Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas, para el sexto domingo de Pascua (21 de mayo de 2017)
Hace algunos domingos reflexionamos sobre las
vocaciones especialmente a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial, ahí
señalábamos que la mayoría del pueblo de Dios son los fieles laicos. En esta
oportunidad queremos ahondar en esta vocación que es indispensable para la
realización de la tan necesaria dimensión misionera y especialmente la
evangelización de la cultura. La vocación del laico se especifica
fundamentalmente en la transformación de las realidades del mundo. Son los
cristianos que viven en nuestras ciudades o en el campo, llamados a construir
una familia, a comprometerse en sus trabajos, como docentes, políticos, como
comunicadores sociales o bien en el trabajo silencioso y fecundo de la chacra…
Sobre todo desde esta vocación deberemos acentuar la misión en la cotidianidad
donde es necesario generar valores evangélicos, mayor sentido ético y
compromiso por el bien común.
Hace décadas que venimos señalando en la Iglesia la
importancia de que nuestros laicos comprendan su propia vocación y misión, pero
también debemos reconocer que probablemente en la práctica eclesial nos cuesta
a los pastores acompañar al laicado a santificarse en su realidad cotidiana. A
veces los entendemos solamente como ligados a actividades intraeclesiales, y
muchísimos laicos no asumen una dimensión misionera en sus ambientes, trabajo y
familia.
En el acontecimiento y documento de Aparecida se trató
este tema que considero importante que lo incorporemos a nuestra reflexión y
examen de conciencia sobre el compromiso con esta vocación y misión.
Aparecida señala sobre los fieles laicos: «Su misión propia y específica se
realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad,
contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras
justas según los criterios del Evangelio. El ámbito propio de su actividad
evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de la
realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las
ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los “mass media”, y otras
realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la
educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento.
Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando
autenticidad y coherencia en su conducta» (210).
El documento sigue señalando también la importancia
del laicado en la acción pastoral de la Iglesia en sus distintas expresiones,
así como en diversas formas de ministerialidad laical. En nuestra Diócesis
contamos, como gracia de Dios, con distintas sedes de la escuela de ministerios
laicales que son realmente significativas en el servicio que prestan a nuestras
comunidades.
En esta reflexión quiero subrayar la importancia que
adquiere en nuestro tiempo el fortalecimiento de varias asociaciones laicales,
movimientos apostólicos, y nuevas comunidades eclesiales que como señala
Aparecida deben ser apoyadas y acompañadas por los pastores: «En las últimas
décadas, varias asociaciones y movimientos apostólicos laicales han
desarrollado un fuerte protagonismo. Por ello, un adecuado discernimiento,
animación, coordinación y conducción pastoral, sobre todo de parte de los
sucesores de los Apóstoles, contribuirá a ordenar este don para la edificación
de la única Iglesia». (214).
El Papa Francisco en una carta reciente al Cardenal
Ouellet, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina señala cómo
los pastores tenemos que acompañar a los laicos comprometidos en la vida
pública: «Significa buscar la manera de poder alentar, acompañar y estimular
todo los intentos, esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza
y la fe […] Significa como pastores comprometernos en medio de nuestro pueblo
y, con nuestro pueblo sostener la fe y su esperanza. Necesitamos reconocer la
ciudad –y por lo tanto todos los espacios donde se desarrolla la vida de
nuestra gente– desde una mirada contemplativa, una mirada de fe que descubra al
Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas... Él vive entre
los ciudadanos promoviendo la caridad, la fraternidad, el deseo del bien, de
verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta,
develada. Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero».
Jesucristo, en el Evangelio que leemos este domingo
[Jn 14, 15-21], termina diciéndonos con claridad esta exigencia de poner en
práctica lo que creemos: «El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es
el que me ama, y el que me ama será amado por mi Padre». En la comprensión y
puesta en práctica de la vocación y misión de los laicos en nuestro tiempo,
recae uno de los grandes desafíos de este inicio de siglo.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
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