sábado, 18 de noviembre de 2017

Venerable Juan Pablo I: legado, profecía, actualidad



De los Papas del último siglo tres son santos (Pío X, Juan XXIII y Juan Pablo II), un beato (Pablo VI) y otro (Pío XII), al igual que ya Juan Pablo I, venerable

Jesús de las Heras Muela
Ecclesia, 17-11-17

El jueves 9 de noviembre se dio a conocer que el Papa Francisco ha autorizado la promulgación del decreto de virtudes de heroicas de Albino Luciani, el Papa Juan Pablo I. Esto significa que el Pontífice está mucho más cerca de la beatificación y que el proceso, que se iniciara en 2003, va por buen camino. De momento, la Iglesia ya reconoce la ejemplaridad de su vida y ya es venerable.

Al mismo tiempo se han conocido más datos sobre su la repentina muerte de quien tan solo estuvo 33 días (del sábado 26 de agosto al jueves 28 de septiembre de 1978) al frente de la Iglesia. Mucho se especuló sobre tan breve pontificado y las causas de la muerte de Juan Pablo I que ahora se han esclarecido gracias a la investigación de la periodista Stefania Falasca, vicepostuladora de la causa de canonización. En su libro “Papa Luciani, crónica de una muerte”, Falasca asegura que Juan Pablo I no murió asesinado, sino que falleció por un ataque al corazón.

Así se desprende de la documentación clínica a la que tuvo acceso la vicepostuladora y de la entrevista que realizó a sor Margherita, una de las religiosas que atendía al Pontífice. La monja asegura que, poco antes de cenar por última vez, Luciani sufrió una indisposición física a la que no dio importancia, pero que resultó determinante para su muerte. Desmiente, además, que el Pontífice estuviera agitado o preocupado por su responsabilidad. Parece ser que Luciani sufrió un dolor en el pecho que remitió y no se consideró de gravedad, mientras estaba sentado y preparado para rezar con el padre Magee, uno de sus secretarios.

Según el informe al que tuvo acceso Falasca, ese malestar fue el preludio del ataque al corazón que el Papa de la sonrisa sufriría esa misma noche. Entre la documentación que también adjunta el libro de la vicepostuladora se encuentra un registro clínico de 1975 en el que indica que Albino Luciani padeció una patología cardiovascular resuelta.

Una calurosa tarde del estío de 1978

En torno a las siete de la tarde del sábado 26 de agosto de 1978, el cónclave reunido tras la muerte, veinte días antes del Papa Pablo VI, elegía nuevo Obispo de Roma y Pastor Supremo de la Iglesia católica a un desconocido y humilde obispo del norte de Italia: el cardenal Albino Luciani, patriarca de Venecia desde 1969. Tenía 65 años de edad.

Su elección pontificia fue necesariamente  fácil y sencilla, pues resultó elegido en apenas veinticuatro horas, en la tercera sesión de escrutinios. Su nombre, no obstante, apenas aparecía en la “rosa de los papables” de los grandes medios de comunicación social. Su perfil era el de un discreto y humilde pastor, el de un gran párroco y mejor catequista, sin que –excepto en Italia y entre los cardenales, naturalmente- su nombre hubiera contado en las jornadas previas al cónclave.

El Papa de las sorpresas

No fue, con todo, esta la primera sorpresa de aquel verano de 1978. La segunda sorpresa vino con la elección del nombre con que iba a sentarse en la Cátedra de San Pedro y calzar las sandalias del Pescador: Juan Pablo I, el primer nombre compuesto en la historia del pontificado romano. Un nombre lleno, eso sí, de sabiduría: aunar los legados del Papa Juan XXIII y su sabiduría del corazón y el del Papa Pablo VI y su sabiduría de la inteligencia, como el mismo Luciani desveló nada más ser elegido Sumo Pontífice.

La tercera sorpresa empezó a llegar, a la par que con la sonrisa que ha pasado a la historia, en cuanto comenzó a hablar, en cuanto empezó a mostrarse. Era, en efecto, un Papa sencillo, humilde, del pueblo; un Papa catequeta, que hablaba también de los gondoleros, de Pinocho, de Dickens, de Mark Twain, de Fígaro, de Marconi… Era el Papa que ofrecía “migajas” de la mejor catequesis y que destilaba el inconfundible aroma de la frescura evangélica, de la verdad desde la sencillez, del amor desde la humildad.

Su mismo curriculumn vitae lo presentaba como un eclesiástico de provincias, bien preparado, curtido en la pastoral y en el gobierno, con alguna escasa experiencia internacional, bien valorado y querido por sus hermanos obispos de Italia y, sobre todo, por sus fieles. Pero ¿iba a ser, como Juan XXIII, el párroco del mundo o la cruz se iba a instalar en su ministerio hasta nublar su sonrisa, como aconteciera con Pablo VI? Tiempo a tiempo –pensábamos-. mientras él que mismo decía de sí era como un pobre gorrión que, en la última rama del árbol, no hace más que piar, diciendo algún que otro pensamiento sobre temas complejísimo… Y así, en medio de la acogida entusiasta, comenzaban a su discurrir sus primeros… y últimos días.

Y es que la mayor de las sorpresas nos la deparó Juan Pablo I tan solo treinta y tres días después de su llegada: en la noche del jueves 28 de septiembre fallecía de fulminante ataque de corazón. Después se supo que su salud era muy precaria, aun cuando tanto y tan innecesariamente se ha fabulado sobre su muerte.

Cuando a primera hora del viernes 29 de septiembre de 1978 se supo su muerte, la catolicidad y el mundo entero quedaron consternados. En un mes Juan Pablo I había llegado al corazón de la humanidad, su sonrisa había llenado de esperanza a tantos. Y su muerte era un mazazo doloroso, un acontecimiento imprevisto e imprevisible, un indescifrable y alertador signo.

En los Dolomitas

Albino Luciani nació en Forno di Canale (en la actualidad, Canale D´Agordo) el 17 de octubre de 1912. Ese mismo día, por peligro inminente de muerte, fue bautizado por la asistente sanitaria de su alumbramiento. Dos días después, recibió en la parroquia el resto de los ritos bautismales. La tierra de Luciani se halla en la región italiana del Véneto, en Belluno, muy cerca de la cadena montañosa de los Dolomitas.

Inició sus estudios a los seis años. El 26 de septiembre de 1919 recibió el sacramento de la confirmación. En 1923 ingresa en el seminario menor de Feltre y cinco años después en el seminario mayor de Belluno. El 2 de febrero de 1935 fue ordenado diácono y el 7 de julio de aquel mismo año fue ordenado sacerdote.

Los dos primeros años de su ministerio sacerdotal los pasó en Belluno y en Canale D´Agordo, dedicado a la pastoral parroquial y a la enseñanza, mientras que en los diez años siguientes fue formador y profesor del seminario de Belluno a la par que estudia Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. “El origen del alma humana en la teología de Antonio Rosmini” fue el título de su tesis doctoral, defendida el 27 de febrero de 1947 y publicada tres años más tarde. Entre 1947 y 1958, sirvió en la curia diocesana de Belluno, en los más destacados cargos, es canónigo de la catedral y director del secretariado de Catequesis, y publicó su primer libro: “Catequesis en migajas”.

Obispo también en el Véneto

El 15 de diciembre de 1958 fue nombrado obispo por el Papa Juan XXIII, quien personalmente le confiere el orden episcopal en la basílica romana de San Juan de Letrán doce días después. Durante once años fue  obispo de la diócesis de Vittorio Veneto. Son años de visitas pastorales, de participación en el Concilio Vaticano II y del primero de sus viajes internacionales con destino a la misión diocesana de Vittorio Veneto en Burundi.

El Papa Pablo VI lo trasladó a Venecia, capital, capital del Véneto. El nombramiento para Luciani de la sede patriarcal de San Marcos se hizo público el 15 de diciembre de 1969. Durante nueve años fue el pastor de la histórica diócesis y de la  romántica ciudad de los canales y de las góndolas sobre el Adriático, que antes habían ocupado, ya en el siglo XX, Giuseppe Sarto y Angelo Giuseppe Roncali, posteriormente los respectivos Papas Pío X y Juan XXIII. También la visita pastoral fue una de sus principales ocupaciones.

De 1972 a 1975 fue vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, por votación de sus miembros. Realizó asimismo viajes a Suiza, Alemania, Yugoslavia y Brasil y participó en las Asambleas Generales Ordinarias del Sínodo de los Obispos de 1971, 1974 y 1977, dedicadas respectivamente al ministerio sacerdotal y la justicia en el mundo, la evangelización y la catequesis.

El 16 de septiembre de 1972 el Papa Pablo VI realizó una visita apostólica a Venecia. En plena de plaza de San Marcos, abarrotada de fieles, el Papa Montini se quitó su estola pontificia y se la colocó al patriarca Luciani, en un premonitorio gesto de amistad y confianza. Meses después –el 5 de marzo de 1973- fue creado cardenal, con el título presbiteral de la céntrica iglesia romana de San Marcos, frente al Capitolio. En enero de 1976, publicó su libro “Ilustrísimos señores”, una deliciosa colección de cartas dirigidas a personajes históricos y de ficción, que alcanzaría gran difusión internacional tras su elección papal.

El 10 de agosto de 1978, tras la muerte cuatro días antes de Pablo VI, viajó a Roma para los funerales del Papa y posterior cónclave. Ya no regresaría jamás a Venecia ni a su Belluno natal. Ya no saldría de Roma: el 26 de agosto es elegido Papa, el 3 de septiembre es la celebración oficial del comienzo de su ministerio apostólico petrino y en la noche del 28 al 29 de septiembre, fallece de repente.

Su memoria y su legado

Con un pontificado tan efímero e inédito, su figura es, sobre todo, la de un símbolo, la de un estilo, la de una profecía. Juan Pablo I fue el Papa de la sonrisa para una Iglesia y un mundo que necesitaban de ella. Juan Pablo I fue el Papa de la sencillez evangélica: el primer Papa contemporáneo en abandonar, por ejemplo, el “nos” mayestático, la silla gestatoria y la tiara (Pablo VI fue coronado, pero donó la corona a los pobres del mundo).

Fue el Papa catequista, concreto, sencillo, directo al corazón. Fue, por todo ello, Papa de esperanza y el Papa que cedió el paso –quizás misterio y prodigioso signo de la Providencia- a su sucesor, Juan Pablo II el Magno, el Papa quien, de alguna manera y de tantos modos, “revolucionó” y modernizó definitivamente el pontificado romano.


Pedro apenas, Juan Pablo I, Papa de la verdad desde la sencillez, del amor desde la humildad y de la frescura auténticamente cristiana en migajas,  nos legó el buen e inconfundible olor y sabor del Evangelio.  Y no obstante a su fugacidad, se suma así y por todo lo anterior a la magnífica pléyade de extraordinarios y santos Papas que han regido nuestra Iglesia en los últimos ciento ochenta años. Y con su sonrisa, tímida, humilde –“Humilitas”- era la única y elocuente frase de su lema episcopal y pontificio- y luminosa, sigue acogiendo y bendiciendo a la Iglesia y a la humanidad enteras.

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