martes, 24 de julio de 2018

¿Puede un joven ser santo?




¿puede un obrero ser santo?

Ecclesia, 24-7-18

El Papa Francisco ha añadido una nueva canonización para la celebración prevista el domingo 14 de octubre (ver página 34), en plena Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Y la elección del beato a canonizar, una vez que el pasado 9 de junio la Congregación para las Causas de los Santos reconociera un milagro obrado por su intercesión, no ha podido ser más oportuna. Y así un joven será proclamado santo en los días en que la Iglesia, a través del Sínodo de los Obispos, reflexiona, ora y trabaja sobre los retos pastorales actuales que presentan los  jóvenes.

De este modo, se completa mejor aún el simbolismo y alto significado de las canonizaciones del próximo 14 de octubre. ¿Por qué? Porque subirán también a los altares el Papa (Pablo VI) que reinstauró el Sínodo de los Obispos, en 1965, y que asimismo había beatificado dos años antes al joven que ahora será canonizado. Porque igualmente sube a los altares, en pleno sínodo episcopal, un obispo contemporáneo (Óscar Romero). Y porque la universalidad de la Iglesia, en cuanto a lugares, estados de vida y periodos históricos, se visibilizará aún mejor. Y es que el 14 de octubre serán proclamados santos el Papa y el obispo citados, del siglo XX; dos sacerdotes fundadores en los siglos XVIII y XIX; dos religiosas, asimismo fundadoras, una del siglo XIX y otra del siglo XX; y un joven obrero, del siglo XIX. Italia, El Salvador, España y Alemania estarán representadas en la celebración. Y con la española Nazaria Ignacia March también lo estará América del Sur, singularmente Bolivia.

Nunzio Sulprizio es el nombre del joven italiano en cuestión. Su corta, dolorosa y luminosa vida -19 años- discurrió entre Pescara y Nápoles, en el este y sur respectivos de Italia. Es el patrono de los inválidos y de los accidentados por causas laborales y un modelo de fe, abnegación, piedad, perdón y esperanza. Muy popular en Italia,  casi dos siglos después de su muerte, su canonización demuestra que los santos no pasan de moda y son una continua referencia y mediación en la vida de los creyentes.

Ya ha acontecido en otras asambleas sinodales sectoriales (por ejemplo,  en 2015, en el Sínodo para la familia, con la canonización del matrimonio francés compuesto por Luis Martin y María Azelia Guérin, los padres de santa Teresita de Lisieux; y en 2016, en pleno Año de la Misericordia, con madre Teresa de Calcuta). Canonizar ahora a un joven en pleno Sínodo para los jóvenes significa, por todo ello, presentar un modelo, un referente, un intercesor. Y, sobre todo, significa poner el foco en lo esencial y principal de la vida cristiana como es la respuesta a la llamada universal a la santidad. Nos lo acaba de recordar el Papa Francisco en su hermosísima exhortación apostólica Gaudete et exsultate: la santidad es la vocación de todo cristiano, en las todas edades, circunstancias y condiciones. Ser cristiano no es una ideología, una adscripción, sino el seguimiento radical de Jesucristo, encarnado personalmente en un compromiso y estilo de vida, que, mediante la gracia de Dios, busca la plenitud, que no es otra que la santidad.

En torno a 400 de los diez mil cristianos en los altares (cifras estimativas) son jóvenes. Y lo son desde los mártires del alba del cristianismo hasta los mártires de hace 80 años o de la hora presente. Ha habido santos jóvenes en la vida consagrada (Teresa de los Andes, Luis Gonzaga, Teresa del Niño Jesús, Gabriel de la Dolorosa,…) y en el laicado (Pier Giorgio Frassati, María Goretti, Alexia González-Barros,…). Y se hallan, sobre todo, en el incontable número de todos los santos, en los santos anónimos y no por ello menos admirables, en los santos de las clases medias y de la puerta de al lado.

Cuando el 1 de diciembre de 1963, Pablo V beatificó al joven Nunzio, en una bellísima alocución, se preguntó: “¿Puede un joven ser santo? ¿Puede un obrero ser santo?”. Y respondió de modo inequívocamente afirmativo. Porque ninguna edad como la juventud es más oportuna para consagrarse a los grandes ideales y para dar lo mejor de sí mismo. Y porque la dignidad del trabajo es tal que el trabajador coopera a la obra permanente de la creación de Dios Padre y al servicio y construcción de una sociedad mejor para todos.

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