con ocasión del 50 aniversario de la Encíclica de
Pablo VI.
La Humanae vitae y la Doctrina social de la Iglesia,
unidas por el mismo destino.
Observatorio Cardenal Van Thuan, 22 giugno 2018
Stefano Fontana
La encíclica de Pablo VI Humanae vitae y la Doctrina
social de la Iglesia son objeto de la misma oposición. Estamos hablando de
finales de los años sesenta y principio de los setenta del siglo pasado. Este
hecho del destino común al ser objeto de polémica en esos años (y, después, en
los años sucesivos hasta llegar al día de hoy, dado que los argumentos de fondo
no han cambiado) es de gran interés, no sólo para comprender la relación entre
la Humanae vitae y la Doctrina social de la Iglesia, sino también para considerar
la común estructura de pensamiento objeto del rechazo. En este cincuenta
aniversario de la encíclica de Pablo VI es importante que este tema no pase
inadvertido.
Como es bien sabido, la oposición a la Humanae vitae
dentro de la Iglesia fue bastante dura, lo que fue causa de gran asombro y
profundo pesar para Pablo VI, que fue abandonado por muchos cardenales y
obispos cercanos a él antes y durante el Concilio. Ambos progresismos eran
claramente distintos en las intenciones de fondo, aunque convergían en algunos
momentos del recorrido. Recientemente, se ha publicado un libro que documenta
la aportación de Karol Wojtyla a la Humanae vitae y que recuerda, de manera
indirecta, los episcopados que se opusieron con mayor fuerza [GALUSZKA, Pawel
Stanislaw, Karol Wojtyla e Humanae vitae. Il contributo dell’Arcivescovo di
Cracovia e del gruppo di teologi polacchi all’enciclica di Paolo VI,
Cantagalli, Siena 2017]. Augusto Del Noce dijo que se había tratado del más
grande “Kulturkampf” (combate cultural) moderno contra la Iglesia católica, al
que Pablo VI resistió con tenacidad.
En esos mismos años se desarrolló el rechazo a la
Doctrina social de la Iglesia. El libro que llegó a ser el texto de referencia
de esta oposición fue escrito por el padre Dominique Chenu, La Dottrina sociale
della Chiesa (Queriniana, Brescia 1977), del que aconsejamos leer sobre todo
las páginas 48-53. En la base de esta condena se encontraban la interpretación
del Concilio tal como lo entendía la Escuela de Bolonia, el cambio de la teología
de la naturaleza a la historia, la idea que con Octogesima adveniens Pablo VI
debería haber reajustado la Doctrina social de la Iglesia publicando voluntariamente un documento
social de tono inferior a una encíclica.
El motivo principal era, sin embargo,
el cambio de paradigma de la relación entre la Iglesia y el mundo, con la
fundamental aceptación del “cambio antropológico” y de un mundo que ya estaba
“maturo”. En esos años, las editoriales católicas publicaron una avalancha de
textos -una verdadera bomba teológica- que contradecían desde la raíz la
estructura teológica de la Doctrina social de la Iglesia. En la Iglesia, el 68
tuvo también esta característica y la “opción socialista” que realizaron las
ACLI (Associazioni Cristiane Lavoratori Italiani) en 1970 se convirtió, de
algún modo, en el símbolo principal para Italia, como la Conferencia de los
obispos latinoamericanos (CELAM) en Medellín, Colombia, lo fue a nivel de
Iglesia universal.
El rechazo a la Humanae vitae y la Doctrina social de
la Iglesia prosiguió también después. Los pontificados de Juan Pablo II y
Benedicto XVI respondieron relanzando, juntas, la moral matrimonial y la
Doctrina social de la Iglesia. Con todo, esto no ha conseguido derrotar a las
corrientes teológicas y eclesiales que son contrarias tanto a la una como a la
otra y que, además, se han fortalecido con el tiempo.
Esta unidad de destino de la Humanae vitae y de la
Doctrina social de la Iglesia merece gran atención. Parece que ambas permanecen
juntas o caen junta. Efectivamente, es así. El primer motivo es que, como se ha
dicho recientemente, en la unión conyugal está contenido el germen de cualquier otra relación social, por
lo que si lo natural se transforma en contractual, el efecto negativo que recae
sobre el orden total de la sociedad es enorme. El segundo motivo es aún más
profundo. Tanto la Humanae vitae como la Doctrina social de la Iglesia
comparten una estructura de pensamiento filosófico y teológico que es su
fundamento.
Esta estructura de pensamento había sido expuesta por León XIII en
la serie de encíclicas que rodeaban la Rerum novarum, y había sido confirmada
por Juan Pablo II en las tres encíclicas fundamentales, a saber: Evangelium
vitae, Veritatis splendor y Fides et ratio.
Podemos expresarlo con las palabras
de Humanae vitae: «Ningún fiel querrá negar que corresponda al Magisterio de la
Iglesia el interpretar también la ley moral natural. Es, en efecto,
incontrovertible -como tantas veces han declarado nuestros predecesores-, que
Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina y al
enviarlos a enseñar a todas las gentes sus mandamientos, los constituía en
custodios y en intérpretes auténticos de toda ley moral, es decir, no sólo de
la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de la voluntad de
Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse» (n. 4).
Quienes rechazaban entonces y rechazan ahora la
Humanae vitae y la Doctrina social de la Iglesia rechazan, en el fondo, la
estructura de pensamiento basada en la relación entre lo natural y lo
sobrenatural, entre razón y fe, entre ley moral natural y ley divina, relación
en la que el segundo término purifica al primero, pero sin negarlo nunca.
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