“Enviados a testimoniar
la alegría del evangelio, esperamos la meta en la que Jesús nos recibirá junto
al gozo de los elegidos”.
San Lucas
(Hech 1, 1-11) mencionando el contenido del tercer evangelio señala que se
refirió “a todo lo que hizo y enseñó Jesús,
desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado,
por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que
había elegido”.
En el libro de
los Hechos de los Apóstoles testimonia que Jesús después de su Pasión se
manifestó a ellos “dándoles numerosas
pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del
Reino de Dios”.
En este
contexto Jesús asegura que serán bautizados en el Espíritu Santo, recibiendo la
fuerza del mismo para la misión de ser testigos
suyos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría, y hasta los confines de la
tierra. Dicho esto, “lo vieron elevarse,
y una nube lo ocultó de la vista de ellos”.
La Ascensión del
Señor que celebramos hoy, permite introducirnos en el sentido de la vida humana
en este mundo temporal, ya que con frecuencia
nos preguntamos sobre el por qué
de la existencia terrena, cargada con
penurias y limitaciones, dejando la sensación que sólo estamos para
padecer y que únicamente escapamos de ello en el disfrute de lo perecedero.
Precisamente
la primera oración de esta misa nos responde ya que damos gracias a Dios “porque en la Ascensión de Cristo…nuestra
humanidad es elevada junto…a Él que nos
ha precedido en la gloria que nosotros, su cuerpo, esperamos alcanzar” con
quien es Cabeza de la Iglesia.
Sabiendo por
la iluminación del Espíritu de la verdad
de esta meta, tiene sentido que los apóstoles miren al cielo hacia el que se
eleva Jesús, pero a partir de esta contemplación, - como observan “dos hombres
vestidos de blanco”- han de vivir las realidades de este mundo con una mirada
nueva, sabiendo que “lo de acá” sólo es pasajero, y que deben instruir a todos
en las verdades de fe que han recibido de parte de Jesús resucitado.
Misión ésta
que queda plasmada en el texto del evangelio cuando Jesús dice (Mt. 28, 16-20) “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean
mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo le he mandado”.
Como esta
misión es muchas veces dificultosa, san Pablo (Éf. 1, 17-23) ruega al Padre,
como lo ha anunciado Jesús, envíe “un
espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente”.
El Espíritu de
sabiduría permite “saborear” las cosas del espíritu, y la revelación por la que conocemos más profundamente al Señor,
nos asegura la promesa: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta
el fin del mundo”.
¿Y cómo estará
Jesús con nosotros hasta “el fin del
mundo”? Como Cabeza que es de la Iglesia, permanece junto a nosotros que
somos las piedras vivas de su Cuerpo, hasta que lleguemos a donde ya se nos
anticipó, junto al Padre.
Está presente
también por medio de su Palabra, para darnos siempre la respuesta adecuada ante
los grandes interrogantes de la existencia cotidiana.
Nutrirá
nuestro corazón y el empuje misionero, a través de la comida de su Cuerpo y
Sangre que se dispone para la vida de las personas y del mundo.
Esta
iluminación del Espíritu, por otra parte nos permite “valorar la esperanza” a la que fuimos llamados, la herencia de la
vida eterna que desde la fe y la caridad, aguardamos confiadamente.
¡Qué
importante es valorar la esperanza de la vida eterna! ¡Cuántas veces el ser
humano se distrae valorando exclusivamente lo que es pasajero y transitorio,
poniendo allí su corazón y la razón de todo esfuerzo personal!
¡Cuántas veces
se cree que la verdadera felicidad está en lo efímero y, ante el paso de este
mundo a la eternidad, no sabe el ser humano qué le espera!
Queridos
hermanos: convencidos que el Señor ha vuelto al Padre, permaneciendo ya la
naturaleza humana en la Vida eterna, sintámonos convocados a caminar por esta
vida temporal llevando a todos la
alegría del evangelio y perseverando en el bien obrar, hasta que lleguemos a la
meta en la que nos espera Jesús para recibirnos junto al gozo de los elegidos.
Padre
Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en
Santa Fe de la Vera Cruz.
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