Gianfranco Battisti
Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuan, 25-1-16
Hace treinta años, el entonces cardenal
Ratzinger recordaba que el apelativo "cristianos", aparecido por
primera vez en Antioquía hacia el año 44 d. C., había sido acuñado por las
autoridades romanas para identificar a los pertenecientes a una camarilla de
malhechores, seguidores de uno que había sido condenado a muerte como
delincuente. «El nombre de "cristiano" se convertía, de esta manera,
en título de imputación penal: quien llevaba este nombre ya no tenía necesidad
de que se demostrara su culpabilidad en otros delitos y era, por tanto, juzgado
reo de muerte».
Este recuerdo histórico parece más pertinente
que nunca ante la secuencia de normas que desde hace decenios son creadas en
todo el mundo en materia de derechos humanos y familiares. Divorcio, aborto,
matrimonio gay, educación a la ideología de género, abolición de las tutelas
jurídicas del matrimonio y su equiparación a cualquier tipo de convivencia,
eutanasia. En un futuro llegarán también la legalización de la pedofilia y de
cualquier droga, completando así el callejero de las fugas de la realidad.
Siguiendo la corrupción generalizada de las
costumbres, hoy las leyes son adaptadas a una sociedad en pleno cambio. De un
cuadro institucional fundado sobre los principios cristianos (auténtica
aportación de Europa al progreso de la humanidad) se pasa a un contexto no
cristiano: más tolerante, dirán algunos. En realidad, basta leer la Carta sobre
la tolerancia de J. Locke (1685) para entender cómo ésta es válida para todos
menos para los católicos.
Una legislación totalmente contraria a los
preceptos de Cristo no construye simplemente un ordenamiento a-religioso:
impone uno anti-religioso. La licencia para todos los comportamientos que están
en conflicto con los dictámenes más sagrados de la fe, al estar en contraste
con el sentimiento común, acompaña de hecho a la prohibición de cualquier tipo
de disentimiento en los actos e incluso en las palabras, so pena de sanción.
Esto significa una sociedad en la cual el cristianismo -y los cristianos- ya no
tienen derecho de ciudadanía.
Algunos ejemplos. En un número creciente de
países se impone a las instituciones católicas (que operan en campo social) que
financien el aborto para sus empleadas o que acepten a directivos gay. En la
India, las religiosas de Madre Teresa han tenido que cerrar los orfanatos para
no entregar a los niños -que ellas arrancaban de la muerte- a personas gay. El
problema es muy grave también en Gran Bretaña e Irlanda. Las jóvenes
generaciones son el objetivo preferido: abolida la Navidad, prohibidos los
nacimientos en los edificios públicos y las canciones navideñas en las
funciones escolares, se introducen obligatoriamente enseñanzas inmorales y
científicamente insensatas en ámbito antropológico. Pero el objetivo no está
sólo en las acciones.
Las normativas contra la llamada
"homofobia" introducen de hecho el delito de opinión, patrimonio de
los tiempos más oscuros de la historia moderna. Esto significa, por ejemplo,
que ningún empleado público (pero tampoco privado) podrá mantenerse fiel a los
principios en los que cree, pues puede ser discriminado, despedido, o ir a la
cárcel. Es un plan muy refinado el que se está llevando a cabo y, no es
casualidad, está patrocinado por organismos como la ONU, la UE, etc, que no
tienen ninguna legitimación democrática. Esto plantea, de una manera muy
evidente, el problema de la libertad: nacional, de grupo, individual. La libertad
que Cristo ha venido a anunciar a los hijos de Dios.
En Francia, la ostentación de símbolos
religiosos está prohibida. Prohibida la cruz delante de las iglesias. Prohibido
llevar colgada una cruz que no sea mínima. Prohibido el velo para las mujeres
islámicas. Prohibido hablar: según la ley de separación entre Estado e Iglesia
de 1905, un sacerdote que en su iglesia ose criticar una disposición de ley
podría ir a la cárcel de 3 a 9 meses. ¡Vaya con la "no
discriminación"!
Al contrario, denigrar la ley divina está
considerado signo de apertura mental (pensemos en Charlie Hebdo), hasta el
punto de que la profanación de los edificios de culto está protegida por los
jueces. La obscena intrusión de las Femen en la basílica de Notre Dame en París
no ha sido considerada merecedora de censura ni en primera ni en segunda
instancia. El daño ha sido ignorado como delito; en cambio, los guardianes de
la basílica han sido condenados por haber echado a las poseídas con demasiado
celo. Para que se sepa, la legión extranjera de las Femen tiene base en París,
precisamente como la tenían las Brigadas Rojas. Extraña coincidencia.
Amenazar, acallar, aniquilar el cristianismo
-en palabras y en obras- parece ser el programa, al cual Italia debería
adaptarse para no "quedar mal" ante los países llamados
"civiles". Es una nueva versión del "despotismo ilustrado"
del siglo XVII. Pero sería mejor decir, desviado.
Criticar y oponerse a los comportamientos y
las leyes que están en conflicto con la palabra de Dios es algo, por otra
parte, que está dentro del ADN del testimonio cristiano. El inicio de la
predicación de Jesús está marcada, y no es casualidad, por la ejecución del
último profeta de Israel -su primo Juan-, motivada por su oposición a la
inmoralidad pública de su soberano al que había echado en cara "no te es
lícito tomar la mujer de tu hermano". Un paso incómodo para tantos
cristianos "de visión amplia".
De todo lo que está sucediendo hemos sido
avisados desde siempre. Escribe, de hecho, Pablo: «En los últimos tiempos
vendrán momentos difíciles. Los hombres serán egoístas, amantes del dinero,
vanidosos, orgullosos, blasfemadores, se rebelarán a los padres, serán
ingratos, sin religión», etc., etc.
No nos consuela constatar que se trata de
signos inequívocos del inminente colapso de la civilización europea. ¿Nadie
sabe leer los índices de bolsa? Como Cristo ante la pasión, debemos llorar
sobre las ruinas de Jerusalén. Escuchemos de nuevo las palabras del Papa
emérito. «Aceptar el apelativo "cristiano" es confesión y testimonio;
es, por lo tanto, expresión de disponibilidad al martirio.
"Cristiano" y "mártir" significan exactamente la misma
cosa». En este mundo cada cosa exige su precio.
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