(Catholic Herald/InfoCatólica) 18-2-17
Hace unas
semanas, el diario jesuita La Civiltà Cattolica publicó un sorprendente artículo
sobre el sacerdocio femenino. Sus argumentos eran familiares: el autor, el
subdirector don Giancarlo Pani, pidió a los lectores que consideraran si un
sacerdocio formado solo por hombres tal vez podría estar obsoleto.
«Hay malestar entre los que no entienden como la
exclusión de la mujer del ministerio de la Iglesia puede coexistir con la
afirmación y el aprecio de su igual dignidad».
Lo sorprendente es que esto apareció en un diario
editado por uno de los más cercanos consejeros del Papa, el P. Antonio Spadaro,
un diario muy cercano a la Santa Sede en la que cada página es examinada por el
Vaticano, y al que el Papa recientemente elogió.
Esto sugiere que la Iglesia, incluso en sus más altos
niveles, está ahora entrando en unos graves combates doctrinales. Otro ejemplo
ocurrió recientemente, cuando la Radio Vaticana promovió un nuevo libro del
Cardenal Francesco Coccopalmerio, presidente del Pontificio Consejo para los
Textos Legislativos.
El cardenal Coccopalmerio afirmó que los divorciados
que se vuelven a casar pueden recibir la comunión si tienen algún deseo de
cambiar su situación, incluso si no están tratando de vivir «como hermano y
hermana». En algunos casos, dice el cardenal, evitar las relaciones sexuales
puede ser «una imposibilidad».
El cardenal coloca el ejemplo de un hombre que es
abandonado por su esposa. El hombre empieza a vivir con otra mujer que le ayuda
a criar a sus hijos. Si la relación se rompe, el hombre podría quedar sumergido
en una «profunda desesperación» y los niños se quedarían sin una figura
materna. El cardenal escribe: «Dejar la unión significaría, por lo tanto, no
cumplir un deber moral hacia las personas inocentes». Si evitar el sexo
«causaría dificultad», entonces deberían continuar teniendo relaciones sexuales
para mantener la relación.
Las implicaciones del argumento del cardenal
Coccopalmerio parecen contrarias a la doctrina de la Iglesia. Tomando el punto
más evidente, la opinión del cardenal de que una relación sexual adúltera es
compatible con la recepción de la comunión es simplemente en un choque frontal
con la enseñanza católica. Que ambas cosas son incompatibles ha sido enseñado
por el Papa Juan Pablo II en 1981, Benedicto XVI en 2007, y la Congregación
para la Doctrina de la Fe en 1994, sin mencionar los Papas San Inocencio I, San
Zacarías, San Nicolás I ... y ejemplos como este se podrían multiplicar.
Pero este no es el único problema con el libro del
cardenal Coccopalmerio. Supongamos que evitar el sexo puede ser una
«imposibilidad» . Es muy difícil compaginar esto con la declaración del
Concilio de Trento: «Si alguien dice que los mandamientos de Dios son, aun para
uno que es justificado y constituido en gracia, imposible de observar, sea
anatema». Eso significa que Dios , Nuestro amoroso Padre, nunca dejará de
ayudarnos. Pero el cardenal Coccopalmerio piensa que evitar el pecado a veces
puede estar más allá de nosotros.
Una vez más, las conclusiones del cardenal sobre la
imposibilidad continencia parecen dudosas. San Pablo, inspirado por el Espíritu
Santo, condenó la idea de que uno podría «hacer el mal para conseguir un bien».
La Iglesia lo ha interpretado muy estrictamente siempre y Santo Tomás de
Aquino, siguiendo esta enseñanza perenne, dijo que uno no debería tener sexo
adúltero aunque pudiera salvar a un país entero del desastre. Pero el cardenal
Coccopalmerio piensa que se puede tener sexo adúltero si se «dificulta» no
hacerlo.
En cuanto a la cuestión de la Comunión misma:
claramente, alguien en una relación adultera continua está en alto riesgo de estar
en pecado mortal. Sólo Dios lo sabe, pero si alguien está cometiendo un pecado
grave, mientas «discierne» sobre su relación con la enseñanza católica, aumenta
el riesgo notablemente ya que habría pleno conocimiento y deliberado
consentimiento. Y tomar la comunión en un estado de pecado mortal es, según San
Juan Vianney, santo patrón de los párrocos, el peor pecado de todos - peor que
crucificar a Cristo. Muchos de los divorciados vueltos a casar se alejan de la
Comunión precisamente para evitar cometer un sacrilegio. El enfoque del
cardenal Coccopalmerio sugiere que este riesgo es, en algunos casos, demasiado
insignificante para ser un obstáculo.
Ahora, por supuesto, el cardenal no dice nada de esto.
No dice: «Creo que Juan Pablo II, Benedicto XVI, y la tradición de la Iglesia
están equivocados. Sospecho que la ley moral a veces puede ser imposible de
cumplir. No tengo ningún problema, en principio, con hacer el mal para
conseguir un bien. Y no creo que recibir la Comunión en un estado de pecado
motal sea un pecado tan terrible como para que debamos tomar tantas
precauciones». Pero el mero hecho de que no diga estas cosas no es un consuelo.
La interpretación menos generosa sería que todo error
en materia de fe siempre trata de evitar la claridad. El beato John Henry
Newman señaló que los arrianos utilizaban «un lenguaje vago y ambiguo, que ...
parecería tener un sentido católico, pero que, a la larga resultaba
heterodoxo». La opinión más generosa es que el cardenal no ha pensado
completamente en sus palabras, y las retractaría si se diera cuenta de lo que
implicaban.
El cardenal Coccopalmerio es una figura del Vaticano:
su libro ha aparecido con evidente apoyo desde el Vaticano [en la Libreria
Editrice Vaticana] y sin contradicción oficial. Y su opinión es cercana a la de
muchos otros prelados (como los obispos de Malta publicada por L’Osservatore Romano y la mayoría de los
obispos alemanes). Por lo tanto, el debate sobre la Comunión ya no puede verse
- si es que alguna vez podría - como una disputa marginal entre «liberales» y
«conservadores». Tampoco puede enmarcarse como una cuestión sobre si preferir
un poco más de misericordia o un poco más de justicia. Ahora es, sin lugar a
dudas, un debate sobre si la enseñanza de la Iglesia sigue siendo válida. Y eso
significa que el debate se agudizará.
Escrito por Dan Hitchen.
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