"Humanae vitae" Así ha nacido y ¡ay a quien
la toca!
Autor: Sandro MAGISTER, periodista
Católicos-on-line, julio 2018
El ajetreo en curso para demoler la "Humanae
vitae" –la encíclica de Pablo VI, de 1968, que ha dicho no a los
anticonceptivos artificiales–, ha encontrado en estos días un inesperado
contratiempo en un libro que reconstruye la génesis de aquél texto, gracias al
acceso, por primera vez, a los documentos secretos que le conciernen; acceso
autorizado en persona por el Papa Francisco.
El contratiempo es tanto más serio en cuanto que los
promotores de un "cambio de paradigma", es decir, de una
liberalización de los anticonceptivos –desde el cardenal Walter Kasper al teólogo
Maurizio Chiodi, autor de la ya célebre conferencia en la Pontificia
Universidad Gregoriana que ha desencadenado la campaña, con la aparente
aprobación del Papa Francisco–, se esperaban precisamente de este libro no un
obstáculo, sino un posterior apoyo a sus tesis.
De hecho, el autor del libro ha sido coordinador de un
grupo de estudio constituido hace más de un año en el Vaticano, precisamente en
el clima de una revisión de la "Humanae vitae". Además de Marengo, el
grupo lo componían el teólogo Pierangelo Sequeri, nombrado por el Papa
presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las ciencias del
matrimonio y de la familia, Angelo Maffeis del Instituto Paolo VI de Brescia y
el histórico Philippe Chenaux, de la Pontificia Universidad Lateranense.
La institución del grupo de estudio había sido
saludada con mucho fervor por los promotores de la "superación" de la
enseñanza de la "Humanae vitae", dado que había sido lanzada
precisamente por uno de ellos, monseñor Vincenzo Paglia, muy cercano al Papa
Francisco, presidente de la Pontificia Academia para la Vida y Gran Canciller
del Instituto Juan Pablo II. El pasado 8 de marzo, el periódico de la
Conferencia Episcopal Italiana "Avvenire" –también plenamente
alineado con los innovadores– había llegado a pronosticar "resultados
sorprendentes por los estudios autorizados por la Pontificia Academia para la
Vida", respecto a la génesis y, consiguientemente, también a la
interpretación en términos más liberales de la "Humanae vitae".
Pero mientras tanto, el 9 de mayo, a los innovadores
les ha llegado una primera desilusión del miembro más acreditado del grupo de
estudio, Sequeri, que en una docta conferencia sobre la "Humanae
vitae" en la Universidad Católica de Milán, ha vuelto a confirmar como
"injustificable la práctica que procura e impone una esterilización
artificial del acto conyugal".
Pero ahora, después de la salida del libro de Marengo,
de la desilusión se ha pasado a la consternación. Porque el libro contradice
con la fuerza de los hechos justo las tesis más queridas por los promotores del
cambio.
De hecho, basta leer sólo la síntesis que Andrea
Tornielli ha dado del libro en Vatican Insider –fuente no sospechosa dada su
proximidad al Papa Francisco–, para entender cómo ha fracasado sustancialmente
el cálculo de exhibir, de entre los papeles secretos de la preparación de la
encíclica de Pablo VI, algún asidero que permita redimensionar su enseñanza.
Por ejemplo, es verdad que Pablo VI hizo reescribir a
los futuros cardenales Jacques-Paul Martin e Paul Poupard, en la época
funcionarios de la secretaría de Estado, el primer borrador de la encíclica,
escrita por el entonces teólogo de la Casa Pontificia y también él futuro
cardenal Mario Luigi Ciappi. Pero en ambos borradores los contenidos doctrinales
eran los mismos, aunque formulados diversamente. Y tampoco el segundo borrador
satisfizo a Pablo VI, hasta el punto que lo adaptó de nuevo para remover lo que
le parecían ambigüedades, con correcciones de su propia mano o de su teólogo de
confianza, el milanés Carlo Colombo.
Los hechos también desmienten que Pablo VI haya
descuidado, en la preparación de la encíclica, las exigencias de sinodalidad y
de colegialidad, hoy tan ensalzadas –paradójicamente– durante uno de los
pontificados más monocráticos de la historia.
En 1967, el año precedente a su publicación, Pablo VI
pidió a los casi doscientos padres sinodales reunidos en Roma para la primera
asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, que le entregaran su opinión de
manera reservada. Le respondieron 26, cuyas opiniones se encuentran en el
libro; entre los que se decantaron por el no a los anticonceptivos artificiales
había un futuro Papa y santo, Karol Wojtyla, y el entonces popularísimo obispo
americano Fulton Sheen, un predicador de gran temple, también él en camino
hacia los altares. Wojtyla, arzobispo de Cracovia en esa época, en sus apuntes
entregados a Pablo VI anticipó las profundizaciones de la enseñanza de la
"Humanae vitae" a las que después, como Papa, habría dado curso.
Entre los favorables a admitir los anticonceptivos
había algunos cardenales y obispos destacados en el campo progresista, desde
Suenens a Döpfner y a Léger. También en la importante comisión de estudio
constituida por Juan XXIII, y después potenciada por su sucesor, los favorables
eran más que los contrarios. Pero según el libro de Marengo, resulta también
confirmado que Pablo VI "examinó con muchísima atención" sus posturas
y las rechazó –como escribió después en el prólogo de la encíclica– sólo porque
había reconocido en ellas "algunos criterios de soluciones que se
separaban de la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio
de la Iglesia con constante firmeza".
Con otras palabras, del libro se deduce que Pablo VI,
lejos de vacilar y dudar hasta lo último, ejerció "en virtud del mandato
que Cristo nos confió" precisamente ese "discernimiento" que hoy
se exalta tanto y que, en ese mismo año 1968, le llevó a volver a confirmar
solemnemente las verdades fundamentales de la fe católica contra las dudas difusas,
con la proclamación pública de lo que definió el "Credo del Pueblo de
Dios".
Como es sabido, la "Humanae vitae" fue
inmediatamente sometida a una onda masiva de contestaciones, incluso por parte
de importantes sectores de la jerarquía. Pero Pablo VI nunca retrocedió ni un
solo paso. Al contrario, la consideró siempre uno de los puntos más altos de su
misión de sucesor de Pedro. En su última homilía pública, en la fiesta de los
santos Pedro y Pablo de 1978, al resumir su pontificado indicó sus actos más
significativos precisamente en la "Humanae vitae" y en el "Credo
del Pueblo de Dios".
A los partidarios de una revisión de la "Humanae
vitae" no les queda más que insistir –como están haciendo– diciendo que su
enseñanza no es "ni infalible ni irreformable", como efectivamente
declaró, en la época de su publicación, un teólogo de primer plano de la
Pontificia Universidad Lateranense, Ferdinando Lambruschini, que según la
opinión corriente, se expresó de tal forma por petición directa del Papa.
El hecho es que, inmediatamente después de aquellas
declaraciones, Lambruschini fue apartado de la enseñanza, nombrado arzobispo de
Perugia y sustituido, en la Lateranense, por un teólogo moralista de extremo
rigor, Ermenegildo Lio.
Por no decir que, planteada así, la cuestión parece
más bien impropia, ya que la "Humanae vitae" no contiene proclamación
alguna de un dogma de fe, por lo que la encíclica no configura un
"magisterio definitorio", sino más bien un "magisterio definitivo",
es decir, la reafirmación de una enseñanza constante en la historia de la
Iglesia, como confirmó solemnemente Juan Pablo II, sucesor de Pablo VI, en un
memorable discurso en el vigésimo aniversario de la encíclica.
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