan Pastoral, hay que decir que otras dos de ellas van
a ser tratadas en la Asamblea que hoy comenzamos. La Subcomisión Episcopal de
Catequesis presenta ya un borrador del segundo catecismo de infancia, Testigos
del Señor. La propuesta de la nueva evangelización afecta profundamente a la
catequesis. Por eso, en nuestro Plan Pastoral, centrado en la nueva evangelización
desde la Palabra de Dios, no podía faltar la atención sobre esta básica
actividad maternal de la Iglesia. «El Año de la fe -escribe el Papa al
convocarlo- deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar
los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente
en el Catecismo de la Iglesia Católica»[5]. «Acogiendo la invitación del Papa
-dice nuestro Plan Pastoral- la Conferencia Episcopal pondrá especial empeño en
ayudar a redescubrir la íntima conexión existente entre las dos dimensiones del
acto de fe que han de ser cultivadas equilibradamente en la acción catequética,
si esta quiere contribuir con éxito a la transmisión de la fe: por un lado, la
dimensión volitiva, del amor que se adhiere a la persona de Cristo, y, por
otro, la dimensión intelectiva, del conocimiento que comprende la verdad del
Señor»[6]. El catecismo para la segunda infancia que estudiaremos estos días
desea ser un instrumento eficaz para una acción catequética como la descrita.
Otra de las acciones
previstas en el Plan Pastoral es la preparación y celebración en octubre de
2013 de una ceremonia de beatificación de mártires: «Al terminar el Año de la
fe, se celebrará la beatificación conjunta de un buen número de mártires del
siglo XX en España, procedentes de muchas diócesis, cuyo testimonio e
intercesión son de gran valor para el crecimiento en la certeza y en la alegría
de la fe de todo el Pueblo de Dios»[7]. El Plan Pastoral justifica esta acción
con la siguiente reflexión: «Al convocar el Año de la fe, el Papa recuerda que
“por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del
Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor
don del amor con el perdón de sus perseguidores”. La Iglesia que peregrina en
España ha sido agraciada con un gran número de estos testigos privilegiados del
Señor. (...) Los mártires del siglo XX en España son un estímulo muy valioso
para una profesión de fe íntegra y valerosa»[8]. Los preparativos para la
beatificación están avanzados, porque la mayoría de las Causas que integran el
grupo ya tienen el decreto correspondiente y se prevé que las otras lo podrán
tener antes del verano próximo. De modo que, si Dios quiere, se reunirá un
grupo de mártires en torno a los quinientos. En esta Asamblea tenemos previsto
determinar el lugar en el que se celebrará esta ceremonia de beatificación
interdiocesana, un gran broche de comunión y testimonio para el Año de la fe.
Como no podía ser de
otra manera, entre los desafíos y escenarios de la nueva evangelización en
estos años, el Plan Pastoral se refiere al nuevo contexto marcado por la
llamada “crisis económico-financiera”, de la que dice que, en su origen y en
sus consecuencias, «traspasa la frontera de lo estrictamente económico»[9]. Es
una crisis global y extensiva que no parece tocar fondo. Ante una situación en
la que «la tensión social crece» y en la que «determinadas propuestas políticas
han venido a añadir elementos de preocupación
en momentos de por sí ya difíciles», la Comisión Permanente de la
Conferencia Episcopal decidió publicar, el pasado 3 de octubre, una Declaración
titulada Ante la crisis, solidaridad. En ella se señalan los aspectos más
acuciantes y dolorosos en los que se manifiesta la crisis: el desempleo de tantos,
en especial de tantos jóvenes; el debilitamiento de la conciencia de unidad y
de solidaridad entre todos los españoles; los dramas que sufren tantas
familias, en particular las que se ven expulsadas de sus casas por el
desahucio. La Declaración exhorta a la conversión a la verdad, propiciada por
la fe; a la solidaridad, animada por la caridad; y al espíritu de superación,
alentado por la esperanza en Dios. Y pide también, en concreto, «que los costes
de la crisis no recaigan sobre los más débiles, con especial atención a los
emigrantes»; que «se preserve el bien de la unidad, al mismo tiempo que el de
la rica diversidad de los pueblos de España»; y que se busquen con urgencia
soluciones «que permitan a esas familias (desahuciadas) -igual que se ha hecho con
otras instituciones sociales- hacer frente a sus deudas sin tener que verse en
la calle»[10].
Reiteramos estas
peticiones y aprovechamos también para
exhortar una vez más a los gestos de ayuda concreta con quienes más
sufren las consecuencias de la crisis. Por pequeños que parezcan, los gestos de
caridad no solo ayudan a quienes lo necesitan, sino que también ayudan a
revisar el propio estilo de vida y a adoptar formas de ser y de actuar más
responsables con la familia, los vecinos y la comunidad política. Sabemos que
hay parroquias en las que en los últimos cuatro años se han multiplicado por
cinco los recursos destinados a Cáritas, gracias a la generosidad y al
sacrificio de muchos. Lo agradecemos en nombre del Señor y de los que de este
modo ven aliviada su necesidad.
III. El Sínodo sobre
la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana
Durante las tres
últimas semanas del pasado mes de octubre, hemos participado en la XIII
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, en Roma. Venimos
contentos de habernos encontrado con Hermanos de todo el mundo, a quienes hemos
podido escuchar y con quienes hemos podido hablar de la única misión de la
Iglesia para todos los hombres: la evangelización de nuestros contemporáneos.
Es verdad que las situaciones son muy distintas en las diversas partes de la
tierra por lo que respecta a las condiciones religiosas, culturales, sociales,
económicas y políticas de los diversos pueblos en los que la Iglesia de Cristo
predica el Evangelio de la salvación. Pero es verdad también que en una reunión
católica, universal, como es la asamblea general del Sínodo, se percibe cada
vez más el mundo como una gran aldea global; en particular, en lo que toca a
las dificultades y a las ocasiones que todos encuentran para la evangelización.
En la homilía de la
santa Misa con la que se clausuró la Asamblea, el Santo Padre subrayaba como
sigue lo que él denominaba «las tres líneas pastorales que han surgido del
Sínodo».
«La primera -decía el
Papa- corresponde a los sacramentos de la iniciación cristiana. Se ha
reafirmado la necesidad de acompañar con una catequesis adecuada la preparación
al bautismo, a la confirmación y a la eucaristía. También se ha reiterado la
importancia de la penitencia, sacramento de la misericordia de Dios. La llamada
del Señor a la santidad, dirigida a todos los cristianos, pasa a través de este
itinerario sacramental. En efecto, se ha repetido muchas veces que los
verdaderos protagonistas de la nueva evangelización son los santos: ellos
hablan un lenguaje comprensible para todos, con el ejemplo de la vida y con las
obras de caridad.
En segundo lugar
-proseguía el Papa en esta especie de resumen autorizado de los debates
sinodales- la nueva evangelización está esencialmente conectada con la misión
ad gentes. La Iglesia tiene la tarea de evangelizar, de anunciar el mensaje de
salvación a los hombres que aún no conocen a Jesucristo. En el transcurso de
las reflexiones sinodales, se ha subrayado también que existen muchos lugares
en África, Asia y Oceanía en donde los habitantes, muchas veces sin ser
plenamente conscientes, esperan con gran expectativa el primer anuncio del
Evangelio. Por tanto, es necesario rezar al Espíritu Santo para que suscite en
la Iglesia un renovado dinamismo misionero, cuyos protagonistas sean de modo
especial los agentes pastorales y los fieles laicos. La globalización ha
causado también un notable desplazamiento de poblaciones; por tanto, el primer
anuncio se impone también en los países de antigua evangelización. Todos los
hombres tienen el derecho de conocer a Jesucristo y su Evangelio; y a esto
corresponde el deber de los cristianos, de todos los cristianos -sacerdotes,
religiosos y laicos-, de anunciar el Evangelio.
Un tercer aspecto
tiene que ver con las personas bautizadas, pero que no viven las exigencias del
bautismo. Durante los trabajos sinodales se ha puesto de manifiesto que estas
personas se encuentran en todos los continentes, especialmente en los países
más secularizados. La Iglesia dedica una atención particular para que
encuentren nuevamente a Jesucristo, vuelvan a descubrir el gozo de la fe y
regresen a las prácticas religiosas en la comunidad de los fieles. Además de
los métodos pastorales tradicionales, siempre válidos, la Iglesia intenta
utilizar también métodos nuevos, usando asimismo nuevos lenguajes, apropiados a
las diferentes culturas del mundo, proponiendo la verdad de Cristo con una
actitud de diálogo y de amistad, que tiene como fundamento a Dios, que es
Amor»[11].
Esperamos con mucho
interés la exhortación apostólica en la que, si Dios quiere, el Papa recogerá
de manera más detallada y con su propia autoridad los frutos del Sínodo.
Mientras tanto, seguimos empeñados en el trabajo de la nueva evangelización, de
modo especial en este Año de la fe. En la hermosa reflexión pronunciada ante
los sinodales en la primera congregación general, Benedicto XVI recordaba que
confesar la fe -término tomado por el latín cristiano del testimonio dado ante
un tribunal por un acusado (confessio)- «implica la disposición a dar mi vida,
a aceptar la pasión»; en definitiva, porque «la confessio no es algo abstracto,
sino que es caritas, es amor»[12]. Son muchos los hermanos obispos que,
secundando la llamada del Papa a celebrar el Año de la fe, han escrito cartas
pastorales explicando de nuevo la virtud teologal de la fe y proponiendo
caminos de ayer y de hoy para fomentarla. Ponemos el trabajo de cada uno en
nuestras diócesis y el de todos juntos durante estos días en manos de la Virgen
María, amparo de la fe:
«Gloriosa Madre de Cristo,
porque has creído que el Hijo, a quien concebiste creyendo, muerto por
nosotros, había de resucitar. ¡Oh, piadosa!, tú eres para la Iglesia fortaleza
de la fe»[13].
Emmo. y Rvdmo. Sr. D.
Antonio Mª Rouco Varela
Cardenal Arzobispo de
Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española
NOTAS
[1] El listado
completo de los documentos de la Conferencia Episcopal Española, junto con su
texto íntegro, se encuentra en www.conferenciaepiscopal.es/documentos. La
Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) ha publicado todo este acervo documental
hasta el año 2000 en cuatro volúmenes, titulados Documentos de la Conferencia
Episcopal Española. Los documentos aparecidos, desde 1983 hasta hoy, se
encuentran también en el Boletín Oficial de la Conferencia Episcopal Española.
[2] Cf. XCIX Asamblea
Plenaria de la Conferencia Episcopal Española,
La nueva evangelización desde la Palabra de Dios: “Por tu palabra echaré
las redes” (Lc 5, 5). Plan Pastoral 2011-2015, n. 14.
[3] Cf. Comité
Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española, Nota sobre el matrimonio y la
sentencia del Tribunal Constitucional(8.XI.2012).
[4] XCIX Asamblea
Plenaria de la Conferencia Episcopal Española,
La nueva evangelización desde la Palabra de Dios: “Por tu palabra echaré
las redes” (Lc 5, 5). Plan Pastoral 2011-2015, n. 35.
[5] Benedicto XVI,
Porta fidei (11.X.2011), n. 11.
[6] XCIX Asamblea
Plenaria de la Conferencia Episcopal Española,
La nueva evangelización desde la Palabra de Dios: “Por tu palabra echaré
las redes” (Lc 5, 5). Plan Pastoral 2011-2015, n. 25.
[7] Ibíd., n. 30.
[8] Ibíd., n. 26. La
cita de Benedicto XVI es de Porta fidei, n. 13.
[9] Ibíd., n. 16.
[10] Cf. Declaración
de la CCXXV Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, Ante la
crisis, solidaridad (3.XI.2012) en: Ecclesia 3.644 (13.XI.2012), pp. 8-11, Alfa
y Omega 802 (11.XI.1012), pp. 24-27, www.conferenciaepiscopal.es.
[11] Benedicto XVI,
Homilía en la misa de clausura de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos (28.X.2012).
[12] Benedicto XVI,
Reflexión durante la I Congregación General de la XIII Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos (8-X-2012).
[13] Antífona de
entrada de la Misa “La Virgen María, amparo de la fe”, en Misas de la Virgen
María. I Misal, Libros Litúrgicos, Madrid 2012, p. 165.
MADRID, lunes 19
noviembre 2012 (ZENIT.org).-
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