“Negar la fe es ocultar la propia
identidad”
Aica, 17 Nov 2017
El arzobispo
emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, rechazó el argumento de
quienes atribuyen a una “presunta ilegitimidad” el hecho de “mezclar” la
religión y la política. “Negar la fe es ocultar la propia identidad; el
pensamiento que alienta su compromiso histórico y su auténtica solidaridad con
sus conciudadanos”, sostuvo en su sugerencia para la homilía dominical.
Texto de la sugerencia
1.- Dios confía “sus bienes” a los hombres. Dios
reparte talentos para que sus administradores los multipliquen. En la parábola
de la moneda corriente: un talento es mucha plata. En la distribución
mencionada el propietario compromete su fortuna: “El Reino de los Cielos es
también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les
confió sus bienes”. (Mateo 25, 14). No entendemos a un Ser tan perfecto como
Dios, confiando “sus bienes” a seres tan frágiles e irresponsables. ¿Qué
misteriosa capacidad posee el ser humano para que Dios confíe en él? El pecado
sería motivo suficiente para excluirlo definitivamente de su confianza. El
hombre, como manufactura de Dios, está dotado - por su mismo Creador – de
cualidades apropiadas para convertirse en una obra genial. La libertad, para
que su necesaria cooperación logre su cometido, es el secreto de su dignidad e
incluye el riesgo del pecado. En suma, el pecado es un mal uso de la libertad.
El pecador necesita curar su libertad y usarla bien. Cristo es el Cordero de Dios,
que vino para ser efectiva esa sanación: “Es el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo” (Juan 1, 35).
2.- Formas diversas de administrar los bienes. Los
talentos constituyen los bienes del Señor, confiados a la administración de los
hombres. Algunos los administran muy bien y, otros, los inmovilizan para no
emprender la operación “financiera” debida, aunque riesgosa. Jesús crea un
relato para explicar pedagógicamente las responsabilidades que todos los seres
humanos deben asumir para llevar a su concreción la obra genial de Dios. La
severidad, aplicada por el divino Maestro a los indolentes, no deja margen a la
duda. El descuido de los deberes propios - por omisión o comisión - echa un
manto de sombras sobre el comportamiento de gran número de ciudadanos y de sus
dirigentes. Es sorprendente el rechazo a todo autoexamen por parte de quienes
insisten en no dejarse indagar por la verdad y someterse a la justicia. Ante
las consecuencias ocasionadas por errores, manifiestos u ocultos, no existe otro
remedio que el examen humilde de la propia conciencia y el cambio. Cuando los
desaciertos, a veces muy graves, son presentados como aciertos se produce una
cerrazón de la conciencia moral y la absoluta imposibilidad de un necesario
cambio. Alarmante situación en la que se hallan entrampados muchos responsables
de la sociedad.
3.- La fe y la política. El camino de salvación es un
sendero penitencial. El Evangelio, constituyéndose en un llamado a la
conversión, reclama el arrepentimiento por los errores cometidos y su
consecuente eliminación. Al mismo tiempo, es gracia o “poder de Dios”, como
auxilio necesario para el cambio, y rectificador del rumbo hacia el bien y la
verdad. Desde la fe se identifica a Dios como término final de esa
rectificación. Es admirable cómo, el anuncio del Evangelio, interesa a la
historia secular. En el mundo de cierta incredulidad activa se pretende
impugnar toda expresión religiosa como si fuera incompatible con el compromiso
histórico. El creyente es un ciudadano que tiene derecho a confesar que cree,
como el no creyente de manifestar que no cree. Es deber de todos respetar el
derecho del otro y de manifestar sus convicciones, mientras no intenten
imponerse - por presión religiosa, ideológica o política - a quienes no piensen
del mismo modo. Escuché de un auto calificado “ateo” una crítica dirigida a un
prominente político porque había osado expresar públicamente su fe religiosa.
Su argumento, de débil consistencia antropológica, se basaba en la presunta
ilegitimidad de “mezclar” la religión y la política. Negar la fe es ocultar la
propia identidad; el pensamiento que alienta su compromiso histórico y su
auténtica solidaridad con sus conciudadanos.
4.- La universalidad de Cristo. Sin duda el mensaje
evangélico es universal, corresponde escucharlo y obrar en consecuencia. El
mandato de transmitirlo no habla de circunscribirlo a los amigos y
simpatizantes. Nadie debe quedar fuera. La sustancia de su contenido tiene en
cuenta a todos los pueblos y sus culturas. También es inmodificable, sea cual
fuere la nacionalidad y el talante cultural de quienes lo reciben. Todo lo
bueno es adaptable a la legítima búsqueda de Dios, y de la Verdad. Cristo es la
transparencia de Dios para todos. Lo importante es no encerrarlo en
preconceptos y lograr que todos los pueblos lo identifiquen como su Salvador.
En la búsqueda de una metodología adecuada, los Apóstoles no desdeñaban las
expresiones de culturas muy diversas, que no se opusieran al precepto máximo de
la caridad. ¡Enorme desafío! Parangonado con la magnitud de la tarea
administradora de todos los hombres en la Creación.+
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