“La felicidad plena y duradera consiste
en servirte a ti, fuente y origen de todo bien”.
Los anuncios que realiza Jesús en el evangelio del
día, forman parte de la escatología o
profecía acerca de los últimos acontecimientos de la vida humana. Todo lo creado,
por ser materia, se encamina hacia su final o transformación última. El texto
evangélico (Lc. 21, 5-19) menciona los
acontecimientos precursores del fin, como la guerra, la peste, el hambre y los
terremotos, y al igual que anuncia la caída de Jerusalén y su Templo, asegura
que de todo lo que contemplamos “no quedará piedra sobre piedra: todo será
destruido”.
Junto a estos sucesos, se verán fenómenos aterradores y
grandes señales en el cielo, cumpliéndose previamente el hecho profetizado por Cristo, el de las
persecuciones que sufriremos los
cristianos por odio a su Nombre.
Este anuncio de las persecuciones por odio a la fe nos
debe preparar debidamente para no desfallecer al dar público testimonio de lo
que creemos.
Precisamente el domingo pasado reflexionamos sobre el
testimonio de los siete hermanos macabeos martirizados por defender la fe en
Dios, fundados en la certeza de la resurrección final y la posesión de la vida
eterna.
De la misma manera en la actualidad, se espera de
nosotros la disposición interior necesaria para defender los principios de la
verdad y de la vida, ya que como pedíamos en la primera oración de la misa, aspiramos
a vivir con alegría bajo la mirada de Dios, “ya
que la felicidad plena y duradera consiste en servirte a ti, fuente y origen de
todo bien”.
La felicidad plena
postula que nada más es deseable en este mundo, y felicidad duradera
implica creer en que la contemplación de
Dios es eterna.
Y es precisamente este servir a Dios mientras transitamos
por el mundo, lo que nos hace felices anticipadamente y que no busquemos otros
modos pasajeros, sino mas bien nos
orientemos a participar de la contemplación de Dios.
Cuando el ser humano vive sin Dios, busca la felicidad que se le escapa de las manos,
que no logra alcanzar en plenitud, sediento de la fuente de “agua viva” que es
su Creador, presente incluso aunque no se lo perciba.
Cuando, en cambio, se vive con la alegría de servir al
Señor, aunque la felicidad plena no se alcance ya en este mundo, se es feliz
con la certeza de alcanzar en perfección lo que ya se posee en esperanza.
Esta felicidad “incoada”, presente mientras vivimos en el
tiempo, permite sobrellevar las
dificultades de este mundo y las persecuciones de las que habla Jesús, de
manera que sea realidad el que “gracias a
la constancia salvarán sus vidas”, constancia en la realización del bien,
en el servicio abnegado al Señor Jesús, por quien se ofrenda siempre lo mejor
de nosotros mismos.
En relación con el servicio de Dios, sabemos que el espíritu del mal busca
apartarnos del amor divino, con la mentira, con la persecución, con las dudas y
tentaciones de todo tipo, pero confiando siempre en el poder divino y su
gracia, lograremos vencer y conservarnos en el camino de la fidelidad.
Incluso el espíritu maligno busca confundirnos con
espejismos de felicidad por medio del pecado, cuya duración es efímera y deja
el corazón con el sabor amargo de la desilusión y el fracaso.
Más aún pretende inducirnos a pensar que Dios abandona a
su suerte a los elegidos, como supuestamente
sucedería con el frecuente silencio divino ante el martirio de muchos a lo
largo del tiempo.
De allí la necesidad de perseverar en el bien, confiando
en las palabras del profeta Malaquías (3, 19-20) que asegura para el momento de
la segunda Venida del Señor: “todos los
arrogantes y los que hacen el mal serán como paja; el Día que llega los
consumirá….pero para ustedes los que temen mi Nombre, brillará el sol de
justicia que trae la salud en sus rayos”.
El sol de justicia es ciertamente el mismo Cristo que
ilumina la existencia humana no sólo al final de los días, sino cada día en que
nos mantengamos fieles a su Persona y a sus enseñanzas dando testimonio
alrededor nuestro.
El apóstol san Pablo (2 Tes. 3, 6-12) siguiendo en esta
línea, exhorta a realizar siempre el bien, no sólo para el Reino, sino también
a trabajar en orden a obtener el pan de cada día, desechando toda ociosidad que
especule con la proximidad de la segunda Venida y se exima de servir al único
Dios.
Queridos hermanos: vayamos al encuentro de Jesús con la
seguridad de contar con su presencia de manera que tengamos ánimo y levantemos
la cabeza, porque está por llegarnos la liberación (cf. Lc. 21,28)
Canónigo Ricardo
B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la
Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXIII del tiempo Ordinario.
Ciclo “C”. 13 de noviembre de 2016. ribamazza@gmail.com;
http://ricardomazza.blogspot.com
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