INFOVATICANA 18 mayo, 2018
El Papa lamenta en su escrito reservado entregado a
los obispos de Chile que “constan en las actas de la “Misión especial” graves
acusaciones contra algunos Obispos o Superiores que habrían confiado dichas
instituciones educativas a sacerdotes sospechosos de homosexualidad activa.”
Como era previsible, la carta “reservada” que el Papa
entregó a los obispos de Chile en el curso de las reuniones privadas celebradas
en Roma a raíz de la crisis provocada por el ‘caso Barros’ ha saltado a la luz
pública. En la misiva, Francisco desgrana lo que a su juicio constituye el
verdadero problema de la Iglesia en Chile, mucho más allá del caso Barros y del
padre Karadima.
Para Francisco, el verdadero drama de la Iglesia de
Chile ha sido “la pérdida de fuerza profética”:
(la Iglesia en Chile) Dejó de mirar y señalar al Señor
para mirarse y ocuparse de sí misma. Concentró en sí la atención y perdió la
memoria de su origen y misión (11). Se ensimismó de tal forma que las
consecuencias de todo este proceso tuvieron un precio muy elevado: su pecado se
volvió el centro de atención. La dolorosa y vergonzosa constatación de abusos
sexuales a menores, de abusos de poder y de conciencia por parte de ministros
de la Iglesia, así como la forma en que estas situaciones han sido abordadas
(12), deja en evidencia este “cambio de centro eclesial”. Lejos de disminuir
ella para que apareciesen los signos del Resucitado el pecado eclesial ocupó
todo el escenario concentrando en sí la atención y las miradas.
Que se manifiesta en la actitud ante los crímenes
contra menores:
Los problemas que hoy se viven dentro de la comunidad
eclesial no se solucionan solamente abordando los casos concretos y
reduciéndolos a remoción de personas; esto –y lo digo claramente- hay que
hacerlo, pero no es suficiente, hay que ir más allá. Sería irresponsable de
nuestra parte no ahondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron
que estos acontecimientos concretos se sucedieran y perpetuasen.
Y el problema de fondo está, como remarca el Papa, en
el incumplimiento de las normas dictadas por San Juan Pablo II sobre la
admisión a las órdenes sagradas a personas con tendencias homosexuales
profundamente arraigadas:
En la misma línea y para poder corroborar que el
problema no pertenece a solo un grupo de personas, en el caso de muchos
abusadores se detectaron ya graves problemas en ellos en su etapa de formación
en el seminario o noviciado. De hecho, constan en las actas de la “Misión
especial” graves acusaciones contra algunos Obispos o Superiores que habrían
confiado dichas instituciones educativas a sacerdotes sospechosos de
homosexualidad activa.
En cualquier caso, y según publican varios medios
chilenos, el detonante de la crisis en Chile, el obispo de Osorno Juan Barros,
llegó a Roma el pasado sábado con la renuncia presentada. Queda ver si el Papa
la aceptará inmediatamente como se prevé.
La carta íntegra, a la que ha tenido acceso T13 Chile
A continuación, la carta entregada por el Papa a los
obispos de Chile durante la reunión celebrada esta semana en Roma:
El pasado 8 de abril, domingo de la Misericordia les
envié una carta convocándolos a Roma para dialogar sobre las conclusiones de la
visita realizada por la “Misión especial” que tenía como cometido ayudar a
encontrar luz para tratar adecuadamente una herida abierta, dolorosa y compleja
que desde hace mucho tiempo no deja de sangrar en la vida de tantas personas, y
por tanto, en la vida del Pueblo de Dios.
Una herida tratada hasta ahora con una medicina que,
lejos de curar parece haberla ahondado más en su espesura y dolor. Debemos
reconocer que se realizaron diversas acciones para tratar de reparar el daño y
el sufrimiento ocasionados, pero tenemos que ser conscientes que el camino
seguido no ha servido de mucho para sanar y curar. Quizás por querer dar vuelta
la página demasiado rápido y no asumir las insondables ramificaciones de este
mal; o porque no se tuvo el coraje para afrontar las responsabilidades, las
omisiones, y especialmente las dinámicas que han permitido que las heridas se
hicieran y se perpetuaran en el tiempo; quizá por no tener el temple para
asumir como cuerpo esa realidad en la que todos estamos implicados, yo el
primero, y que nadie puede eximirse desplazando el problema sobre las espaldas
de los otros; o porque se pensó que se podía seguir adelante sin reconocer
humilde y valientemente que en todo el proceso se habían cometido errores.
En este sentido, escuchando el parecer de varias
personas y constatando la persistencia de la herida, formé una comisión
especial para que, con gran libertad de espíritu, de modo jurídico y técnico
pudiese brindar un diagnóstico lo más independiente posible y ofrecer una
mirada limpia sobre los acontecimientos pasados y sobre el estado actual de la
situación.
Este tiempo que se nos ofrece es tiempo de gracia.
Tiempo para poder, bajo el impulso del Espíritu Santo y en clima de
colegialidad, dar los pasos necesarios para generar la conversión a la que el
mismo espíritu nos quiere llevar. Necesitamos un cambio, lo sabemos, lo
necesitamos y anhelamos. No solo se lo debemos a nuestras comunidades y a tantas
personas que han sufrido y sufren en su carne, los dolores provocados, sino que
pertenece a la misión y a la identidad misma de la Iglesia el espíritu de
conversión. Dejemos que este tiempo sea tiempo de conversión.
“Es necesario que él crezca y que yo disminuya”
(Jn.3,30). Con estas palabras el último de los grandes profetas, Juan el
Bautista, hablaba a sus discípulos cuando, escandalizados, le hacían ver que
había alguien que hacía lo mismo que él. Juan consciente de su identidad y
misión –él no era el Mesías, pero había sido enviado antes que él (vv.28)- no
vaciló en darles una respuesta clara y sin ningún tipo de ambigüedad.
Con este trasfondo de profecía e inspirado en las
palabras de este profeta me gustaría dar el “puntapié inicial” para la reflexión
fraterna con ustedes durante estos días.
1. Es necesario que él crezca…
Quizás no haya mayor alegría para el creyente que
compartir, testimoniar y hacer visible a Jesús y a su Reino. El encuentro con
el Resucitado transforma la vida y hace que la fe se vuelva alegremente
contagiosa. Es la semilla del Reino de los Cielos que espontáneamente tiende a
compartirse, a multiplicarse y que, como a Andrés, nos lleva a correr hacia
nuestros hermanos y decir: “hemos encontrado al Mesías (Jn. 1,41). Un Mesías que
siempre nos abre horizontes de vida y esperanza. El discípulo se deja lanzar
hacia esta aventura por la acción del Espíritu para hacer crecer y esparcir la
vida nueva que Jesús nos ofrece. Esta acción no la podemos identificar nunca
con proselitismo o conquista de espacios, sino como la invitación alegre a la
vida nueva que Jesús nos regala. “Es necesario que Él crezca” es lo que palpita
en el corazón del discípulo porque experimentó que Jesucristo es oferta de vida
buena. Sólo Él es capaz de salvar.
La Iglesia en Chile sabe de esto. La historia nos dice
que supo ser madre que engendró a muchos en la fe, predicó la vida nueva del
Evangelio y luchó por esta cuando se veía amenazada. Una Iglesia que supo dar
“pelea” cuando la dignidad de sus hijos no era respetada o simplemente
ninguneada. Lejos de ponerse ella en el centro, buscando ser el centro, supo
ser la Iglesia que puso al centro lo importante. En momentos oscuros de la vida
de su pueblo, la Iglesia en Chile tuvo la valentía profética no sólo de levantar
la voz, sino también de convocar para crear espacios en defensa de hombres y
mujeres por quienes el Señor le había encomendado velar; bien sabía que no se
podía proclamar el mandato nuevo del amor sin promover mediante la justicia y
la paz el verdadero crecimiento de cada persona (1). Así podemos hablar de
Iglesia profética que sabe ofrecer y engendrar la vida buena que el Señor nos
ofrece.
Una Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el
centro es capaz de promover una acción evangelizadora que mira al Maestro con
la ternura de Teresa de Los Andes y afirmar: “¿Temes acercarte a él? Míralo en
medio de su rebaño fiel, cargando sobre sus hombros a la oveja infiel. Míralo
sobre la tumba de Lázaro. Y oye lo que dice Magdalena: mucho se le ha
perdonado, porque ha amado mucho. ¿Qué descubres en estos rasgos del Evangelio
sino un corazón dulce, tierno, compasivo, un corazón en fin de un Dios?” (2).
Una Iglesia profética que sabe poner Jesús en el
centro es capaz de hacer fiesta por la alegría que el Evangelio provoca. Como
señalé en Iquique, pero que bien podemos extender a tantos lugares del norte al
sur de Chile, la piedad popular es una de las riquezas más grandes que el
pueblo de Dios ha sabido cultivar. Con sus fiestas patronales, con sus bailes
religiosos –que se prolongan hasta por semanas- con su música y vestidos logran
convertir a tantas zonas en santuarios de piedad popular. Porque no son fiestas
que quedan encerradas dentro del templo, sino que logran vestir a todo el
pueblo de fiesta (3). Y así se queda un entretejido capaz de celebrar alegre y
esperanzadamente la presencia de Dios en medio de su pueblo. En los santuarios
aprendemos a hacer una Iglesia de cercanías, de escucha, que sabe sentir y
compartir una vida tal cual se presenta. Una Iglesia que aprendió que la fe
sólo se transmite en dialecto y así celebra cantando y danzando “la paternidad,
la providencia, la presencia amorosa y constante de Dios” (4).
Una Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el
centro es capaz de engendrar en la santidad a un hombre que supo proclamar con
su vida: “Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres,
enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los
puentes, en la persona de tantos niños que no tienen a quien llamar „padre‟,
que carecen hace muchos años del beso de la madre sobre su frente… ¡Cristo no
tiene hogar! ¿No queremos dárselo nosotros?… „Lo que hagan al más pequeño de
mis hermanos, me lo hacen a Mí‟, ha dicho Jesús” (5); ya que “si verdaderamente
hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir
sobre todo en el rostro de aquellos con los que Él mismo ha querido
identificarse” (6).
Una Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el
centro es capaz de convocar para generar espacios que acompañen y defiendan la
vida de los diferentes pueblos que conforman su vasto territorio, reconociendo
una riqueza multicultural y étnica sin igual por la que es necesario velar. A
modo de ejemplo señalo las iniciativas promovidas especialmente por los obispos
del sur de Chile durante la década del 60-70 impulsando los mecanismos
necesarios para que el Pueblo Mapuche pudiera vivir en plenitud el arte del
buen vivir –del que tanto tenemos que aprender-. Acciones fuertes que generaron
estructuras en favor de la defensa de la vida invitando al protagonismo
responsable de una fe encarnada, transformadora; esa fe que sabe hacer vida la
llamada del Concilio que nos recuerda que “los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón” (7).
Una Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el
centro con sinceridad es capaz –como supo mostrarnos uno de Vuestros pastores-
de “confesar que, en nuestra historia personal, y en la historia de nuestro
Chile, ha habido injusticia, mentira, odio, culpa, indiferencia. [Y los
invitaba a ser] sinceros, humildes y decir al Señor: ¡hemos pecado contra ti!
Pecar contra nuestro hermano, el hombre y la mujer, es pecar contra Cristo, que
murió y resucitó por todos los hombres. ¡Seamos sinceros, humildes!: ¡Pequé
Señor contra ti! ¡No obedecí a tu evangelio!” (8). La conciencia consciente de
sus límites y pecados la hace vivir alerta ante la tentación de suplantar a su
Señor.
Y así podríamos seguir enumerando muchos fermentos
vivos de Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el centro. Pero la
invitación más grande y fecundamente vital –como lo he querido subrayar en la
reciente Exhortación Apostólica recordando a Edith Stein- nace de la confianza
y convicción que: “en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los
santos; sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece
invisible. Los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron
esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de
historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los
acontecimientos decisiones de nuestra vida personal, es algo que sólo sabremos
el día en que todo lo oculto será revelado” (9). El Santo pueblo fiel de Dios,
desde su silencio cotidiano, de muchas formas y maneras sigue haciendo visible
y testimonia con “testaruda” esperanza que el Señor no abandona, que sostiene
la entrega constante y, en tantas situaciones sufriente de sus hijos. El Santo
y Paciente Pueblo fiel de Dios sostenido y vivificado por el Espíritu Santo es
el mejor rostro de la Iglesia profética que sabe poner al centro a su Señor en
la entrega cotidiana (10). Nuestra actitud como pastores es aprender a confiar
en esta realidad eclesial y a reverenciar y reconocer que en un pueblo
sencillo, que confiesa su fe en Jesucristo, ama a la Virgen, se gana la vida
con el trabajo, (tantas veces mal pagado), bautiza a sus hijos y entierra a sus
muertos; en ese pueblo fiel que se sabe pecador pero no se cansa de pedir
perdón porque cree en la misericordia del Padre, en ese pueblo fiel y
silencioso reside el sistema inmunitario de la Iglesia.
2. Y que yo disminuya.
Duele constatar que, en este último periodo de la
historia de la Iglesia chilena, esta inspiración profética perdió fuerza para
dar lugar a lo que podríamos denominar una transformación en su centro. No sé
qué fue primero, si la pérdida de fuerza profética dio lugar al cambio de
centro o el cambio de centro llevó a la pérdida de la profecía que era tan
característica en Ustedes. Lo que sí podemos observar es que la Iglesia que era
llamada a señalar a Aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn. 14,6) se
volvió ella misma el centro de atención. Dejó de mirar y señalar al Señor para
mirarse y ocuparse de sí misma. Concentró en sí la atención y perdió la memoria
de su origen y misión (11). Se ensimismó de tal forma que las consecuencias de
todo este proceso tuvieron un precio muy elevado: su pecado se volvió el centro
de atención. La dolorosa y vergonzosa constatación de abusos sexuales a
menores, de abusos de poder y de conciencia por parte de ministros de la
Iglesia, así como la forma en que estas situaciones han sido abordadas (12),
deja en evidencia este “cambio de centro eclesial”. Lejos de disminuir ella
para que apareciesen los signos del Resucitado el pecado eclesial ocupó todo el
escenario concentrando en sí la atención y las miradas.
Es urgente abordar y buscar reparar en el corto,
mediano y largo plazo este escándalo para restablecer la justicia y la comunión
(13). A su vez creo que, con la misma urgencia, debemos trabajar en otro nivel
para discernir cómo generar nuevas dinámicas eclesiales en consonancia con el
Evangelio y que nos ayuden a ser mejores discípulos misioneros capaces de
recuperar la profecía.
Esa vida nueva que el Señor nos dona implica recuperar
la claridad del Bautista y afirmar sin ambigüedad que el discípulo no es ni
será jamás el Mesías. Esto nos lleva a promover una alegre y realista
conciencia de nosotros mismos: el discípulo no es más que su Señor. Y por esto
mismo, en primer lugar, tenemos que estar atentos a todo tipo o forma de
mesianismo que pretenda erguirse como único intérprete de la voluntad de Dios.
Muchas veces podemos caer en la tentación de una vivencia eclesial de la
autoridad que pretende suplantar las distintas instancias de comunión y
participación, o lo que es peor, suplantar la conciencia de los fieles
olvidando la enseñanza conciliar que nos recuerda que “la conciencia es el
núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya
voz resuena en lo más íntimo de ella” (14).
Es clave recuperar una dinámica eclesial capaz de
ayudar a los discípulos a discernir el sueño de Dios para sus vidas, sin
pretender suplantarlos en tal búsqueda. En los hechos, los falsos mesianismos
pretenden cancelar esa elocuente verdad de que la unción del Santo la tiene la
totalidad de los fieles (15). Nunca un individuo o un grupo ilustrado puede
pretender ser la totalidad del Pueblo de Dios y menos aún creerse la voz
auténtica de su interpretación. En este sentido debemos prestar atención a lo
que me permito llamar “psicología de elite” que puede traslaparse en nuestra
manera de abordar las cuestiones.
La psicología de elite o elitista termina generando
dinámicas de división, separación, „círculos cerrados´ que desembocan en
espiritualidades narcisistas y autoritarias en las que, en lugar de
evangelizar, lo importante es sentirse especial, diferente de los demás,
dejando así en evidencia que ni Jesucristo ni los otros interesan verdaderamente
(16)
Mesianismo, elitismos, clericalismos, son todos
sinónimos de perversión en el ser eclesial; y también sinónimo de perversión es
la pérdida de la sana conciencia de sabernos pertenecientes al santo Pueblo
fiel de Dios que nos precede y que –gracias a Dios- nos sucederá. No perdamos
jamás la conciencia de ese don tan excelso que es nuestro bautismo.
El reconocimiento sincero, orante e incluso de muchas
veces dolorido de nuestros límites es lo que permite a la gracia actuar mejor
en nosotros, ya que le deja espacio para provocar ese bien posible que se
integra en una dinámica sincera, comunitaria, y de real crecimiento (17). Esta
conciencia de límite y de la parcialidad que ocupamos dentro del pueblo de Dios
nos salva de la tentación y pretensión de querer ocupar todos los espacios, y
especialmente un lugar que no nos corresponde: el del Señor. Solo Dios es capaz
de la totalidad, sólo Él es capaz de la totalidad de un amor exclusivo y no
excluyente al mismo tiempo. Nuestra misión es y será siempre misión compartida.
Como les dije en el encuentro con el clero en Santiago: “la conciencia de tener
llagas nos libera de volvernos autoreferenciales, de creernos superiores. Nos
libera de esa tendencia prometeica de quienes en el fondo sólo confían en sus
fuerzas y se sienten superiores a otros” (18).
Por ello, y permítanme la insistencia, urge generar
dinámicas eclesiales capaces de promover la participación y misión compartida
de todos los integrantes de la comunidad eclesial evitando cualquier tipo de
mesianismo o psicología-espiritualidad de elite. Y, en concreto, por ejemplo,
nos hará bien abrirnos más y trabajar conjuntamente con distintas instancias de
la sociedad civil para promover una cultura anti-abusos del tipo que fuera.
Cuando los convoqué a este encuentro los invitaba a
pedir al Espíritu el don de la magnanimidad para poder traducir en hechos
concretos lo que reflexionemos. Los exhorto a que pidamos con insistencia este
don por el bien de la Iglesia en Chile. Recibí con cierta preocupación la
actitud con la que algunos de Ustedes, Obispos, han reaccionado ante los
acontecimientos presentes y pasados. Una actitud orientada hacia lo que podemos
denominar el “episodio Jonás” – en medio de la tormenta era necesario tirar
fuera el problema (Jonás 1,4 – 16) (19) – creyendo que la sola remoción de
personas solucionaría de por sí los problemas (20). Así pasa al olvido el
principio paulino: “si el pie dijera: „Como no soy mano, no formo parte del
cuerpo‟, ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él?” (21). Los problemas
que hoy se viven dentro de la comunidad eclesial no se solucionan solamente
abordando los casos concretos y reduciéndolos a remoción de personas (22); esto
–y lo digo claramente- hay que hacerlo, pero no es suficiente, hay que ir más
allá. Sería irresponsable de nuestra parte no ahondar en buscar las raíces y
las estructuras que permitieron que estos acontecimientos concretos se
sucedieran y perpetuasen.
Las dolorosas situaciones acontecidas son indicadores
de que algo en el cuerpo eclesial está mal. Debemos abordar los casos concretos
y a su vez, con la misma intensidad, ir más hondo para descubrir las dinámicas
que hicieron posible que tales actitudes y males pudiesen ocurrir (24).
Confesar el pecado es necesario, buscar remediarlo es
urgente, conocer las raíces del mismo es sabiduría para el presente-futuro.
Sería grave omisión de nuestra parte no ahondar en las raíces. Es más, creer
que sólo la remoción de las personas, sin más, generaría la salud del cuerpo es
una gran falacia. No hay duda que ayudaría y es necesario hacerlo, pero repito,
no alcanza (25), ya que este pensamiento nos dispersaría de la responsabilidad
y la participación que nos corresponde dentro del cuerpo eclesial. Y allí donde
la responsabilidad no es asumida y compartida, el culpable de lo que no
funciona o está mal siempre es el otro (26). Por favor, cuidémonos de la
tentación de querer salvarnos a nosotros mismos, salvar nuestra reputación
(“salvar el pellejo”); que podamos confesar comunitariamente la debilidad y así
poder encontrar juntos respuesta humildes, concretas y en comunión con todo el
Pueblo de Dios. La gravedad de los sucesos no nos permite volvernos expertos
cazadores de “chivos expiatorios”. Todo esto nos exige seriedad y
co-responsabilidad para asumir los problemas como síntomas de un todo eclesial
que somos invitados a analizar y también nos pide buscar todas las mediaciones
necesarias para que nunca más vuelvan a perpetuarse. Sólo podemos lograrlo si
lo asumimos como un problema de todos y no como el problema que viven algunos.
Solo podremos solucionarlo si lo asumimos colegialmente, en comunión en
sinodalidad.
Hermanos, no estamos aquí porque seamos mejores que
nadie. Como les dije en Chile, estamos aquí con la conciencia de ser
pecadores-perdonados o pecadores que quieren ser perdonados, pecadores con
apertura penitencial. Y en esto encontramos la fuente de nuestra alegría.
Queremos ser pastores al estilo de Jesús herido, muerto y resucitado. Queremos
encontrar en las heridas de nuestro pueblo los signos de la Resurrección.
Queremos pasar de ser una Iglesia centrada en sí, abatida y desolada por sus
pecados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro
lado. Una Iglesia capaz de poner en el centro lo importante: el servicio a su
Señor en el hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado, en el
desnudo, enfermo, en el abusado… (Mt. 25,35) con la conciencia de que ellos
tienen la dignidad para sentarse a nuestra mesa, de sentirse “en casa”, entre
nosotros, de ser considerados familia. Ese es el signo de que el Reino de los
Cielos está entre nosotros, es el signo de una Iglesia que fue herida por su
pecado, misericordiada por su Señor, y convertida en profética por vocación
(27). Hermanos, las ideas se discuten, las situaciones se disciernen. Estamos
reunidos para discernir, no para discutir.
Renovar la profecía es volver a concentrarnos en lo
importante; es contemplar al que traspasaron y escuchar “no está aquí ha
resucitado” (Mt. 28,6); es crear las condiciones y las dinámicas eclesiales
para que cada persona en la situación que se encuentre pueda descubrir al que
vive y nos espera en Galilea.
Francisco
(1) Cfr. BEATO PABLO VI, Evangelii Nuntiandi, 29.
(2) Santa Teresa de Los Andes, diarios y cartas,
373.376.
(3) Cfr. Homilía y saludo final en la Santa Misa de la
Virgen del Carmen y Oración por Chile, campus Lobito-Iquique, 18 de enero de
2018.
(4) Evangelii Nuntiandi, 48; CELAM, Pueba, 400.454;
CELAM, Aparecida, 99b. 262-265: EG, 122
(5) SAN ALBERTO HURTADO, Cristo no tiene hogar,
Meditación en un retiro a señoras el 16 de octubre 1944.
(6) SAN JUAN PABLO II, Novo Millennio ineunte, 49.
(7) CONCILIO VATICANO II, Gadium et Spes, 1.
(8) Cardenal Silva Henríquez, Reconciliación de los chilenos,
Homilía al terminar el Año Santo, 24 de noviembre de 1974.
(9) Verborgenes Leben Und Epiphanie: GW XI, 145.
(10) Cfr. Gaudete et Exsultate, 6-9.
(11) “Tu fama se extendió entre las naciones, porque
tu belleza era perfecta gracias al esplendor con que yo te había adornado
–oráculo del Señor-. Pero tú te preciaste de tu hermosura y te aprovechaste de
tu fama”. Ez. 16,14-15b.
(12) Es sintomático notar en el informe presentado por
la “Misión especial” que todos los declarantes, incluso los miembros del
Consejo Nacional para la Prevención del Abuso de Menores de Edad y
Acompañamiento de las Víctimas, han señalado la insuficiente atención pastoral
prestada hasta el momento a todos los que se han visto envueltos, de un modo u
otro, en una causa canónica de delicta graviora.
(13) Cfr. Carta a los señores Obispos de Chile tras el
informe de S.E. Mons. Charles J. Scicluna, 8 de abril de 2018.
(14) CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes, 16.
(15) Cfr. Concilio Vaticano II, Lumen Getium, 12.
(16) Cfr. Evangelii Gaudium, 94
(17) Cfr. Gaudete et Exsultate, 52.
(18) Encuentro con los sacerdotes, religiosos/as,
consagrados/as y seminaristas, Santiago de Chile, 16 de enero de 2018.
(19) El mismo Jonás se hace cargo de que la tormenta
fue provocada por no asumir la misión que le correspondía y que para liberarse
de ella debían tirarlo al mar. vv 12: “levántenme y arrójenme al mar y el mar
se les calmará. Yo sé muy bien que por mi culpa les ha sobrevenido esta gran
tempestad”.
(20) “Muerto el perro se acabó la rabia”. Igualmente
se podría hablar del “síndrome Caifás”: conviene que un solo hombre muera por
el pueblo.
(21) 1 Cor. 12, 12.
(22) Porque no se trata solamente de un caso en
particular. Son numerosas las situaciones de abuso de poder, de autoridad; de
abuso sexual. Y eso incluye el tratamiento que hasta ahora se ha venido
teniendo de los mismos.
(23) A modo de ejemplo, en el informe presentado por
la “Misión especial” muchos de los entrevistados en Sotero Sanz sostienen que
parte de la fractura profunda en la comunión eclesial se arrastraría en el
clero desde el mismo Seminario, viciando lo que deberían ser las relaciones
fraternas presbiterales y haciendo partícipe a los fieles de estas divisiones y
fracturas, que termina por dañar irremediablemente la credibilidad social y el
liderazgo eclesial de los presbíteros y de los obispos.
(24) En el informe de la “Misión especial” mis
enviados han podido confirmar que algunos religiosos expulsados de su orden a
causa de la inmoralidad de su conducta y tras haberse minimizado la absoluta
gravedad de sus hechos delictivos atribuyéndolos a simple debilidad o falta
moral, habrían sido acogidos en otras diócesis e incluso, en modo más que
imprudente, se les habrían confiado cargos diocesanos o parroquiales que
implican un contacto cotidiano y directo con menores de edad.
(25) Nuevamente, en ese sentido, me gustaría detenerme
en tres situaciones que se desprenden del informe de la “Misión especial”:
1. La investigación demuestra que existen graves
defectos en el modo de gestionar los casos de delicta graviora que corroboran
algunos datos preocupantes que comenzaron a saberse en algunos Dicasterios
romanos. Especialmente en el modo de recibir las denuncias o notitiae crimini,
pues en no pocos casos han sido calificados muy superficialmente como
inverosímiles, lo que eran graves indicios de un efectivo delito. Durante la
Visita se ha constado también la existencia de presuntos delitos investigados
solo a destiempo o incluso nunca investidos, con el consiguiente escandalo para
los denunciantes y para todos aquellos que conocían las presuntas víctimas,
familias, amigos, comunidades parroquiales. En otros casos, se ha constado la
existencia de gravísimas negligencias en la protección de los niños/as y de los
niños/as vulnerables por parte de los Obispos y Superiores religiosos, los
cuales tienen una especial responsabilidad en la tarea de proteger al pueblo de
Dios.
2. Otras circunstancia análoga que me ha causado
perplejidad y vergüenza ha sido la lectura de las declaraciones que certifican
presiones ejercidas sobre aquellos que debían llevar adelante la instrucción de
los procesos penales o incluso la destrucción de documentos comprometedores por
parte de encargados de archivos eclesiásticos, evidenciando así una absoluta
falta de respeto por el procedimiento canónico y, más aún, unas prácticas
reprobables que deberán ser evitadas en el futuro.
3. En la misma línea y para poder corroborar que el
problema no pertenece a solo un grupo de personas, en el caso de muchos
abusadores se detectaron ya graves problemas en ellos en su etapa de formación
en el seminario o noviciado. De hecho, constan en las actas de la “Misión
especial” graves acusaciones contra algunos Obispos o Superiores que habrían
confiado dichas instituciones educativas a sacerdotes sospechosos de
homosexualidad activa.
(26) Eco de esa actitud paradigmática que nos recuerda
Gn.3,11-13: “Acaso has comido del árbol que yo te prohibí”. El hombre
respondió: “La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él”. El
Señor Dios dijo a la mujer: “Cómo hiciste semejante cosa”. La mujer respondió:
“La serpiente me sedujo y respondí”. En criollo nos recuerda la actitud del
niño que mira a sus padres y dice: “Yo no fui”
(27) Cfr. Encuentro con los sacerdotes, religiosos/as,
consagrados/as y seminaristas, Santiago de Chile, 16 de enero de 2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario